Héctor
Zavala Rivas
hezavala@shcp.gob.mx
Tibia ciudad ornada de amapolas
papel de china y cohetes y pistolas,
en otro tiempo que al presente inmolas.
A este presente en que los nuevos ricos
llenan la calle de apetitos chicos...
Renato Leduc
...es una raya
en el agua
nuestra existencia.
Elías Nandino
Creo que algún día
tenía que preguntármelo, hacer una reflexión sin apasionamiento:
¿Qué es y ha sido el fútbol para mí? Ello, porque
como dice la canción, junto con otros símbolos y rasgos “heredamos
hasta el equipo de fútbol” 1. Sin duda, habrá quienes
con plenitud de razones y argumentos, descalifiquen o simplemente ignoren
estas ideas. Siempre habrá cosas más importantes. Como señala
el historiador Luis González y González, “los juegos
de pies y músculos agrupados bajo el rótulo de deportes” 2, son un vacío en la investigación histórica. El análisis
del fútbol como parte de la sociedad mexicana casi no existe y, cuando
ocasionalmente se ha efectuado, es muy pobre.
Un rito, una religión (con millones de oficiantes) o, simplemente un
juego. Esas son expresiones elegantes que nos dejan traslucir algunas posibilidades
de enfocar el análisis del significado del fútbol, en nuestro
ámbito. Resulta de lo más interesante tratar de saber qué
es lo que anima a millones de broncíneos y sudorosos llaneros, enfundados
en camisetas multicolores, a trajinar durante las mañanas sabatinas
o dominicales en las terrosas canchas de muchos rincones de nuestro país.
Los fines de semana y los días festivos esas canchas, en muchas ocasiones
con surcos que revelan su pasado reciente, son los escenarios de los intentos
de jugadas épicas o de habilidad preciosista de los aguerridos llaneros.
Entrega y esfuerzo se riega en esos campos. Los estrellas de fin de semana
lo intentan todo y todo lo dan, aun a costa de fracturas y lesiones, que a
menudo los llevan a saturar los sábados y domingos de los hospitales
públicos.
Estas reflexiones pretenden caracterizar el papel que el fútbol ha
jugado en la cultura popular de las plazas y barrios urbanos y suburbanos
de la ciudad de México. Para no profundizar en el análisis del
concepto de cultura popular, retomo lo que dicen Rowe y Schelling: “no
se limita a una visión particular del mundo, sino que crea una serie
de espacios en que se forman sujetos populares como entes con subjetividades
propias, diferentes a los miembros de los grupos dominantes” 3.
Esta interpretación me parece que es congruente con la característica
multicultural de una sociedad como la nuestra.
El concepto de cultura popular debe reconocer que las costumbres viejas cambian;
además, que lo “moderno también puede volverse tradición.
La modernidad no necesariamente conlleva la eliminación de tradiciones
y recuerdos premodernos, sino que surge de ellos, transformándolos
en el proceso” 4.
Por tanto, en nuestra realidad “las culturas populares existentes
llevan una relación de interpenetración con la cultura de masas,
con ello incorporan a un mercado cultural unificado, formas de tradición
popular en proceso de masificación” 5. Como ejemplo de lo
anterior se menciona al cine y por nuestra parte, agregaríamos al fútbol.
Debo señalar que por haber militado entre los que han experimentado
la sensación de júbilo al entrar en balón en la portería
rival o bien, sentir el pasto de la cancha bajo los zapatos y cómo
responde el balón al toque del empeine, o quizá el orgullo de
ser un triunfador al escuchar el silbatazo final, me atrevo a intentar el
análisis de algunas situaciones que han permanecido en mi memoria.
Como un sencillo ritual, cada fin de semana en cualquier zona de la Ciudad
de México alguien prepara el uniforme, sus zapatos, pero sobre todo,
la voluntad y el ánimo de disfrutar el juego. Esos alguien se disponen
a vivir otra realidad específica y, como dice Juan Nuño, a enfrentar
la tensión que se origina en la entrega física y mental al juego,
y la otra que se desgrana minuto a minuto en el tiempo del partido 6. Un divertimiento,
un pasatiempo, un desahogo. Todas son ideas que se han formado en torno a
ese juego; creo que son simples y que si vemos un poco más adentro
de nuestros núcleos sociales, el fútbol tiene un significado
relevante.
