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Segunda Sección

 


Índice de contenidos

 

1- Fútbol y Cultura Nacional (Andrés Dávila Ladrón de Guevara)

2- La poesía, de chanfle al segundo palo (Juan Sasturain)

3- El Futbol a Sol y Sombra (Eduardo Galeano)

4- Estrategias y tácticas de futbol

5- El Tercer Milenio: ¿Era del fútbol post-nacional? (Sergio Villena Fiengo)

6- Homodiscurso futbolero (Carlos Rehermann)

 

 

 

1- Fútbol y Cultura Nacional (Andrés Dávila Ladrón de Guevara)

 

 

LOS PREVIOS AL JUEGO

"La cultura se juega", escribía con atrevimiento el académico holandés Johan Huizinga. El juego, así entendido, no es sólo un anexo en el desarrollo de la sociedad, no es apenas una representación o una instancia de desfoque de los males o los bienes de cada colectividad. El juego es y ha sido, a lo largo de la historia, un componente central en la conformación de nuestra cultura. En la sociedad actual, el juego se manifiesta de muchas maneras. Una de ellas son los deportes y, en particular, los deportes profesionales. Entre ellos, el fútbol ocupa una posición especial.


Originado en la Inglaterra industrial del Siglo XIX, en menos de un siglo y medio goza de la fervorosa aceptación en prácticamente todo el mundo, tal vez con la significativa excepción del Norte de América. La FIFA, entidad rectora a nivel mundial, se vanagloria de tener más afiliados que la ONU y, cada cuatro años, se da el lujo de paralizar, y no es una exageración, los cinco continentes.


¿Por qué y cómo ha llegado a ocupar ese lugar? La respuesta no es nada fácil. A su favor cuentan la sencillez de sus reglas, la capacidad insuperable para general tensión y placer en la competencia, simular una guerra o las luchas de la vida real, y situaciones estéticas innegables. También, el proceso inexplicado aún para convertirse en un deporte de masas, en un "esperanto deportivo", según la cita de una cientista social norteamericana. Otros, sin desconocer esa forma de hipnotizar a las masas, enfatizan cualidades negativas: su utilización para alienar, a través de la catarsis semanal, a las masas que lo siguen; o, como lo señala Umberto Eco, su función de inmovilizador por el tipo de adhesión consumista que genera.


Pero tal vez, el eje de la respuesta deba buscarse en su complejo papel de factor generador de cultura. En éste se combinan, de manera particular, sus características propias como juego -por cierto, el único fundamentalmente jugado con los pies-, y su específica traducción de los demás componentes del devenir social. Es, por tanto, un fenómeno inmerso en el desarrollo actual de la humanidad y ha jugado tanto funciones loables, como otras cuestionables. Pero ello, precisamente, lo ha convertido en algo más que un deporte, pero simplemente un juego. De él no han dependido ni la felicidad, ni la justicia, ni la verdad, pero en él han vivido todas estas manifestaciones representadas.


Y como parte conformante de la sociedad contemporánea, el fútbol se ha convertido, mucho más que cualquier otro deporte, en el eje condensador de adhesiones y arraigos detrás de los cuales se nutre el sentimiento nacionalista. En estas épocas de ausencia de símbolos unificadores y especialmente allí donde ni los odios ancestrales, ni tampoco el mercado o los mitos fundacionales alcanzan para unificar a una comunidad, se da ese inexplicado proceso que Camus resumió así: "Patria es la selección nacional de fútbol".

 


PRIMER TIEMPO


Estamos en 1990, un 19 de junio. Faltan dos minutos para terminar el partido y Colombia pierde 1 a 0 luego de jugar de igual a igual con la poderosa Alemania, futura campeona del mundo. De repente, y sin saber muy bien cómo, el equipo recupera su identidad, su estilo, su forma de juego, refundidos minutos antes a raíz del gol en contra. Sobre el tiempo, el equipo retoma el control del balón y arma una parsimoniosa y excelente jugada que culmina con el gol del empate. La celebración no se hace esperar, entre los jugadores, los periodistas -uno de los cuales gritaba desaforadamente "Dios es colombiano"-, los pocos colombianos presentes en el estadio y en toda Colombia.


Aquel festejado empate servía para comprobar no sólo a Colombia, sino al mundo del fútbol, la evolución de lo que se denominó "el proceso". Un proceso signado por el éxito y la continuidad en el trabajo deportivo, pero además -y es lo que aquí importa-, por su hondo significado que desbordó los límites espacio- temporales del juego y del ritual. Un proceso anclado en una atractiva idea de lo que era el fútbol de Colombia. En términos futbolísticos la propuesta era, a la vez, moderna y lírica, científica y lúdica: en realidad, una síntesis inesperada pero convincente: ganar, pero jugando bien; obtener resultados, pero sin renunciar a divertirse y divertir; lograr triunfos, títulos, epopeyas futbolísticas, pero sin perder una identidad, un estilo, una imagen de lo que debe ser el juego del fútbol, y en particular el fútbol de Colombia, en cuanto espectáculo generador de manifestaciones estéticas.


Para algunos, dentro del mundo del fútbol y dentro del mundo del mundo, un conjunto de valores, de planteamientos y de ideas que no concuerdan con la época y, mucho menos, con el país. La Colombia de finales de los ochenta estaba marcada por un incremento inusitado de la violencia debido, en buena parte, al fenómeno del narcotráfico (que además tuvo bastante que ver en el mejoramiento del nivel futbolístico). Por ello, resultaba inesperado que el fútbol de la selección no tuviera nada que ver con las normas de ganar a cualquier precio y menos con aquella máxima de un prestigioso entrenador: "ganar no es lo importante, es lo único".


En aquella Colombia sin referentes colectivos distintos a la inexistencia de referentes colectivos; crecientemente absorbida por la violencia, a corrupción y el enriquecimiento fácil; sumida en una crisis de valores unificadores y perdidos los mecanismos legitimadores tradicionales (la iglesia, los partidos); con significativos procesos de descomposición social; en aquella Colombia, decíamos, el fútbol se convirtió en la única instancia aglutinadora en términos constructivos. Como lo manifestaba un cientista social colombiano: "Maturana (el entrenador-ideólogo) integra lo negro-paisa-costeño en torno al pueblo barrio; marca el juego en coordenadas temporales y espaciales y con unos signos locales". Y, "con la selección el pueblo existe realmente, no porque salgan a la calle a vitorear los triunfos, sino porque el pueblo es una categoría real, presente en el juego de la selección".

 


ENTRETIEMPO


Al igual que los demás deportes profesionales, el fútbol ha logrado mantener su lugar de importancia gracias a su capacidad para adaptarse a las transformaciones sociales y para traducir, a su manera y sin nunca perder del todo su esencia lúdica, las tensiones políticas, sociales, económicas, culturales que giran a su alrededor. Pero a diferencia de otros deportes, y de allí su singularidad, ninguno como el fútbol ha logrado jugar un papel integrador, cohesionador y generador de adhesiones y lealtades".


