Cuarta
Sección
Índice
de contenidos
12- Fútbol
y Patria: La crisis de la representación de lo nacional en el fútbol
argentino. (Pablo Alabarces y Graciela Rodríguez).
13- La Nuestra.
"El Hombre que está solo y espera" y la cultura futbolística
de los argentinos. (Marcelo Massarino).
14- Mundial ´78:
La cárcel de todos. (David Abalo y Juan S. Montes Cató).
15- Recuperar
el fútbol. (Osvaldo Bayer).
12-
Fútbol y Patria: La crisis de la representación de lo nacional
en el fútbol argentino.
Pablo Alabarces y María
Graciela Rodríguez
Instituto de Investigaciones
Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
Este trabajo se realiza en el marco de la Programación
científica 1995-97 de UBACyT (CS 503).
E-mail: mirpa@clacso.edu.ar
North American Society of Sociology of Sport (NASSS) Conference
Toronto, Canada, 5 al 8 de Noviembre, 1997.
Si la relación
entre deporte y nacionalismo, especialmente a través de la mediación
de la categoría de identidad nacional, ha sido abundantemente trabajada
por la bibliografía (MacClancy, 1996; Mangan, 1996; Lanfranchi, 1992;
Sugden y Tomlinson, 1995; Giulianotti y Williams, 1994, entre otros), en el
caso particular del fútbol argentino los textos de Eduardo Archetti
constituyen un excelente análisis de su momento fundacional. Desde
ese punto de partida, este trabajo intenta caracterizar la representación
de la nacionalidad a través del fútbol en un recorrido histórico
que dé cuenta de los distintos modos de construcción de esa
relación, y en el mismo movimiento discutir lo que entendemos como
una crisis de la capacidad del fútbol para investirse de los significados
de la Nación. Los nuevos escenarios globalizados-massmediatizados señalan,
en la contemporaneidad, un clivaje en la representación de lo nacional
a través del deporte que, según nuestra hipótesis, el
fútbol argentino no puede resolver de manera eficaz, en el sentido
de construir una nueva épica deportiva nacional.
La fundación mitológica
La Argentina es un país inventado. Como toda América, en la
ficción de su "descubrimiento" y en la violencia
de su conquista y ocupación; pero también, en una nominación
que supone, imaginariamente, un territorio de riquezas y sólo la encuentra
en el bautismo: "tierra de la plata". Y además,
en su dificultosa construcción como Estado Moderno durante el siglo
XIX, la Argentina es objeto ya no de una, sino de varias invenciones: las
guerras civiles que marcan la historia entre 1810 y 1880 no son sólo
intercambios bélicos, sino también furiosas y encontradas batallas
discursivas donde se dirime una hegemonía; lo que las guerras deciden,
finalmente, es la capacidad de un sector para imponer de manera definitiva
un sentido a toda la Nación. Ese proceso es el que le permite a Nicolas
Shumway hablar de la invención de la Argentina como la "historia
de una idea" (Shumway, 1993); antes que el relato del establecimiento
de un Estado, de un espacio geográfico, de un corpus legal, la historia
argentina es un juego de discurso.
Pero además, el fin de siglo y el comienzo de la nueva centuria puso
en crisis esa trabajosa construcción: la Argentina se transformó
en país inmigratorio, y el aluvión de migrantes europeos supuso
la fractura de un modelo económico y social, pero también narrativo.
Si hasta ese momento el paradigma explicativo hegemónico hablaba del
triunfo de la civilización sobre la barbarie, de la cultura europea
sobre el salvajismo americano, la modernización acelerada de la sociedad
argentina necesitó echar mano de nuevos discursos que, al mismo tiempo,
disolvieran los peligros que acarreaban la formación de las nuevas
clases populares urbanas -sensibles a la interpelación socialista y
anarquista-; y constituyeran una identidad nacional unitaria que la modificación
aguda del mapa demográfico ponía en suspenso, fragmentaba en
identidades heterogéneas. La respuesta de las clases dominantes, con
diferencias y contradicciones, tendió a trabajar en un sentido: la
construcción de un nacionalismo de elites que produjo, especialmente
a partir de 1910, los mitos unificadores de mayor importancia. Un panteón
heroico; una narrativa histórica, oficial y coercitiva sobre todo discurso
alternativo; el modelo del melting pot como política frente a la inmigración,
y un subsecuente mito de unidad étnica; y un relato de origen que instituyó
la figura del gaucho como modelo de argentinidad y figura épica.