1. El rey del
barrio
Como en toda la América
Latina, el fútbol arribó a México con la modernidad y
las inversiones extranjeras en la industria textil y la minería, características
de un capitalismo en expansión. Hasta la primera década del
siglo XX “ fue un deporte reservado a la elite que se jugaba en
canchas impecables” 7; los aficionados, imbuidos del espíritu
modernista adorador del cuerpo, el ejercicio y la salud, lo practicaban como
parte de sus actividades sociales, mientras sus damas y amigos lo disfrutaban
desde los balcones de los clubes más elegantes de la ciudad de México.
Como producto del impulso a los sports entre la elite, Everaert señala
refiriéndose a esos clubes “Tal vez la principal (consecuencia
de estas agrupaciones) habrá sido la introducción de los deportes
a nivel nacional”.
Entre el polo, skating y otros, destacó especialmente el soccer, llamado
así por los integrantes extranjeros de los primeros equipos; estos
iniciaron los torneos de fútbol en la zona minera de Pachuca y Orizaba
de esencia textil, en los primeros años de 1900. Aunque lo más
probable es que la práctica del fútbol se hubiese iniciado años
antes, entre los técnicos y empleados ingleses, escoceses y franceses
de las compañías, y en forma poco organizada.
El proceso de integración de la práctica del fútbol a
las costumbres locales se inició unos pocos años después
del estallido revolucionario en nuestro país. La práctica del
fútbol crece al mismo tiempo que la idea de nacionalidad en México,
y al igual que esta idea, tomó fuerza en las décadas de los
años treinta y cuarenta, en las comunidades rurales o pueblos de la
provincia mexicana. En el ámbito urbano se extendió por los
barrios periféricos a lo que se conoce como el primer cuadro. Se enraizó
en las zonas suburbanas 8 y rurales de la ciudad, que hasta la década
de los años cincuenta todavía conservaban un fuerte sabor campirano,
costumbrista y al decir de Monsiváis, su pintoresquismo “
y la existencia de personajes excéntricos y leyendas urbanas” que les daban personalidad propia.
Hasta bien entrado el medio siglo, la de México era una ciudad ordenada
con un volumen demográfico manejable y, “en la cual las tradiciones
se corresponden con las apetencias y con los deseos, porque no hay distancias
grandes entre lo que se anhela y lo que se te enseña a vivir” 9. En ese entorno las actividades de los habitantes de los barrios suburbanos
adquirían un significado y relevancia para la vida de cada comunidad.
Las relaciones entre los habitantes eran muy estrechas, las familias más
antiguas fueron las principales depositarias de las tradiciones, su responsabilidad
con su sociedad fue mantenerlas vivas. Los integrantes de dichas familias
acordaban normas y conductas para cumplir con su compromiso social.
En esas microsociedades se promovió la formación de uno o varios
equipos, que además de posibilitar la práctica del deporte como
una actividad lúdica, los integrantes se convertían en auténticos
defensores de su identidad local en alguna liga organizada y en especial se
procuraba que se enfrentaran a los equipos representativos de otros barrios
vecinos. El fútbol se agregó a las actividades que conforman
la identidad de los habitantes de los barrios urbanos y suburbanos de la ciudad.
En Argentina, también las organizaciones de fútbol surgen y
se identifican con los barrios urbanos, por ello los equipos adquieren un
valor de identidad para los habitantes, aunque en ese país los equipos
estaban respaldados por un club y competían en la liga profesional
desde los años treinta 10. Como contraste, en México los equipos
se forman en los barrios por iniciativa de algún miembro de la comunidad
por pura afición y para mantener el prestigio del barrio en alto. Asimismo,
el financiamiento del equipo normalmente es por cooperación entre los
integrantes e incluso, por los demás habitantes del barrio; sin duda,
esto es factible porque el fútbol es uno de los deportes más
baratos.
La nobleza del fútbol realmente exige de quien lo practica y se compromete
con él, solamente fidelidad y entrega; por ello Valdano dice que “es
un juego primitivo y de alguna manera rechaza la riqueza y la enseñanza
formal” 11. Él como muchos, está convencido de que
los grandes jugadores del fútbol nacen con el alma libre y el espíritu
de aventurarse hasta la genialidad y que el barrio es el medio propicio para
el desahogo de una “pasión desorganizada” muy
ajena al progreso a la esclavitud urbana.
El acceso fácil al deporte, la libertad de expresión corporal
y la malicia, adquirida por los habitantes del barrio desde edades tempranas,
gambeteando las carencias económicas familiares y las dificultades
que se presentan en la calle, han sido el caldo de cultivo para el surgimiento
de los jugadores; por ello y en tono de franco desprecio, entre los sectores
medios con ansias de universalidad modernista, se le califica de deporte de
panaderos, como el panbol.