Ellas se despliegan desde la más local, hasta esa indescriptible que se genera en torno a las selecciones nacionales. Algunos han querido explicarlo, como todo, a causa de la alienación propia del mundo capitalista; otros han preferido referirla a una particular concatenación de sentimientos primordiales, lealtades tribales, profesión de fe religiosa, algunos otros se inclinan por valorar la expresión ritual, sagrada, en que se convierte un partido y la participación en un determinado torneo. Uno más, el poeta Vinicius de Moraes, lo inmortalizó al decir de la selección brasileña:


Mi seleccionado de Oro... GOOOOOL DEEEEL BRAAAAASIL qué belleza mayor belleza no hay ni puede haber toda esta raza vibrando con una disnea colectiva ah qué vasoconstricción pero linda la sangre entrando verde por el ventrículo derecho y saliendo amarilla por el ventrículo izquierdo y fundiéndose en el cuerpo amoroso de pobres y ricos enfermos de pasión por la patria y hasta la revolución social en marcha se detiene por ver a seu Mané... o si no a los profesores Nilton y Djalma Santos a los que hay que canonizar porque nunca piensan en si únicamente en Gilmar más solito que Cristo en el Huerto en medio de ese rectángulo abstracto en cuyo torbellino se oculta el himen de la patria-niña que todos nosotros tenemos que defender hasta la última gota de nuestra sangre.


Patria, nación, selección, identificación de todo un pueblo unido en torno a un equipo por mecanismos pasionales, que no racional instrumentales. Pero, ¿cuáles son los alcances y límites de esta adhesión? para la política clásica: Gobiernos, autoridades, partidos, candidatos, el fútbol podría servir para alcanzar legitimidad. Para los empresarios, publicistas y medios de comunicación, que mejor que un mercado espectáculo, un mercado deporte. Pero evidentemente tal manipulación tiene sus límites. Los mecanismos y los alcances del fervor nacionalista que despierta el fútbol, obedecen a mediaciones más profundas y complejas. Ellos no se agotan en la burda utilización politiquera y menos en la manipulación publicitaria. Más allá hay procesos, símbolos, mitos, imaginarios, mediaciones, que subrayan a los factores aparentemente evidentes y a partir de los cuales se construye tal adhesión.


En ellos tal vez sea posible identificar elementos, relacionados con la puesta en juego de determinados valores, con la ruptura temporal de diferencias sociales y económicas, o con la eliminación inmediata de rivalidades ideológicas o políticas. Pero, ¿es factible distinguir un orden en su conjugación?

 


SEGUNDO TIEMPO


El escenario es ahora el estadio Monumental de River Plate en Buenos Aires. Colombia y Argentina disputan la clasificación al mundial de fútbol. A favor de Argentina el hecho de que juega de local y, como lo dijo Maradona, la historia. A favor de Colombia la tabla de clasificaciones y su fútbol: con el empate está en el anhelado mundial. 90 minutos más tarde y luego de una soberbia demostración futbolística, Colombia está en Estados Unidos. Venció por 5 goles a 0 a la historia. Otra vez el proceso y la adhesión a un estilo dieron sus frutos. Para los argentinos "vergüenza", como título una prestigiosa revista deportiva (y para Maradona 0 en historia, como lo destacó una propaganda en un diario colombiano).


Para los colombianos esa inocultable satisfacción de derrotar al poderoso, de humillar al prepotente, de alcanzarlo todo gracias a "la fe en lo nuestro". Un equipo y unos jugadores que, sin importar las circunstancias, imponen sus condiciones y no olvidan ceñirse a sus principios, aquello en lo cual se reconocen y hacen que los colombianos se reconozcan. Esos factores múltiples, inexplorados, que sirven de vínculo y de mediación entre la selección y su pueblo y entre su pueblo y una imagen de lo colombiano. Pero además, esta victoria tenía algo nuevo: la contundencia, los goles, la novedosa experiencia de conseguirlo sin tanto sufrimiento. Como si de verdad el país, por fin, encontrara la ruta de salida del purgatorio.


De allí en adelante la celebración, la fiesta inagotable que involucró al país, el presidente que recibió a la Selección y en un estadio colombiano abarrotado les impuso la máxima condecoración que se le otorga a los buenos hijos de la patria (como Alvaro Mutis). También, algunos muertos, pero no más que los que se producen en cualquier fin de semana a raíz de las violencias. Y una solicitud unánime, en el estadio, por la liberación del ex arquero de la selección, en prisión por intermediar en un secuestro.


El país, con sus contradicciones, allí representado. Desmesurado, absurdo, oportunista. Seguramente eso y mucho más. Sólo que allí había algo más que una locura colectiva improductiva o un aprovechamiento puramente político y económico de lo sucedido. En aquel "histórico triunfo" se desplegaba, de nuevo pero ahora con mayor fuerza, un proceso intangible de construcción de la nacionalidad, de afianzamiento de una identidad, de surgimiento de mitos futbolístico- vitales fundacionales y de confirmación de símbolos y mecanismos mediadores. Ello tal vez sea lo atractivo del lenguaje que el juego de la selección repite hasta el cansancio: el trabajo en equipo que no niega las individualidades, la profunda adhesión al proceso, con sus triunfos y derrotas, y el aprendizaje permanente, tanto de logros como de fracasos.


Esto puede sonar contradictorio y paradójico, puede tener aspectos virtuosamente rescatables y otros asquerosamente reprochables (como cualquier otro proceso de formación de una identidad nacional). Pero la pregunta de fondo es ¿hasta dónde? Sí, ¿hasta dónde lo forjado en la realidad paralela del juego puede trasladarse a la realidad real? ¿Es factible que el proceso de identificación nacional adquiera raíces profundas y duraderas, o está condenado a la fragilidad y fugacidad del triunfo deportivo?

 


EN LOS VESTIDORES


Se han establecido, con alguna certeza, instancias de relación profunda entre juego y cultura, fútbol y sociedad y, más en particular, entre fútbol y mecanismos forjadores de la identidad nacional. Definitivamente, hay que superar las visiones puristas del juego y aquellas simplificadoras que ven en los deportes algo así como mecanismos de reproducción y readecuación de la fuerza de trabajo alienada.


No obstante, parece que falta algo. Tal vez ordenar los argumentos; precisar, de mejor forma, el lugar del fútbol en el devenir de la sociedad; o indagar, en los términos de Norbert Elías, al deporte como una manifestación específica pero central de la sociedad. Ahora bien, en la reflexión concreta sobre identidad, nación, legitimidad, este trabajo, como un boxeador contra su sombra, golpea y golpea porque intuye que las interrelaciones y los entrecruzamientos son más diversos y más significativos de lo que hasta aquí se ha podido esclarecer.


El ejemplo examinado indica, también y con fuerza, que allí están los procesos, los mecanismos, los hechos. Pero indica, también que hay necesidad de delimitar cada esfera y sus interacciones para avanzar en el análisis. Es una situación algo paradójica porque simultáneamente se constatan los nexos pero suena un tanto exagerada la extrapolación.