Como dice Rosana Guber, "aunque no sin conflictos, el Estado argentino
fue sumamente eficaz en su compulsión asimilacionista" (Guber,
1997: 61). Y la eficacia residió en dos mecanismos: la escuela pública,
por un lado, como aparato fundamental del Estado, se convirtió en el
principal agente de construcción de esta nueva identidad entre los
sectores populares1. Por el otro, una temprana industria cultural favorecida
por la modernización tecnológica argentina de comienzos de siglo
y por la urbanización acelerada, que sumada a la creciente alfabetización
de las clases populares construyó un público de masas ya en
los primeros años del siglo XX. En esa cultura de masas, primero gráfica
y desde 1920 también radial y cinematográfica, la narración
de la identidad nacional encontró un amplio y eficaz territorio donde
manifestarse. A pesar de su carácter privado -el Estado no intervendrá
en la política de medios hasta los años cuarenta-, la cultura
de masas participa de los relatos hegemónicos, especialmente en torno
del peso de la mitología gauchesca.
Pero en esta producción aparecen ciertos desvíos. Aunque partícipes
de la narrativa hegemónica del nacionalismo de las elites, los nuevos
productores de los medios masivos, tempranamente profesionalizados, provenían
de las clases medias urbanas constituidas en ese proceso modernizador. Y sus
públicos, masivos y heterogéneos, presentaban otro sistema de
expectativas: trabajados por la retórica nacionalista de la escuela,
atienden también a otras prácticas de lo cotidiano. Junto a
los arquetipos nacionalistas, las clases populares estaban construyendo otro
panteón: junto a los gauchos de Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas2,
o los compadritos de Jorge Luis Borges, aparecen héroes populares y
reales: los deportistas. Como señala Archetti (especialmente, 1995),
en la discusión sobre la identidad nacional los periodistas deportivos,
intelectuales doblemente periféricos -en el sentido de Bourdieu: periféricos
en el campo periodístico, que es periférico en el campo intelectual-
intervinieron con una construcción identitaria no legítima (porque
el lugar legítimo es la literatura o el ensayo), pero pregnante en
el universo de sus públicos. Así, el fútbol se transformó
en la revista deportiva El Gráfico, soporte hegemónico de esta
práctica desde los años 20, en "un texto cultural,
en una narrativa que sirve para reflexionar sobre lo nacional y lo masculino" (Archetti, 1995: 440).
Ese proceso recorre, como describe Archetti, distintos caminos. Necesita de
ritos de pasaje: si lo nacional se construye en el fútbol, hay que
explicar el tránsito de la invención inglesa a la criollización
-tránsito que se resuelve en el melting pot y en la naturalización
de un proceso que combina lo cultural, lo económico y lo social-. Necesita
de una práctica de diferenciación: el par nosotros/ellos encuentra
su expresión imaginaria en un estilo de juego, más narrado que
vivido, pero de una gran capacidad productora de sentido. Necesita del éxito
deportivo (Arbena, 1996) que vuelva eficaz la representación de lo
nacional: allí están la gira europea de Boca Juniors en 1925,
la medalla de plata en las Olimpíadas de Amsterdam de 1928, el subcampeonato
mundial de 1930 en Uruguay3. Y necesita de los héroes que soporten
la épica de la fundación: Tesorieri, Monti, Orsi, Seoane, por
señalar sólo algunos. Pero también, si en este caso la
nación se construía desde las clases medias y no desde las dominantes,
aparecen los desvíos: frente a una idea de nación que remitía
a lo pastoril (en el doble juego del mito gauchesco y de la explotación
de la tierra, modo de producción dominante), la nación que se
construye en el fútbol asumía un tiempo y un espacio urbano.