Los barrios suburbanos de la ciudad de México, que en su mayoría
son de origen indígena y fueron catequizados por los franciscanos,
son el crisol de la síntesis cultural de nuestro país, las costumbres
locales rigen aún la vida y los ritos de la población de más
edad, y en no pocos casos, se han convertido en manifestaciones de folclore
para consumo de las clases medias modernas. En estos barrios todavía
tiene un significado especial la pertenencia al equipo local y la participación,
como en una guerra florida sin prisioneros para el sacrificio, en los encuentros
contra los equipos de otros barrios o en las festividades.
En esas localidades se acostumbraba pegar carteles en cada esquina del barrio,
así como en las de los barrios circunvecinos, para anunciar las celebraciones
en honor del santo patrón o bien las de carácter patrio; se
indicaban los festejos, las ceremonias religiosas, kermesses, bailes, peleas
de gallos, y presentaciones de grupos artísticos, a las que se agregaron
torneos de fútbol entre los equipos locales y conjuntos invitados.
El domingo, al finalizar los encuentros, los integrantes de los equipos invitados
junto con los locales, departían en la fiesta. Así, entre mole
y barbacoa, acompañados de algunas cervezas o pulque, según
el gusto, se completaba el ritual festivo.
Durante el año, los domingos transcurren con languidez en los barrios
de las orillas de la ciudad y en algunos céntricos; aun es posible
apreciar cómo, los integrantes del equipo de la cuadra o del barrio,
todavía enfundados en sus descoloridos uniformes y cubiertos de una
pátina polvosa de los torcidos zapatos a la cabeza, conviven y recrean
las jugadas del partido que recién terminó. Los comentarios
suelen ser en relación con las jugadas más destacadas, los acontecimientos
chuscos o enojosos del partido, o bien sobre algún gol que resultó
extraordinario. No es extraño que esa reunión se alargue durante
buena parte del día y que poco a poco se incorporen temas más
relacionados con la vida y los hechos diarios. Esas reuniones suelen convertirse
en una más de las maneras de los integrantes de una comunidad para
mantener los vínculos que los unen, cada vez más vigorosos.
2. Juego, luego
existo
Para cada individuo las confrontaciones
deportivas y destacar en el equipo local constituía una búsqueda
del reconocimiento de su comunidad; ello, desde luego, les permitía
acumular una serie de experiencias compartidas que habrían de ser un
apoyo social y psicológico, a lo largo de su existencia, porque como
dice Albert Camus “La memoria de los pobres esta menos alimentada
que la de los ricos, tienen menos puntos de referencia en el espacio puesto
que rara vez dejan el lugar donde viven y también menos puntos de referencia
en el tiempo de una vida uniforme y gris. Tienen (...) la memoria del corazón,
que es la más segura dicen, pero el corazón se gasta con la
pena y el trabajo...” 12.
Por lo antes señalado, el fútbol se convierte en uno más
de los elementos que reafirman la pertenencia de los sujetos a una comunidad,
que fortalecen su identidad. Participar en el equipo local ofrece la oportunidad
de que cada uno de los integrantes pueda gozar de la admiración de
los demás habitantes del barrio o pueblo. Los más destacados
del equipo se tornan personajes. Esto es de especial relevancia porque en
la mayoría de los casos, se convierte en una forma de que el individuo
objeto de dicho reconocimiento fortalezca su autoestima y se sienta más
integrado a su entorno social
En nuestros días la necesidad de pertenencia de las personas persiste
aún, enclavada en lo más profundo de los barrios de nuestra
caprichosa ciudad. El barrio vigoriza a los individuos que lo habitan, los
cobija y les da una razón de ser. En general, se ha detectado que “los mexicanos somos personas muy necesitadas de reconocimiento social,
de interacción social. No solamente nos conformamos con tener una buena
relación de familia, sino para la gente, sobre todo de niveles económicos
más bajos, son muy importantes las relaciones con el barrio, con los
vecinos, con los compadres, con el grupo de pertenencia” 13.
Entre los jugadores del llano además de la amistad y el afecto, se
genera una intensa identificación; por ello muchas veces en el juego
no requieren hablar, su comunicación es totalmente intuitiva y el entendimiento
surge del conocimiento recíproco. Es como un yo colectivo con fuerza
y poder. Por ello la participación en el juego aumenta la identificación
entre los jugadores y es un ejercicio de la libertad de convivir con sus amigos.