Por lo pronto, basta con señalar que el juego del fútbol, gracias a sus elementos agonales, lúdicos, estéticos, de figuración y representación, genera una particular adhesión y lealtad en los espectadores y fanáticos. Tal adhesión, apoyada en sentimientos "primarios", religiosos, de tensión y placer, derivan en determinadas competencias y bajo circunstancias particulares, en procesos de identidad nacional, de forjamiento o construcción de la nación. Estos procesos, por situaciones sociales y políticas adquieren mayor relevancia y parecen proyectarse a nuevas instancias. En ellas, la propia gramática del juego se suma primero, a los ritos, mitos y símbolos generados ya no solo por el juego, sino por la relación con el pueblo que apoya a su selección; y se adiciona, luego, a la relación compleja con la situación del país hasta constituir verdaderos factores de consolidación de una identidad, de unos mitos fundacionales, de referentes colectivos que aglutinan, expresan y transforman. Pueden darse allí, sin duda, las condiciones y los factores para sustentar una "comunidad imaginada" que se reconoce y es reconocida.


Y, sin embargo, tales referentes son a la vez profundos y frágiles, pero sobre todo, dependen del fútbol como juego. La manipulación, la utilización abierta de la legitimidad que una selección nacional genera a su alrededor, o incluso los intentos por ganar otras adhesiones a costa de las reglas y figuraciones propias del fútbol, sólo conllevan, como quien rompe un hechizo, a la inmediata y sorprendente desaparición de los mecanismos, las identidades y las funciones.


Bibliografía


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1981 La estrategia de la ilusión, Barcelona, Editorial Lumen, 1981.
Elías, Norberth
1987 El proceso de civilización, México, Fondo de Cultura Económica, 1987.
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1985 La locura por el fútbol, México, Fondo de la Cultura Económica.
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1980 El deporte rey.
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1988 Los amos del juego, Bogotá, Peyre.
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1980 El fútbol, ritos, mitos y símbolos, Madrid, Alianza Editorial.
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1986 El fútbol como ideología, México, Siglo XXI Editores, 3a. edición.
Varios Autores
1991 Colombiagol: de Pedernera a Maturana, grandes momentos del fútbol, Bogotá, CEREC-L. de G. Editores.
Varios Autores
1992 Momentos trágicos del deporte, Bogotá, Voluntad.

* Artículo publicado en La Jornada Semanal, No.245, México, abril 24 de 1994 y en Revista Universidad de Antioquía, No.236, abril-junio de 1994.
** Politólogo, maestro en ciencias sociales de la FLACSO-México, estudiante del Doctorado de Investigación en Ciencias Sociales de la misma Facultad y coautor del libro Colombiagol, de Pedernera a Maturana, grandes momentos del fútbol, editado por CEREC y L. de G. en Bogotá, Colombia, 1991.

 

 

 

2- La poesía, de chanfle al segundo palo (Juan Sasturain)

 


RECUERDO QUE mi viejo tiraba la bronca contra Aróstegui, porque "transmitía todos los partidos igual". Eran los años cincuenta -antes del memorable desastre del Mundial de Suecia del '58- y todavía no habíamos llegado a la fiebre analítica y descriptiva que nos invadiría poco después. Por entonces, don Alfredo Aróstegui, "el relator olímpico", intercalaba algunos nombres propios entre un sinfín de frases hechas en las cuales recuerdo con especial afecto la que decía, antes de un saque lateral, "será encargado de ponerla otra vez en movimiento el jugadorr..." y ahí nombraba al "jas" correspondiente, ya que eran casi invariablemente ellos, cuando todavía no aspiraban a marcadores de punta, los encargados de esos menesteres.


Por entonces -"Quién es El Esférico, papá?", pregunté luego de oír por enésima vez que tal individuo "salía del campo de juego"- los relatores más notorios eran cuatro: Fioravanti; Veiga; el consabido Relator Olímpico, sistemáticamente deformado en "Aróstigue" por los analfas que proliferaban líricamente en los campos de juego; y le pintoresco uruguayo Lalo Pelicciari, autor de "tranquilo muchachos", "alto fuera" y el finalísimo "esto se acaba, señores". Pero los orientales -Solé, Heber Pinto y tantos otros que no recuerdo- merecen un laburo descriptivo aparte porque son excepcionalmente gráficos, deslenguados, espontáneos, arrebatados hasta para crear una metáfora más desaforada sobre la marcha para manifestar un sentimiento que los supera. Recuerdo, de pasada, cuando describiendo una jornada gloriosa de "la celeste", sobre los últimos minutos tomó la pelota en medio campo el "verdugo" Pedro Virgilio Rocha y el relator dijo poco más o menos que esto: "Avanza Uruguay, la lleva Rocha; la pelota al pie, la vista al frente, melena al viento... ¡Parece Artigas!..." Y seguramente habrá infinitas anécdotas superiores o ejemplos de una hipérbole aún mayor.


Ese nunca fue el rasgo propio de nuestros relatores. El caso Muñoz va por otros carriles, expansivos, sí, pero de otra índole y en diferente dirección. En aquellos años, el maestro Fioravanti -así reconocido por todos, al menos formalmente- hilvanaba con elegancia los términos de una descripción del juego en que, mientras inauguraba ciertas muletillas que con el tiempo se han vuelto inaceptables: "saltan varios hombres", "entrega la pelota a un compañero", "hay una serie de rebotes" y otras serie de vaguedades no atribuibles a la lentitud expresiva sino a otro criterio, menos pormenorizado pero ortodoxa y literariamente narrativo, que hacía lugar a la expresión florida y la metáfora sutil. Y para este lado queremos rumbear.


Góngora en los relatos


Las vertientes de Fioravanti fueron varias. Voy a dar dos ejemplos por los que puedo ser desmentido, pues no soy un erudito en la materia, pero cuya representatividad es innegable: el hallazgo de "el cancerbero" y la mágica invención de la "nube de fotógrafos". Dos líneas poéticas en el arsenal metafórico del maestro. El clasicismo renacentista que con Dante introduce la mitología en el "Inferno" y, dentro de ella, al Can Cerbero, perro descomunal de tres cabezas, custodio feroz de las puertas insalvables al extraño, por una insólita traslación se introdujo en el repertorio expresivo de un vate rioplatense y futbolero que buscó en el momento la idea que expresase el fervor defensivo de Pancho Lombardo, el vasco Echegaray o cualquier otro implacable marcador. Lo de la metáfora o figura que asoció el numeroso grupo de fotógrafos al fenómeno trivial y meteorológico es de más fácil explicación: desde lo alto, en la cabina de transmisión, las huestes de reporteros gráficos -eufemismo josemariano- suelen evocar, frente a las clásicas formaciones de hincados y de pie, globosas figuras de nimbus, cirrus y cúmulus. El innegable hallazgo expresivo, sin embargo cristalizó rápidamente en un tropo retórico y socorrido a la manera de nieve/piel, perla/dientes gongorinos y se ha convertido en un pecado de lesa comunicación para los profesionales del relato. Juntó a los "miles de pañuelos blancos que emergen de las tribunas -o de los cuatro costados del campo- saludando la victoria del equipo tal", caer en su mención es sólo equiparable en bostezo mental a los "siniestros de proporciones" y a los funcionarios que "hacen uso de la palabra" y demás torpeza rotuladas por la agencias. Sin embargo, la riqueza de las imágenes de la jerga futbolera linda con el despilfarro. Y fue, sin duda, el período de mayor desorientación táctico-técnica-dirigente, que sucedió al descripto, el que entregó los mejores momentos en cuanto a hallazgos gráficos y analogías curiosas. Y no es difícil decir por qué: en la crítica y el comentario de fútbol había irrumpido la ironía.