Frente a una idea de nación anclada en el panteón heroico de
las familias patricias y en la tradición hispánica, el fútbol
reponía una nación representada en sujetos populares. Frente
a un arquetipo gauchesco construido sobre las clases populares suprimidas
por la organización económica agropecuaria, los héroes
nacionales que los intelectuales orgánicos del fútbol propusieron
eran miembros de las clases populares realmente existentes, urbanizadas, alfabetizadas
recientemente, que presionaban a través del primer populismo argentino
(el partido Radical de Yrigoyen) por instalarse en la esfera cultural y política.
Y allí, entonces, radicó su eficacia interpeladora.
Dice Renato Ortiz (1991) que la preocupación por la construcción
de una identidad nacional fue una constante en toda América Latina "pues se trataba de construir un Estado y una nación modernos",
y "que fue la tradición quien acabó proporcionando los
símbolos principales con los cuales la nación terminaría
identificándose" (ídem: 96), que en el caso brasileño
pasaron a ser el samba, el carnaval, el fútbol. Agrega Ortiz: "No
tengo dudas de que esta elección entre símbolos diversos en
gran medida se produjo merced a la actuación del Estado. (...) Fue
la necesidad del Estado de presentarse como popular la que implicó
la revalorización de estas prácticas que comenzaban, cada vez
más, a poseer características masivas. Finalmente, la formación
de una nación pasaba por una cuestión preliminar: la construcción
de su 'pueblo'." (ibídem)
Es el Estado el que produce este pasaje entre "memoria colectiva" -vivencial y cotidiana- y "memoria nacional" -virtual e
ideológica4-. O, con más precisión, los intelectuales
del Estado, mediadores que construyen ese discurso de segundo orden que es
el discurso de lo nacional. En la Argentina, la temprana modernidad de su
sistema de educación popular, de su industria cultural, de sus públicos
masivos, permitió la aparición de un conjunto de intelectuales
profesionales de los medios que elaboraron este discurso de la nacionalidad,
de mayor eficacia entre las clases populares, al mismo tiempo que los intelectuales
oficiales del Estado construyeron otro, en muchos sentidos divergente, pero
dominante. Podemos proponer que es esa aparición temprana del discurso
de la nacionalidad relacionado con el fútbol, difundido eficazmente
entre las clases populares desde los años 20, lo que permitirá
que dos décadas más tarde su mitología se vuelva ritual
celebratorio de la patria, alcance su condición hegemónica.
Para ese clímax, un escenario más propicio será suministrado
por la experiencia populista del peronismo.
Patria, deporte y populismo
El período que va de 1945 a 1955 es un momento muy interesante para
dar cuenta de las relaciones entre el deporte, los sectores populares y las
operaciones político-culturales de un Estado que intentaba construir
un nuevo marco económico. La necesidad de incorporar al proyecto de
industrialización a los sectores populares requirió de mecanismos
culturales para reelaborar un nuevo significado comunitario de nación.
Este período puede caracterizarse como "nacionalismo oficial",
en tanto "artefacto cultural de una clase particular" (Anderson,
1993: 21) que utiliza los aparatos del Estado para generar una idea de comunidad:
educación elemental, obligatoria y masiva; propaganda estatal; revisión
oficial de la historia (para recrear la "fundación de la patria");
militarismo; y otras acciones tendientes a la afirmación de la identidad
nacional.
El populismo en la Argentina puede considerarse como un intento de reinventar
la patria a través de la inclusión de las grandes masas populares
en la cultura urbana, destinadas a ser beneficiarias de la redistribución
del ingreso. Sectores hasta ese momento ilegítimos, que no sólo
vieron ampliada la esfera de su participación política en función
de la ampliación de derechos por un aumento de las demandas de la población,
sino también en cuanto a la construcción social de su representación
massmediática. Ambas caras de una misma moneda: una legitimación
necesaria.