Así, el equipo de fútbol “ es una familia en donde
se disfruta y padece la cotidianidad. Los compañeros se van descifrando,
surgen complicidades espontáneas o forzadas, las alegrías y
tristezas se encargan de formar el carácter...” 14
Estar en la cancha en el juego ofrece la oportunidad a los equiperos de ser
creativos y poner su imaginación al servicio de sus compañeros.
El tiempo de juego es un tiempo propio y la posibilidad de lucir las mejores
artes futboleras. La pasión vigoriza las reacciones y afina los sentidos,
los compañeros se intuyen para realizar las jugadas, sienten hacia
dónde deben desplazarse para recibir el balón, conviven en un
espacio único, porque “los juegos crean un paréntesis
que por un lado, sirve para aislar del tiempo real y por otro, para recrearlo
en el interior del paréntesis con distintas modalidades” 15.
Ese paréntesis es la realidad que el jugador hace suya y comparte con
sus compañeros; es el espacio de confrontación con sus rivales,
en el cual se despliegan las habilidades y la astucia para generar la tensión
que puede culminar en la conquista del gol. Los campeonatos son por tanto,
dice Nuño, “un refuerzo lúdico para hacer que el tiempo
de juego se prolongue y de esa forma, el futbolista pueda aislarse un poco
más (...) para tomar un respiro que lo saque momentáneamente
del mundo y lo introduzca en ese curioso mundo de tensiones rivales que vienen
a ser todos los juegos” 16.
Al correr de los años
las hazañas logradas son rememoradas por quienes las compartieron en
su momento y las hacen vibrar nuevamente. Con ello, se renuevan los lazos
y las ideas de identidad. A nadie que ha conocido un barrio de la ciudad de
México le extrañará observar a un grupo de hombres sentados
alrededor de una mesa, quizá bebiendo, comentar apasionadamente la
jugada de fulano o aquél partido ganado con ribetes épicos,
o algún pleito suscitado para dirimir pasiones.
3. El fin de la
invención... el país se moderniza
Al generalizarse
la modernización urbana, se intensificó la creación de
zonas habitacionales y de residencias para la gente bonita. La construcción
popular y de clase media fue impulsada por los organismos estatales, que construyeron
grandes conjuntos de viviendas donde antes había alfalfares o maizales
que matizaban de verde esmeralda al horizonte. En las décadas posteriores
a la mitad del siglo, la ciudad de México devoraba kilómetros
y más kilómetros de suelo, húmedo y fértil en
el sur, reseco y salitroso en el vaso de Texcoco.
Multitud de nuevas colonias modernas surgieron en la Ciudad. Colonias que
se fueron poblando por las clases medias deseosas de subirse al tranvía
del progreso en un país que abría los ojos al espejismo del
futuro. Por otra parte, las zonas suburbanas de la ciudad recibían
oleadas de emigrantes en busca de su tajada de esperanza. Llegaban al centro,
desde donde se irradiaba la gran promesa de un futuro pleno de abundancia
y accesible para quien se lo propusiera a base de un intenso esfuerzo y de
trabajo.
Al lado de la gran ciudad crecía, contrahecha y andrajosa, una nueva.
La construida por nómadas provenientes de todos los rincones del país,
que conservaban el orgullo de haber pertenecido a una comunidad con valores
propios; empero, llegaban a una metrópoli para convertirse en ciudadanos
anónimos y en fuerza de trabajo disponible, en muchas ocasiones sin
condición, para la industria y los servicios; y en el peor de los casos,
candidatos al lumpen.
La masificación fue el signo de los tiempos. La marea de concreto y
asfalto ahogó la mayor parte del suelo de la ciudad. La Tierra derivó
en suelo transitable. La especulación con los terrenos fue insaciable.
El ejido suburbano y los terrenos de labranza dieron paso al asfalto, al acero
y al concreto. Los antiguos espacios dedicados al cultivo de hortalizas, huertos
frutales y otros productos, fueron fraccionados; en ellos se construyeron
elegantes condominios horizontales y residencias para albergar a las clases
medias que crecieron y se enriquecieron amparadas por las instituciones creadas
por los gobiernos revolucionarios; éstos habrían de ser los
escalones para el gran salto hacia el futuro.