Quevedo en los comentarios


Hubo un época feroz de "El Gráfico" -coincidente con el lanzamiento del "Fútbol Espectáculo" de Armando y Liberti- en que Panzeri, Lazzati, Pepe Peña, el Osvaldo Ardizzone de sus comienzos y otros de quienes no puedo acordarme, comenzaron a desmenuzar partidos, jugadores, circunstancias y tácticas con un fervor analítico hasta entonces desconocido. Con una pasión renegadora que mezclaba los táctico y lo ético, la inteligencia y la arbitrariedad -es memorable el ejemplo de aquel marcador lateral de Estudiantes, Castillo, "no podía jugar" porque "era muy feo" -se inventaron imágenes y figuras que de a poco se hicieron cotidianas: Nardiello, aquel wing de Boca que jugaba "con un balde invertido en la cabeza", por su ceguera para resolver; Orlando, el brasileño que en la primera línea de cuatro que se formó en Argentina, cuando vino Feola a Boca, era un seis que no salía del fondo, se quedaba "en la cueva"; los delanteros que jugaban asilados adelante, esperando un error, "a la pesca", y de ahí la expresión "Sanfilippo con la caña", etcétera. Así se acuñaron bellezas tales como "cintura de madera", "tiene un dado en la cabeza" -cuando cabecea para cualquier lado-, defensores que "rifan" la pelota al entregarla sin destino, delanteros talentosos pero "laguneros" -tipo Ermindo Onega- en tanto discontinuos, con lagunas mentales; los centros "a la olla", evocando la parábola de las legumbres al voleo hacia un destino de puchero... En fin, una maravilla de creatividad.


Pero aquí ya estábamos lejos de la retórica lírica de la "verde gramilla" de Pedrito Valdez o la definición de los jugadores por imágenes ennoblecedoras como "La Maravilla elástica" o "Don Pedro del Area". Fue de la mano de la práctica y a partir del desencanto por los fracasos y los espectáculos horribles que el lenguaje se hizo más filoso, imaginativo, irónico. Y precisamente a partir de los medios escritos, no de los radiales, ya que éstos, sobre todo a partir de la consolidación de Muñoz como el Gran Palabrero y master en conexiones, se han desarrollado en el sentido de la cantidad de información y en el olvido de la opinión crítica. Una costumbre que le ha dado buenos dividendos.


La metonimia que le dicen


Sin puntualizar la propiedad de los hallazgos ni tratar de historizar los últimos quince años, el imaginero ha crecido en forma incesante al mismo ritmo que el volumen -páginas en los diarios, horas en la radio, en la TV- se come trivialidades como la política nacional, la cultura en general y otras tonterías. Hay algunos rasgos: ha decaído el ritmo de la creación de esas verdaderas alegorías que constituyeron en su momento la idea de la "quintita" y su cuidador, para el marcador que no salía de su zona, o del "wing ventilador" para aquel que bajaba al medio campo para permitir una salida por el costado -Corbata, Gonzalito, fueron los clásicos-. Ya no es frecuente este tipo de invenciones. Se han cristalizado, en cambio, algunas metonimias -figura que consiste en aludir el toda a través de la parte: veinte mil "cabezas" por otras tantas reses; necesito "una mano" por alguien que me ayuda, etc.- que hacen verdaderamente críptico el lenguaje para los no iniciados.


Cuando Passarella "agarra la lanza" el cronista hace referencia a que River, necesitado de atacar por esta en desventaja, adelanta los hombres de la defensa en un ataque impetuoso que evoca la carga del malón; si Pancho Sa es descripto "con la escoba" uno puede suponer que, como en el caso de "la bruja" Verón, se hace referencia a un apodo; no señores: está "con la escoba" porque "barre" el fondo de la defensa, es decir que como juega de líbero o último hombre, carece de marca fija y cubre las eventuales fallas de sus compañeros... En fin, es largo pero exacto. Las "luces encendidas y/o apagadas" no son aplicables a cualquier jugador sino a unos pocos -cada vez menos: Bochini, Houseman...- que, como los personajes de historietas antiguas, asocian repentinas ideas y realizaciones brillantes al encendido de una lamparita. En este mismo sentido suele leerse que "Diego frotó la lámpara", haciendo referencia a la doble condición mágica y genial de Maradona, la metonimia loca, viejo.


Lo que ha crecido en forma espectacular es la creatividad verbal. Si los argentinos hemos inventado el verbo "indexar" -perdonando la palabra- a partir de INDEC, es trivial "volantear", es obvio "centrear, es infantil "achicar"; pero hay cosas mucho más ricas: hoy se "pellizca" la pelota en el medio, se "desborda" por los laterales, hay "arrugues" en la derrota, se "muerde" en el medio, los marcadores suelen "absorber" a los delanteros y los laterales se "desenganchan", aunque los volantes pueden "sorprender desde atrás", picando al vacío... Todo es posible ya.


La vida 2 - Yo 0


Este crecimiento desmesurado del lenguaje que describe el correr de la pelota y los encargados de impulsarlo tiene otras implicaciones si se tiene en cuenta la funcionalidad demostrada por el vocabulario y la imaginería del tablón y la crónica para describir cualquier tipo de situaciones, más allá del "coqueto estadio" o "el reducto cervecero". La poesía tanguera -muy afecta a las metáforas turfísticas en general- ha recurrido sólo por excepción al dialecto dominguero: Manzi, en "Ché Bandoneón", describió "el trago de licor/que ayuda a recordar/que el alma está en orsay/ché bandoneón; pelota que le devolvió Cátulo en el homenaje de "A Homero": "Eran años de cercos y glicinas,/de la vida en orsay, del tiempo loco", con lo que redondearon una hermosa imagen existencial. Las antiquísimas expresiones "gol de media cancha" y "marcar a presión" para referirse a grandes pegadas o a mujeres celosas custodias de las andanzas maritales tienen el insoportable olor de la naftalina... Hay, sin embargo, un campo menos explorado: "Si esa mina no es de Rosario le pego en el palo" es bueno y da la idea de aproximación; "Después de tomarme la bolilla ocho me pelotearon entre los tres" es impecable y descriptivo, y sostener que tal político "está podrido de hacer banco" es, además, cierto.


Yendo más lejos, nadie se lleva a equívocos en cuanto al sentido si uno dice que tipos que viven y morirán como marcadores de punta o que nacieron para eso; que el Tano Ruggiero toca el bandoneón como un diez pisador que tanto mete un cambio de frente como amaga y se va en pared, frena, saca el remate..., que Juan Alemann es fácilmente asociable a Zubeldía; que mientras los sectores ruralistas muerden en el medio campo, los trabajadores esperan abroquelados en el fondo para salir en contraataque por ahora poco orgánico; que la literatura de Gudiño Kieffer hace "fulbito"; que con esa cara es como empezar perdiendo uno a cero; que Harguindeguy tiene problemas de perfil; que Borges se tiró en el área pero nadie le creyó, en fin.


Uno de los últimos hallazgos ha sido, a mi entender, el verbo "paisajear", mezcla de quietud, inmovilidad y falta de reacción ante circunstancias de riesgo: "La defensa de Racing paisajeó y Outes cabeceó ante las narices de Cejas". Algo así, equivalente sería: "El equipo económico paisajea, Martínez de Hoz sale a cortar, Juan Alemann habilita, Videla hace seguir... Gol de Ellos. Gooooool de Ellos".
No sé si me explico, como decía José D'Amico.