La importancia que tiene este período para indagar en la relación
entre deporte y nacionalismo, reside en tres aspectos que aparecen como datos
fuertes de estos años: la expansión deportiva -ya sea desde
el punto de vista comunitario como el de alto rendimiento-; el auge y la consolidación
de la industria cultural de sólido rasgo intervencionista; y la irrupción
en la esfera política de un nuevo actor social, las clases populares,
llamadas a ser el protagonista y el destinatario de las políticas de
Estado. Esta aparición en escena de las clases populares y su nominación
como "pueblo", al tiempo que define la interpelación
populista como marco del período al convertir a las masas en pueblo
y al pueblo en Nación, colocó al deporte como un dispositivo
eficaz en la construcción de una nueva referencialidad nacional.
Al mismo tiempo el espectáculo deportivo se inaugura como un nuevo
ritual nacional posible -hasta ese momento prácticamente inimaginable
por la sociedad política- ampliando el repertorio simbólico
común (García Canclini, 1991). El deporte operó así
sobre la articulación de las modalidades y los mecanismos de consenso
civil y político porque se trata de un conjunto de emociones, necesidades
y subjetividades relacionadas con las modalidades narrativas de un sentimiento
patriótico. Lo que nos interesa aquí es que el espectáculo
deportivo aparecía por primera vez como válido para integrar
el repertorio nacional y que su legitimidad estaba dada por su vínculo
con lo popular.
En este sentido, el deporte fue un vehículo apto para poner en escena
estas nuevas representaciones, para lo cual la política intervencionista
del estado sobre las industrias culturales jugó un papel decisivo5.
En la resemantización que hacían los medios de las demandas
provenientes de los sectores populares puede leerse la operación de
negociación entre estos dos actores y el Estado, desde la necesidad
de conformar un nuevo colectivo donde ciudadanía y "pueblo"
parecen ser términos equivalentes. También es significativa
la interpelación, en la prensa oficialista de la época, a un
recorte etario de la sociedad que parece querer desplazar semánticamente
el significado de "argentinidad" a una noción de futuro,
como si existiera un pasado que hubiera que olvidar6.
Sin embargo este imaginario nacional no discurría despegado de lo que
efectivamente se implementaba desde el Estado. Su fortaleza derivaba también
de una verdadera redistribución del Producto Bruto Interno (Ferrer,
1980) que permitía la asignación de recursos a políticas
sociales en general7. Inscriptas en el marco de una participación democrática
ampliada, las políticas deportivas estaban destinadas a la participación
deportiva comunitaria8. Pero también a mejorar el desempeño
del Alto Rendimiento, para lo cual se creó un marco regulador innovador
para la época9. La confluencia de la dimensión comunitaria y
de las competencias internacionales es un dato fundamental para entender la
relación de un imaginario colectivo que operaba sobre la representación
massmediática de un deporte exitoso y también con las experiencias
intersubjetivas de la ciudadanía, tanto en su rol de participante directo
como en su papel de espectador, lo que además permite hablar de un
aumento del poder adquisitivo de los sectores populares y de su emergencia
en tanto consumidores culturales10.
Durante un período marcado por numerosos triunfos y destacados desempeños
deportivos en sede local y en el exterior11, estos resultados fueron aprovechados
para ser puestos en escena como un mecanismo de reafirmación de la
épica nacionalista. Uno de los medios más eficaces para esto
fue Sucesos Argentinos, noticieros cinematográficos que mostraban los
resultados de la gestión deportiva, ya sea en el deporte comunitario
y la expansión de las obras públicas (Torneos Infantiles, inauguración
de complejos polideportivos, etc.) como en la difusión de los logros
de deportistas destacados. Pero por otro lado, también el imaginario
operaba sobre los productos cinematográficos de ficción que
permiten leer las relaciones del peronismo con las industrias y los agentes
culturales. El cine se constituyó en uno de los ejes más destacados
donde ilustrar las épicas nacionalistas, sobre todo por la sólida
expansión de la producción cultural autóctona relacionada
con el crecimiento económico del período y con el apoyo estatal
que recibió.
En la relación deporte-cine, el período populista aporta un
primer dato: de la escasa (escasa) serie de filmes argentinos que trabajan
-directa o indirectamente- el tema del deporte, un porcentaje superior al
treinta por ciento se produjeron durante este período (apenas diez
años sobre más de sesenta de historia del cine argentino), lo
que señala, provisoriamente, el peso de la temática en las expectativas
de consumo.