Los barrios suburbanos de la ciudad han conservado parte de sus tradiciones
y según algunos antropólogos, constituyen enclaves de un pasado
vigoroso. Aún ellos no han quedado al margen de la modernidad. El fraccionamiento
de las tierras de labor rompió la identidad de los habitantes con la
tierra; las costumbres se cimbraron ante la embestida de una forma de producción
y de consumo diferentes; de una simbología producto más de la
moda, que de formas culturales genuinas. La urbanización, la música,
la mercadotecnia y los medios de comunicación han impulsado cambios
en esas comunidades. Los cambios en las estructuras sociales y de población,
así como el intenso proceso de urbanización por los que ha transitado
nuestro país en el presente siglo, posiblemente hayan modificado las
condiciones en la práctica del fútbol en los barrios populares
de la ciudad de México.
La urbanización ha regresado la práctica del fútbol a
los clubes selectos, la enclaustró en las canchas universitarias, aunque
aún la deja subsistir en las de los deportivos populares. La desaparición
de los llanos de la ciudad de México ha dificultado cada vez más
que el fútbol florezca por todas partes como sucedía hasta los
años sesenta. El turbión modernizador arrasó con las
canchas polvorientas con porterías desvencijadas en las cuales el balón
rodaba a fuerza de sudor y ansias de gloria.
Como un símbolo ominoso de nuestra época, muchas de esas canchas
han sido sustituidas por centros comerciales y enormes estacionamientos. A
cambio, han surgido escuelas de fútbol, que atienden a los niños
de las clases medias. Nada más lejos de la pasión producto de
los fermentos del barrio. En estas organizaciones los técnicos imponen
su disciplina, mientras que los papás y mamás (soccer mom) los
fines de semana acompañan las ansias de sus hijos en la cancha y sueñan
con verlos algún día, lograr lo que ellos no pudieron, estar
en la pantalla televisiva a todo color enfundados en la camiseta verde.
4. Disculpe las
molestias que le causa la construcción de este proyecto...
El fútbol organizado en
nuestro país también ha contribuido a la conformación
de la idea de lo nacional y lo mexicano. Ha tenido más relevancia de
lo que generalmente se cree. No se puede afirmar tampoco que si el fútbol
y su práctica no se hubiesen popularizado, la idea de lo mexicano hubiera
sido distinta. Empero, sí es cierto que dicho deporte es uno más
de los elementos que contribuyeron en las primeras décadas del presente
siglo a reforzar un prototipo de lo mexicano.
Debe recordarse que históricamente entre el pueblo ha existido un ánimo
de rechazo a lo español, como autoafirmación y repudio a los
siglos de dominio ejercido por España. Esta expresión que se
manifestaba en apedrear panaderías y gritar mueras los quince de septiembre,
se aprecia en una forma menos violenta, en el refrán popular: “Al
español puerta franca, al gachupín, pon la tranca” 17.
Este dicho expresa el rencor hacia los peninsulares que el sentir popular
los percibió faltos de cualidades humanas y sobrados de ambición;
asimismo, no deja de presentar un cierto matiz localista.
Por otra parte, a partir de la década de los años treinta los
regímenes surgidos de la Revolución promovieron por todos los
medios, algunos símbolos y prototipos para fortalecer una identidad
nacional. Los medios de comunicación de la época, la radio,
el cine, diarios, revistas, y teatro, adoptaron al charro y a la china poblana
como imágenes de la esencia mexicana, con ello sintetizaron la multiculturalidad
de nuestra sociedad. En el ámbito de la cultura y la educación
también se exaltó lo mexicano y se promovió la identidad
de raza y cultura.
El antropólogo Pérez
Montfort señala que “para legitimarse el grupo en el poder
invocó constantemente a aquellas masas que participaron en el proceso
revolucionario y que bajo la composición de “pueblo mexicano”
incorporó tanto a sectores rurales como urbanos, cuyo anonimato empezaba
a buscar (...) una definición que permitiera aclarar los elementos
que forman la nación mexicana...18”
En el ámbito futbolístico también se propició
una idea de identidad nacional que se opuso a lo extranjero y en especial
a lo español. Ello sin duda, también fue originado por el predominio
excepcional de los clubes españoles en la liga mayor. En los escritos
testimoniales de don Fernando Marcos y de Horacio Casarín, se menciona
la rivalidad existente entre los clubes de la colonia española en nuestro
país y los que el público mexicano eligió como sus paladines
en la cancha. En esos años las preferencias de los aficionados se aglutinaban
en torno al Necaxa y al Atlante, equipos que representaban legítimamente
al sentir popular.