Homenaje


A los creadores. Infinitos creadores: el del tablón ("Este tres no agarra una vaca en un baño"), el lírico-romántico de antaño ("Yácono realizó con limpieza el abanico"), el cientificista ("Con parte externa del miembro inferior izquierdo, a la base del segundo palo"), el épico ("En la ciudadela, el Custodio de Los Tres Palos será...") y uno más, el mayor de todos: el surrealista creador del "banderín solferino". Por mucho menos que eso, Daría, Neruda y Oliverio Girondo entraron en las antologías.


 

3- El Futbol a Sol y Sombra (Eduardo Galeano).

 


Aquí hay algunos fragmentos del libro de Eduardo Galeano.


El hincha


Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio.
Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno.


Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos.


Rara vez el hincha dice: «hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros». Bien sabe este jugador número doce que es él quein sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música.


Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se va y el hncha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval.


El fanático


El fanático es el hincha en el manicomio. La manía de negar la evidencia ha terminado por echar a pique a la razón y a cuanta cosa se le parezca, y a la deriva navegan los restos del naufragio en estas aguas hirvientes, siempre alborotadas por la furia sin tregua.

El fanático llega al estadio envuelto en la bandera del club, la cara pintada con los colores de la adorada camiseta, erizado de objetos estridentes y contundentes, y ya por el camino viene armando mucho ruido y mucho lío. Nunca viene solo. Metido en la barra brava, peligroso ciempiés, el humillado se hace humillante y da miedo el miedoso. La omnipotencia del domingo conjura la vida obediente del resto de la semana, la cama sin deseo, el empleo sin vocación o el ningún empleo: liberado por un día, el fanático tiene mucho que vengar.

En estado de epilepsia mira el partido, pero no lo ve. Lo suyo es la tribuna. Ahí está su campo de batalla. La sola existencia del hincha del otro club constituye una provocación inadmisible. El Bien no es violento, pero el Mal lo obliga. El enemigo, siempre culpable, merece que le retuerzan el pescuezo. El fanático no puede distraerse, porque el enemigo acecha por todas partes. También está dentro del espectador callado, que en cualquier momento puede llegar a opinar que el rival está jugando correctamente, y entonces tendrá su merecido.

 

El gol


El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna.

Hace medio siglo, era raro que un partido terminara sin goles: 0 a 0, dos bocas abiertas, dos bostezos. Ahora, los once jugadores se pasan todo el partido colgados del travesaño, dedicados a evitar los goles y sin tiempo para hacerlos.

El entusiasmo que se desata cada vez que la bala blanca sacude la red puede parecer misterio o locura, pero hay que tener en cuenta que el milagro se da poco. El gol, aunque sea un golecito, resulta siempre gooooooooooooooooooooooool en la garganta de los relatores de radio, un do de pecho capaz de dejar a Caruso mudo para siempre, y la multitud delira y el estadio se olvida de que es de cemento y se desprende de la tierra y se va al aire.

 

En entrenador


Antes existía el entrenador, y nadie le prestaba mayor atención. El entrenador murió, calladito la boca, cuando el juego dejó de ser juego y el fútbol profesional necesitó una tecnocracia del orden. Entonces nació el director técnico, con la misión de evitar la improvisación, controlar la libertad y elevar al máximo el rendimiento de los jugadores, obligados a convertirse en disciplinados atletas.

El entrenador decía:

Vamos a jugar.

El técnico dice:

Vamos a trabajar.

Ahora se habla en números. El viaje desde la osadía hacia el miedo, historia del fútbol en el siglo veinte, es un tránsito desde el 2-3-5 hacia el 5-4-1. pasando por el 4-3-3 y el 4-4-2. Cualquier profano es capaz de traducir eso, con un poco de ayuda, pero después, no hay quien pueda. A partir de allí, el director técnico desarrolla fórmulas misteriosas como la sagrada concepción de Jesús, y con ellas elabora esquemas tácticos más indescifrables que la Santísima Trinidad.

Del viejo pizarrón a las pantallas electrónicas; ahora las jugadas magistrales se dibujan en una computadora y se enseñan en video. Esas perfecciones rara vez se ven, después, en los partidos que la televisión transmite. Más bien la televisión se complace exhibiendo la crispación en el rostro del técnico, y lo muestra mordiéndose los puños o gritando orientaciones que darían vuelta al partido si alguien puedira entenderlas.

Los periodistas lo acribillan en la conferencia de prensa, cuando el encuentro termina. El técnico jamás cuenta el secreto de sus victorias, aunque formula admirables explicaciones de sus derrotas:

Las instrucciones eran claras, pero no fueron escuchadas, dice, cuando el equipo pierde por goleada ante un cuadrito de morondanga. O ratifica la confianza en sí mismo, hablando en tercera persona más o menos así: «Los reveses sufridos no empañan la conquista de una claridad conceptual que el técnico ha caracterizado como una síntesis de muchos sacrificios necesarios para llegar a la eficacia».

La maquinaria del espectáculo tritura todo, todo dura poco, y el director técnico es tan desechable como cualquier otro producto de la sociedad de consumo. Hoy el público le grita:

¡No te mueras nunca!

Y el Domingo que viene lo invita a morirse.

El cree que el futbol es una ciencia y la cancha un laboratorio, pero los dirigentes y la hinchada no sólo le exigen la genialida de Einstein y la sutileza de Freud, sino también la capacidad milagrera de la Virgen de Lourdes y el aguante de Gandhi.

 

El Mundial del 78

 

En Alemania moría el popular escarabajo de la Volkswagen, el Inglaterra nacía el primer bebé de probeta, en Italia se legalizaba el aborto. Sucumbían las primeras víctimas del sida, una maldición que todavía no se llamaba así. Las Brigadas Rojas asesinaban a Aldo Moro, los Estados Unidos se comprometían a devolver a Panamá el canal usurpado a principios de siglo. Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro, que iba a desplomarse en cuestión de horas. En Nicaragua tambaleaba la dinastía de Somoza, en Irán tambaleaba la dinastía del Sha, los militares de Guatemala ametrallaban una multitud de campesinos en el pueblo de Panzós. Domitila Barrios y otras cuatro mujeres de las minas de estaño iniciaban una huelga de hambre contra la dictadura militar de Bolivia, al rato toda Bolivia estaba en huelga de hambre, la dictadura caía. La dictadura militar argentina, en cambio, gozaba de buena salud, y para probarlo organizaba el undécimo Campeonato Mundial de Fútbol.

Participaron diez países europeos, cuatro americanos, Irán y Túnez. EL Papa de Roma envió su bendición. Al son de una marcha militar, el general Videla condecoró a Havelange en la ceremonia de la inauguración, en el estadio Monumental de Buenos Aires. A unos pasos de allí, estaba en pleno funcionamiento el Auschwitz argentino, el centro de tormento y exterminio de la Escuela de Mecánica de la Armada. Y algunos kilómetros más allá, los aviones arrojaban a los prisioneros vivos al fondo de la mar.