Por otro lado, los filmes deportivos durante el peronismo no fueron documentales
propagandísticos, inclusive escaparon a las referencias explícitas
o laudatorias propias del aparato mediático estatal. En tanto operación
de reinterpretación del nacionalismo algunos productos audiovisuales
de ficción permiten aproximaciones interesantes. En una de las últimas
escenas de Pelota de trapo (1948), quizás la más importante
película de la serie tanto por su calidad como por su repercusión,
se produce un diálogo curioso: el personaje central de Comeuñas
(Armando Bó), futbolista estrella que debe retirarse por una afección
cardíaca, es reclamado por el público presente en una final
sudamericana entre Argentina-Brasil. En el vestuario, su amigo y descubridor
le reprocha su presencia y se niega a autorizarlo a jugar el tiempo suplementario
definitorio. Sin embargo, Comeuñas el personaje de Bó, mirando
a la bandera argentina que flamea en el campo de juego, le insiste a su amigo
con este argumento:
"-Hay muchas formas de dar la vida por la patria. Y ésta es
una de ellas."
Frente a tamaño alegato, el amigo consiente, y Comeuñas entra
a la cancha. Previsiblemente, convierte los tantos definitorios, sufre dolores
en el pecho, pero resiste y no muere. ¿La patria acepta su esfuerzo
pero no le exige su inmolación? Más allá de las lógicas
del melodrama, el fragmento remite (por primera vez en las películas
deportivas argentinas) a una interpelación que vincula, explícitamente,
las actuaciones deportivas con los argumentos nacionales. En el contexto populista,
la asociación pueblo-Nación permite que los sujetos populares
participen en la construcción de la nacionalidad desde roles, hasta
ahí, descentrados e ilegítimos.
Por su parte, Escuela de campeones (1950) relata la historia de Alexander
Watson Hutton, profesor escocés considerado el gran impulsor del fútbol
en la Argentina, y el club Alumni, el equipo fundador. Pero el filme se integra
en una serie mayor: Escuela de campeones participa de la lista de películas
producidas por la empresa Artistas Argentinos Asociados con guión de
Homero Manzi (connotado intelectual orgánico del peronismo) que en
esos años diseña una historia pedagógica para consumo
de masas12. De este modo, podemos entender que el fútbol fue considerado
un componente necesario en la narrativa de la nacionalidad, junto a, por ejemplo,
la vida del prócer Domingo Sarmiento filmada en Su mejor alumno. Al
interior de la serie populista, Manzi utiliza los argumentos legitimadores
de la tradición histórica conservadora.
Estos productos audiovisuales de ficción, exponían las esperanzas
de un sector para el cual el deporte (en especial el fútbol, ya profesionalizado)
se convertía en una posible ruta hacia el éxito económico
y/o la fama. Los héroes deportivos, en tanto íconos del concepto
republicano de igualitarismo propio de las sociedades modernas, interpelan
a los ciudadanos, en su condición de simples mortales, a reconocerse
en la idea de meritocracia que supone la igualdad formal de oportunidades
y de acceso a los recursos (Ehrenberg, 1992). Dicho en otras palabras y parafraseando
a Gellner (1993), los "héroes populares" no son
distintos a nosotros: sólo poseen más dinero13. Y los medios
de comunicación son el vehículo ideal de las sociedades de masas
para escenificar las epopeyas de los héroes deportivos como una reafirmación
de la creencia en la igualdad. Un buen ejemplo del período es la glorificación
que se hiciera de las grandes hazañas deportivas de uno de los exponentes
más mitificados: el boxeador José María Gatica, el "Mono".
En esta línea la Argentina cuenta con una serie histórica que
podríamos denominar "héroes deportivos mundializados",
y que podría definirse como el conjunto de aquellos deportistas que
condensan en sus hazañas deportivas difundidas a través de los
medios globales, una especie de referencialidad nacional que descansa sobre
el alto grado de adhesión de su comunidad de origen, más allá
de que sea necesario articular cada actuación con un específico
momento histórico en el desarrollo global de los medios.