«Por fin el mundo puede ver la verdadera imagen de la Argentina», celebró el presidente de la FIFA ante las cámaras de la televisión. Henry Kissinger, invitado especial, anunció:

—Este país tiene un gran futuro a todo nivel.

Y el capitán del equipo alemán, Berti Vogts, que dio la patada inicial, declaró unos días después:

—Argentina es un país donde reina el orden. Yo no he visto a ningún preso político.

Los dueños de casa vencieron algunos partidos, pero perdieron ante Italia y empataron con Brasil. Para llegar a la final contra Holanda, debían ahogar a Perú bajo una lluvia de goles. Argentina obtuvo con creces el resultado que necesitaba, pero la goleada, 6 a 0, llenó de dudas a lo malpensados, y a los bienpensados también. Los peruanos fueron apedreados al regresar a Lima.

La final entre Argentina y Holanda se definió por alargue. Ganaron los argentinos 3 a 1, y en cierta medida la victoria fue posible gracias al patriotismo del palo que salvó al arco argentino en el último minuto del tiempo reglamentario. Ese palo, que detuvo un pelotazo de Rensenbrink, nunca fue objeto de honores militares, por esas cosas de la ingratitud humana. De todos modos, más decisivos que el palo resultaron los goles de Mario Kempes, un potro imparable que se lució galopando, con la pelambre al viento, sobre el césped nevado de papelitos.

A la hora de recibir los trofeos, los jugadores holandeses se negaron a saludar a los jefes de la dictadura argentina. El tercer puesto fue para Brasil. El cuarto, para Italia.

Kempes fue el mejor jugador de la Copa y también el goleador, con seis tantos. Detrás figuraron el peruano Cubillas y el holandés Rensenbrink, con cinco goles cada uno.

Maradona Diego Armando y la Mano de Dios

 

Pelé


Cien canciones lo nombran. A los diecisiete años fue campeón del mundo y rey del fútbol. No había cumplido veinte cuando el gobierno de Brasil lo declaró tesoro nacional y prohibió su exportación. Ganó tres campeonatos mundiales con la selección brasileña y dos con el club Santos. Después de su gol número mil, siguió sumando. Jugó más de mil trescientos partidos, en ochenta países, un partido tras otro a ritmo de paliza, y convirtió casi mil trescientos goles. Una vez, detuvo una guerra: Nigeria y Biafra hicieron una tregua para verlo jugar.


Verlo jugar, bien valía una tregua y mucho más. Cuando Pelé iba a la carrera, pasaba a través de los rivales, como un cuchillo. Cuando se detenía, los rivales se perdían en los laberintos que sus piernas dibujaban. Cuando saltaba, subía en el aire como si el aire fuera una escalera. Cuando ejecutaba un tiro libre, los rivales que formaban la barrera querían ponerse al revés, de cara a la meta, para no perderse el golazo.


Había nacido en casa pobre, en un pueblito remoto, y llegó a las cumbres del poder y la fortuna, donde los negros tienen prohibida la entrada. Fuera de las canchas, nunca regaló un minuto de su tiempo y jamás una moneda se le cayó del bolsillo. Pero quienes tuvimos la suerte de verlo jugar, hemos recibido ofrendas de rara belleza: momentos esos tan dignos de inmortalidad que nos permiten creer que la inmortalidad existe.

 

 


4- Estrategias y tácticas de futbol


Cómo se han desarrollado las tácticas en este deporte



Las estrategias y tácticas del futbol son muy variadas, dándose muchas combinaciones desde los primeros años del siglo XX. Actualmente, en sentido amplio un equipo se clasifica en delanteros, centrocampistas y defensas.


En los comienzos se experimentaron combinaciones como 1-1-1-8 y 1-1-2-7, en las que el portero era el primero de la secuencia. En 1925 se cambió la regla del fuera de juego de forma que el número de oponentes requerido entre el atacante y la línea de gol se redujo de tres a dos; como resultado surgió lo que se llamó la formación WM de 1-3-2-2-3, así llamada porque si se mira desde atrás forma una W y si se mira desde delante una M.


En Suiza se desarrolló el sistema "cerrojo", con una alineación de 1-1-3-2-4. Los suizos inventaron también los principios del catenaccio (encadenado), que básicamente es una formación defensiva que sitúa a un jugador "escoba" por atrás de cuatro defensas, tres mediocampistas y dos atacantes. Los italianos perfeccionaron el catenaccio y experimentaron con otras tres alineaciones: 1-1-3-3-3, 1-1-3-4-2 y 1-1-4-3-2


En la década de 1950 los húngaros evolucionaron un sistema 1-4-2-4, que luego los brasileños modificaron. Los sistemas británicos hicieron variaciones como el 1-4-4-2.


Los holandeses experimentaron con lo que denominaron "futbol total", en el que cualquier jugador puede ser requerido tanto para atacar como para defender, según lo demande la situación. Esto exigía muchísimo a los jugadores. Subir


Una variación del sistema de catenaccio se desarrolló en Alemania, donde el jugador "escoba" se transformó en el "líbero" que podía atacar desde atrás. Se hicieron otros experimentos de alineación en la Unión Soviética, jugando con formaciones 1-4-5-1.


Otra formación de la URSS fue con dos jugadores "escoba" en una alineación 1-2-3-3-2. En Gran Bretaña muchos equipos adoptaron lo que se conoce como 'pantalla frontal', donde un jugador escoba juega por delante de una línea de cuatro en formación 1-4-1-3-2.


También está la formación en forma de "diamante", donde cuatro centrocampistas se sitúan formando los vértices de la figura de un diamante en alineación 1-4-1-2-1-2. Muy a menudo, las formaciones defensivas comprenden la defensa "hombre a hombre" o individual, un catenaccio en el que cada defensor se encarga de un atacante al que sigue por todas partes, o un sistema "zonal", en el que el jugador tiene asignada una parte del campo y marca a cualquier atacante que penetra en su zona.


En el futbol actual se puede hablar de dos escuelas bien diferenciadas que, según su cercanía al sistema zonal o individual, definen las principales formas de entender este deporte.

 

 

5- El Tercer Milenio: ¿Era del fútbol post-nacional? (Sergio Villena Fiengo)

 

 

 

Sergio Villena Fiengo
(Costa Rica)
FLACSO, Secretaría General
svillena@flacso.org www.flacso.org


El fútbol ha sido señalado como la práctica cultural dominante a escala global durante la década de los '90s, tal como el rock lo fuera en los años '60s y '70s. Aunque esta afirmación, emitida por sociólogo inglés M. Jacques en 1997, pueda pecar de alguna exageración, parece evidente que cualquier referencia a la globalización cultural en curso debe mencionar al fútbol.

Ahora bien, la difusión del fútbol, como todos sabemos, es un fenómeno previo a la actual ola globalizadora. En general, existe un consenso entre los sociólogos e historiadores, en que los deportes como un conjunto de prácticas especializadas (de carácter experimental) orientadas a llevar hasta sus límites la potencia física humana, es un fenómeno de la modernidad, que acompaña el proceso de "civilización" y de racionalización de la violencia. El fútbol, que es parte de este proceso, surge como deporte en Inglaterra a lo largo del siglo XIX y su difusión se inicia hacia fines del mismo siglo, favorecida por el empuje comercial e industrial del imperialismo inglés. La penetración del fútbol gana ímpetu en los años '30, cuando se celebra el primer campeonato mundial y llega a su máxima expresión con el desarrollo de las tecnologías comunicativas audiovisuales, sobre todo con la televisión por vía satélite. La incorporación de los Estados Unidos y los países del este asiático marcan su definitiva mundialización.


Ahora bien, y ésta es una gran diferencia con otros fenómenos globales, como el rock, la difusión del fútbol ha estado, hasta ahora, estrechamente relacionada con otro fenómeno que le fue coetáneo: la difusión de la forma moderna de comunidad política, esto es, la constitución de los Estados-Nación. Esto se evidencia en la forma de organización que adquirió el fútbol: la FIFA, nacida en un periodo de auge del nacionalismo europeo (1904), fue concebida como una institución de carácter internacional, puesto que sus miembros son federaciones -y no estados- nacionales.


La función más importante de este ente internacional ha sido, además de homogenizar, regular y promover la práctica del fútbol a lo largo y ancho del planeta, la de organizar competencias deportivas en las que se enfrentan "representaciones nacionales". Esas "selecciones nacionales", estaban y aún lo están, conformadas exclusivamente por jugadores que tuvieran la nacionalidad respectiva. Es más, la FIFA niega hasta hoy el derecho de que un jugador pueda participar, en momentos distintos, en más de una selección, por más que hubiese cambiado de nacionalidad.


Con el transcurso de los años, el fútbol adquirió el carácter de un acontecimiento simbólico de profundas implicaciones geopolíticas, llegando a ser considerado incluso como una forma de "guerra ritual" entre naciones. Más aún, elemento fundamental en los procesos constitutivos y actualizadores de las identidades nacionales en muchos países del globo, el fútbol ha sido en algunas ocasiones detonador de conflictos internacionales, como la tan conocida "guerra del fútbol" entre Honduras y El Salvador a fines de los años ´60, así como en los conflictos más recientes en los Balcanes. De ahí la significación profunda de la frase de Albert Camus, "Patria es la selección nacional de fútbol".


Así, en la era de la modernidad temprana, el fútbol fue convertido en un elemento útil para estimular la integración simbólica tan necesaria para la conformación de las identidades que están en la base de esas comunidades imaginadas que son las naciones. Para muchos, la asistencia activa a los espectáculos deportivos en un verdadero deber cívico, independientemente de si les gusta o no el fútbol: apoyar a "su" selección nacional -aunque juegue mal-- es una sentida declaración pública de pertenencia y lealtad a la nación. Que esta adhesión sea interpretada como una muestra del carácter democrático y popular del fútbol o, por el contrario, como un mecanismo de legitimación espúrea de las acciones estatales, no modifica ese carácter integrador a la nación.


En este proceso, los periodistas deportivos -cuyo campo también ha estado organizado siguiente patrones nacionales-- han actuado, a menudo, como verdaderos adalidades del nacionalismo, difundiendo un discurso que fusiona los ideales caballerescos del amateurismo aristocrático con la retórica del sacrificio desinteresado por la patria. Gracias a la labor de los medios, el nacionalismo tenía en los campeonatos internacionales de fútbol -con su expresión máxima en la Copa Mundial de Fùtbol, cuya final en 1998 congregó a 1.7 miles de millones de tele-espectadores- un reducto que hasta hoy parecía intocable. La fusión de nacionalismo y fútbol en la industria massmediática permitía que los medios aumentaran su audiencia, los patrocinadores incrementaran sus ventas y los políticos capitalizaran la ficción de la participación que embarga a todo "jugador nº 12", equivalente deportivo del "soldado desconocido".


Ahora bien, en última década de los años '90, la forma estatal-nacional ha sido paulatinamente puesta en cuestión como comunidad político-cultural. Los procesos de globalización, que se manifiestan en la conformación de nuevas identidades sub, trans y supraestatales, están erosionando el sentido común nacionalista con el que hasta el más profano de los seres humanos -con la excepciones del caso, por supuesto- percibía, valoraba y actuaba socialmente. En lo que a esta nota concierne, esto conduce a preguntarnos cómo los procesos globalizadores en curso están afectando la articulación entre fútbol y nacionalismo.


Nuestra hipótesis es que estamos presenciando un debilitamiento de la hasta ahora exitosa articulación entre fútbol y nacionalismo. Como ocurre en otros ámbitos, pareciera que, en el fútbol, la globalización no debe entenderse como una mayor difusión de esta práctica deportiva-espectáculo ni como una creciente articulación entre organizaciones ancladas nacionalmente, fenómenos ambos en proceso, sino principalmente como un cambio en los patrones de su organización y, por lo tanto, de sus funciones simbólicas. Veamos cuáles son los argumentos que pueden presentarse a favor de la hipótesis de que la globalización del fútbol implica un cambio de organización desde formas internacionales hacia formas que tienen un carácter más bien supranacional, manteniendo en mente la Primera Copa Mundial de Clubes, realizada en enero de este año en las ciudades de Sao Paulo y Río de Janeiro.


Hace unos años, la FIFA consideró de primera importancia organizar un campeonato mundial de clubes, eligiendo para ello la significativa fecha de enero del año dos mil. El evento en cuestión, más allá de su calidad futbolística misma, no ha despertado la pasión de multitudes que suele acompañar a los mundiales "nacionales" de fútbol, aunque seguramente sí ha sido presenciado por todos aquellos que gustan del fútbol como un deporte, como un fin en sí mismo. Privado de su carácter de espacio donde reforzar lazos comunitarios nacionales, a nadie debe extrañar que ningún gobierno haya declarado asueto para que los hinchas de fútbol pudieran presenciar este evento.


Pese a ello, es innegable que la organización de este primer campeonato mundial no internacional, ha marcado una pauta fundamental en el campo -sociológico- del fútbol, puesto que hace evidente que esta práctica ha comenzado a separarse -institucionalmente- de la ya molesta carga de lo político propia del nacionalismo, pero no para conformarse en una práctica autónoma, sino para ceder su independencia a las leyes del mercado global. Como consecuencia, el fútbol está perdiendo cada vez más no sólo sus valores humanistas particulares -inspirados en el olimpismo reciclado como "fair play"--, sino también su asociación con el nacionalismo y la regulación estatal.


Así, el criterio de valoración legítimo dentro del campo del fútbol, que alguna vez se pensó sería exclusivamente el rendimiento deportivo de los jugadores y de sus equipos, se está alejando de los constreñimientos que derivaban de una organización y manejo basada en criterios de nacionalidad, para favorecer los criterios de legitimación basados en su capacidad para servir de instrumento a las estrategias de marketing de las grandes empresas transnacionales del entretenimiento y la comunicación. En esta dirección apunta también la paulatina conversión, verificable a escala global, de los clubes en empresas que operan con capital transnacional (es el caso del Palmeiras y del Vasco Da Gama, que disputaron la final del Primer Mundial de Clubes), así como en la creciente flexibilización de las medidas proteccionistas del "fútbol nacional" que limitaban el número de extranjeros que podían alinear los equipos. Lo mismo puede decirse de la flexibilización de las obligaciones de préstamos de jugadores a las selecciones por parte de los clubes, evidenciada claramente en la reciente Copa de Oro en el caso del jugador D. York de Trinidad y Tobago/Manchester United.