Obviamente, esta serie está coronada por Diego Maradona.
Diego Maradona: un (¿primer?, ¿último?) héroe
global
Una serie que está articulada eficazmente en torno a aquel individuo
que se destaca del resto por mérito propio, reafirmando así
que por esta ruta se llega al éxito individual. Y si Bromberger (1994)
afirma que para llegar al éxito el mérito sólo no alcanza,
que otros factores como el azar o la trampa contribuyen a alcanzar los triunfos,
en 1986 Diego Maradona dio cuenta no sólo de su mérito, sino
también del papel del azar y la trampa: primero la "mano de
Dios", luego el mejor gol del mundo de todos los tiempos.
Esta atribución doble de sentido, este exceso de Maradona, contiene
en sí su propia contradicción que es, a la vez, un inconveniente
que se le plantea a la posibilidad de construir alrededor del fútbol
una nueva referencialidad patriótica. Archetti lo señala correctamente
cuando afirma que su performance no parece estar asociada a un 'estilo nacional'
sino que es considerado único. Dice Archetti (1994a: 56:): "El
problema, desde el punto de vista argentino, es no sólo que los héroes
son universalizados en un contexto donde el fútbol pertenece a una
especie de 'cultura global del mundo', sino que son percibidos como 'accidentes
históricos', como 'productos de una naturaleza arbitraria'".
También lo entendió de este modo Maradona cuando afirmó: "Dios juega conmigo". El estilo futbolístico argentino
parece ser nada más que un mito: los individuos son la verdadera historia.
Lo que hace de Diego Maradona un hito insoslayable en la serie, además
de su extremada habilidad deportiva, es su condición global: no sólo
jugó la mayor parte de su carrera fuera de la Argentina, sino que además,
sobre todo a partir de 1986, ha realizado no pocas "hazañas" en favor de la camiseta argentina frente a millones de espectadores, poniendo
en circulación un símbolo de "argentinidad" que apunta hacia dos direcciones: una concéntrica, es decir, hacia
el país del cual es referente, y otra excéntrica, hacia afuera,
hacia el mundo: Maradona parece ser nuestro mejor embajador audiovisual. Y
no se trata de un simulacro de la sociedad posindustrial (Baudrillard, 1987)
porque su modelo no precede al real: lo acompaña.
Durante su etapa global, la imagen mítica de Diego Maradona conjugó
los elementos que Baczko (1991) señala como las condiciones esenciales
del mito: un contexto afectivo, un hecho convertible en objeto de discurso
y actores que le den significación. Esta combinación permitió
imaginar que, en el concierto de las naciones, en la circulación de
bienes a través del mercado internacional, la Argentina podía
ganarse un lugar, si ya no en términos de bienes económicos,
al menos en términos de mercancías simbólicas. Lugar,
por otra parte, potenciado por Maradona al agregarle el valor de la legitimidad
al fútbol argentino. Porque si en 1978 la Argentina ganó el
campeonato mundial, las sospechas que pesaron sobre el partido Argentina-Perú,
así como el perverso escenario militarizado en que se llevó
a cabo, desplazó su representación heroica y fue reemplazado
por el triunfo legítimo de 1986 y el "casi" Campeonato
de 1990.
Su eficacia en la cancha de fútbol ha servido también de relevo
simbólico para elaborar con menos angustia el imaginario social sobre
lo nacional. La "mano de Dios" frente a los ingleses en
México '86 es un tema que puede ser leído (y de hecho así
ha sido) como una forma oblicua de enfrentar, desde la "picardía
criolla", a los viejos enemigos, y que reapareció desde la
mismísima Universidad de Oxford, actualizando viejos conflictos nacionales
donde no es un tema menor la derrota de Malvinas15.
Lo que pone en juego este héroe deportivo global es la referencialidad
de la patria. La apoteosis maradoniana en Argentina lo colocó en el
centro de una disputa por el sentido entre distintos sectores que tironeaban
de él para apropiarse de su carga simbólica16. ¿Qué
es la patria? ¿Puede el fútbol suplir a la política?
La Copa Mundial de 1994 significó el clímax de esta disputa.