De esta forma, el fútbol, que alguna vez se pensó era propiedad de la sociedad civil (del mundo de la vida, diría Habermas), parece ser cada vez menos una cuestión de Estado y se convierte, como todo en la era neoliberal, en un monopolio del mercado globalizado. Desde esta perspectiva, en el futuro cercano, carecerá de todo sentido hablar de "fútbol nacional", como ya ocurre con la "industria nacional": como los electrodomésticos de hoy, los equipos serán -algunos ya lo son-- ensamblados de "partes" producidas en cualquier y cambiante lugar, de acuerdo con las fluctuaciones bursátiles. Por lo demás, la creciente rotación de jugadores y cuerpos técnicos a lo largo y ancho del planeta, parece estar conduciendo a que los diferentes "estilos" futbolísticos nacionales se difuminen: hoy, hasta los alemanes mueven la cintura y se aventuran al dribbling.


Por su parte, pareciera que en esta transición al tercer milenio, las hinchadas poco a poco están dejando de ser nacionales para asumir un carácter supranacional: clubes como el Barcelona o el Ajax, por citar algunos, no sólo alinean jugadores de los más diversos orígenes geográficos, sino que cuentan entre sus más asiduos seguidores -en general mediáticos- a aficionados de muchas nacionalidades. No sería extraño que, gracias a la revolución digital, en un futuro no muy lejano estos hinchas se organicen y conformen comunidades virtuales supranacionales. En el momento en que "hinchar" para estos clubes sea más importante que apoyar a un club "nacional", como antes ocurrió con el desplazamiento de las lealtades parroquiales por las nacionales, el primordialismo que ha pautado hasta ahora las adhesiones y lealtades futbolísticas será cosa del pasado.


Pese a que pasará mucho tiempo antes que los periodistas deportivos, jugadores, entrenadores, dirigentes, hinchas y detractores se liberen de una lógica clasificatoria concebida para tipificar a los seres humanos enfatizando en su nacionalidad, parece ser que poco a poco ésta resultará irrelevante en el mundo del fútbol. Para los jugadores de hoy, se hace cada vez más importante ser capaces de competir en el mercado mundial de piernas, y sobre todo para vender imagen, que mantener su idoneidad para "representar" a un país. Tal vez por eso es cada vez más usual, en el mundo futbolísticamente subdesarrollado, referirse a los campeonatos internacionales subrayando su carácter de escaparates para que los "seleccionados" se exhiban ante los cazadores de talentos.


Leído en esta clave, el mundial de clubes reciente parece ser una tímida bienvenida al tercer milenio como la era del fútbol postnacional. Sin embargo, el escaso interés que ha despertado por ese evento parece indicar que la abolición de las selecciones nacionales es todavía un hecho lejano. En uno u otro caso, parece haber poco espacio para los amantes del fútbol como arte.


San José de Costa Rica, febrero del 2000.

 

 

 

6- Homodiscurso futbolero (Carlos Rehermann)

 

Como observó John Berger, la cultura europea desarrolló, desde el siglo XVI, una obsesión por las piernas femeninas. Prácticamente todas las imágenes del arte, la moda, la literatura erótica y hasta la forma física ideal de la mujer occidental de los últimos cuatro siglos, pueden explicarse a partir de ella. Berger mostró, en un programa de la BBC, luego recogido en un librito clave para la comprensión de la evolución de la representación visual de Occidente (Modos de ver), cómo nuestra cultura colocó las piernas femeninas en la cúspide de la fantasía erótica masculina.

Paralelamente a la progresiva exhibición pública de las piernas femeninas durante los pasados cien años, se ha desarrollado una actividad asociada estrechamente con una hipertrofia discursiva: el fútbol. Umberto Eco escribió un artículo interesante ("La cháchara deportiva") sobre la estructura del discurso realizado por los especialistas y los aficionados en torno al fútbol. Eco sostiene que se trata de un discurso sin referente, centrado en sí mismo, ya que prácticamente no hay nada de qué hablar. En efecto, el fútbol es una actividad que dificulta el relato (los hechos que ocurren en la cancha son circunstanciales, banales y constantemente repetidos), de manera que sólo es posible hablar de ella mediante rodeos y refiriéndose a superestructuras (relaciones entre contratistas y jugadores, características técnicas de los participantes, problemas entre árbitros y dirigentes, montos de los contratos de trabajo, etc., que tal vez constituyen, en realidad, la estructura de la superestructura que es el juego).

Desde la época de la Grecia de Pericles, la actividad física competitiva ha sido cuestión de varones. Que las mujeres participen desde hace menos de un siglo en las competencias deportivas sólo introduce una coincidencia más; resumiendo: piernas cada vez más exhibidas, nacimiento y desarrollo del fútbol, ingreso de las mujeres en las competencias deportivas.

Los varones griegos clásicos establecían relaciones entre ellos que incluso en nuestra época suelta de lengua se intenta ocultar. Los jóvenes que ingresaban al gimnasio solían ser solicitados por algún adulto que se sentía atraído por su belleza física o por sus habilidades. Al contacto físico que se establecía por la práctica de la lucha o del atletismo se agregaba otra clase de contacto, que involucraba afecto y amistad. Los griegos mantenían relaciones físicas que hoy definiríamos de acuerdo a criterios cargados de prejuicios sobre la identidad sexual. Para los griegos, la demostración de afecto entre varones que involucrara excitación sexual y eyaculación no era más que otra forma de relacionamiento viril. No se veía con buenos ojos la penetración (el frotamiento, que D.H. Lawrence calificaría con agresividad como típicamente lesbiano, era la regla entre varones) ni la exhibición pública de la relación física entre varones, pero no se ocultaba la inclinación de un ciudadano por un joven apuesto.

En este siglo XX de ambiguos discursos de libertad, el fútbol ha vuelto a introducir el culto a la belleza del cuerpo masculino. Cuando la mujer puede cumplir con el programa estético occidental de mostrar sus piernas, objeto de obsesión erótica durante siglos, el fútbol expone viejos hábitos griegos: las piernas de los jugadores son objeto de observación silenciosa por parte de millones de varones.

En relación con el cuerpo, los comentaristas deportivos se comportan de manera reveladora. Por un lado, fabrican caricaturescas formas para sí mismos: es casi una constante la impostación de la voz para lograr registros siempre más bajos que el de barítono. En segundo lugar, la idea de pasión se presenta constantemente como el factor motivacional para el gusto por el fútbol. Hay, evidentemente, una distancia llamativa entre el significado de la palabra y su aplicación en el campo de un deporte; esa distancia establece, entonces, un nuevo significado, que se refiere a ciertos aspectos mantenidos en reserva por los hablantes. Porque jamás, nunca, bajo ninguna circunstancia, se habla de las piernas de los jugadores.

Así, pues, la obsesión masculina de los últimos cuatro siglos por las piernas femeninas, sumada a la exhibición efectiva de esas piernas durante el período de crecimiento del fútbol, y a la muestra en paralelo de las piernas masculinas, permite hacerse una idea -vaga, confusa, como la propia sexualidad del discurso caricaturescamente masculino del comentario de fútbol- de la emoción que se expresa a través del discurso deportivo.

* Publicado orginalmente en Insomnia

 

 

 

 

 

 

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