La imagen globalizada de Diego Maradona tras su tercer gol a Grecia disparó
la contradicción: ¿héroe de la patria o negación
del capital escritural (y, por lo tanto, legítimo)? ¿Energía
positiva al servicio de nuclear emotivamente a un país o energía
negativa que mostró una imagen distorsionada de la Argentina?17 Una
disyuntiva que puso en conflicto la propia construcción de Maradona
como símbolo, porque se trató de una disputa por congelar el
sentido, por apropiárselo, por ganarlo para el propio terreno: cada
nuevo evento protagonizado por Maradona estableció una tensión
entre la necesidad de dirigir la decodificación de un hecho y los sentidos
que la recepción efectivamente le ha atribuido. No queremos decir con
esto que aquellos debates reemplazaran las discusiones sobre lo nacional,
pero sí que se dieron en forma simultánea y acaso azarosa con
la circulación de otros discursos sobre lo nacional generados a partir
de sus actuaciones18.
En el centro de la tensión señalada se puede leer la vacilación
massmediática entre incluir a Diego Maradona en la serie de "genios"
de la historia, caracterizada por el conjunto de aquellos que demuestran su
vocación temprana "mediante hechos y no mediante argumentaciones"
(Varela, 1994a: 57) o echarlo del paraíso, esto es, excluirlo de la
serie "hombres ilustres" por su inadaptación a las
normas del saber escolarizado. Articulación compleja, no lineal y en
conflicto, porque la dificultad de reunir los relatos que se oponen no reside,
como en la forma canónica de la historia, en la reconstrucción
de un suceso. Maradona no nos enfrentó con hechos pasados extraviados
sino con un conjunto de emociones, necesidades y subjetividades que se relacionan
con un sentimiento patriótico antes que con una verdad fáctica.
La preocupación de los sectores dominantes por legitimar un modelo
social nacional, pareció chocar con lo errático de las acciones
y las declaraciones de Diego Maradona quien, no sólo en la cancha sino
también en sus apariciones públicas, se resistió a ser
modelizado. Esto dificultó la articulación de ideas-fuerza alrededor
de una identidad nacional de algún modo esencialista y, a su vez, orientó
las esperanzas y los sentimientos colectivos en las direcciones que su condición
humana (y por lo tanto falible) iban marcando: de izquierda a derecha, en
un péndulo indetenible.
Si para los medios Maradona significó dinero, también ofreció
la posibilidad de apropiarse de un sentido errante: el de una sociedad que
ve derrumbarse en lo político sus referencialidades más elementales.
Maradona fue la (¿última?) posibilidad de otorgarle a la patria
un sentido cuyo anclaje históricamente ha sido objeto de disputa. Pero
una posibilidad imprevisible: en primer lugar por la propia ambigüedad
de sus entradas y salidas del universo futbolístico, ya sea en su desempeño
profesional como en la deriva de sus amistades y/o de sus opiniones políticas
que hicieron de él un objeto codiciable. Pero también (y quizás
sea éste el elemento más interesante) porque su condición
errática permitió la posibilidad del ejercicio de la función
compensadora de la memoria colectiva19, es decir de la actualización
de los valores considerados como esenciales para la identidad y la cultura
nacionales a través de mecanismos no lineales ni unificados de significación.
En la disputa entre la memoria y la historia, Diego Maradona pareció
equilibrar, durante un tiempo, las cuentas a favor de la Argentina.
La fractura: fútbol tribal en épocas globales
En un reciente trabajo Archetti radica parte de la eficacia de la epicidad
de Maradona en su continuidad con la tradición mitológica. Allí
señala que "en una escena global donde la producción
de territorios e identidades locales se supone difícil porque los mundos
vividos de los sujetos locales tienden a devenir desterritorializados, diaspóricos
y transnacionales" (Archetti, 1996b: 15), la continuidad del mito
del estilo argentino encarnada en Maradona permitía la supervivencia
de una identidad. Sin embargo, la localización en escenarios globales
con la mediación del héroe, investido de representación
nacional, entra en crisis con la salida de Maradona de la escena. La exclusión
del Mundial '94 coincidió con la eliminación del equipo argentino
en octavos de final, proponiendo una relación causa-efecto temporal
que también fue leída en lo factual. Maradona, expulsado del
Mundial, arrastra a la nación toda; a partir de allí, nuestra
única mercancía argentina exitosa, simbólica y corporal,
se deprecia en el mercado global para devolver a la Argentina a su tradicional
-y poco relevante- lugar de productor de alimentos y débil exportador
de bienes con bajo valor agregado. El relato mitológico del fútbol
argentino, mezcla de éxitos y héroes, de estilos originales
y sabias apropiaciones, se vio, de improviso, desprovisto de toda referencialidad.
Los años que siguen ejemplifican ese cuadro. Maradona se transformó
en un jugador asistemático; su erraticidad semántica abandonó
las líneas políticas progresistas y pareció encontrar
un lugar más estable junto a los repertorios del neoconservadurismo
populista; pero además, al descender a la escena local, su estatura
mítica se redujo, desapareciendo como núcleo de representación
de la nacionalidad (Alabarces y Rodríguez, 1996). Los jugadores argentinos,
si bien continúan siendo exportados masivamente al fútbol europeo,
ya no son figuras excluyentes, ni revistan, con contadas excepciones, en equipos
de primera línea. El acceso masivo a la programación deportiva
internacional, por la extensión explosiva de los servicios de televisión
por cable, permite a los públicos argentinos constatar cotidianamente
la exclusión del fútbol nacional de los nuevos estadios globales.
El fútbol argentino, entonces, se coloca en una situación de
crisis similar a la vivida luego del Mundial de Suecia en 1958, cuando la
derrota por seis goles frente a Checoslovaquia motivara una fractura de todos
los relatos míticos.
Pero, en este caso, la crisis no es sólo futbolística, no consiste
únicamente en la comprobación del fracaso de un esquema táctico.
Es toda la serie que hemos presentado hasta aquí la que parece fracturarse:
la fundación mitológica -del fútbol y de la nación-,
la asunción estatal de la relación deporte-nación en
la etapa populista, su héroe máximo. Esa caída del héroe
no se produce en cualquier momento, sino en la etapa global del capitalismo
occidental. A la pregunta ¿cómo entrar a la globalización?,
¿cómo marcar la colocación local, cómo imprimir
una marca de sentido propio al flujo de discursos transnacionalizados?, la
Argentina no puede responder adecuadamente. Renato Ortiz señala que
la globalización desvía el peso tradicional de los discursos
(y las mercancías) basadas sobre el imaginario de lo nacional-popular,
hacia la constitución de un imaginario internacional-popular. En ese
nuevo marco, los símbolos tradicionales de la fundación del
Estado-Nación brasileño -samba, carnaval, fútbol- dejan
su lugar a las nuevas mercancías globalizadas: la publicidad, los melodramas
televisivos, la Fórmula 1 (Ortiz, 1991; cfr. supra). Es interesante
que en esa serie, que reemplaza bienes fuertemente marcados por las clases
populares por bienes básicamente massmediáticos, reaparezca
el deporte y la heroicidad: Ayrton Senna, tricampeón mundial, mártir
del automovilismo global, celebrado en Brasil como héroe patrio. Héroe
patrio en Brasil. La cultura brasileña parece haber hallado su modo
particular de globalizarse: la continuidad de un modelo de penetración
en los mercados universales a través de la producción de bienes
simbólicos con ventajas comparativas: Ronaldinho, proclamado, antes
que el mejor, el jugador más caro del mundo.
Por el contrario, en la Argentina se produce una colisión de discursos:
un neoconservadurismo político y económico hegemónico
que proclama el reingreso argentino al Primer Mundo, coexiste diariamente
con la experiencia cotidiana, entre las clases populares y también
en las clases medias, del deterioro agudo de las condiciones de vida, con
la pauperización, con la ineficacia para incorporarse exitosamente
a un mercado global, del que se reciben sus perjuicios -depreciación
del valor de las mercaderías, desocupación como fenómeno
mundializado, narcotráfico- pero no sus beneficios. Para colmo, bienes
tradicionales como el fútbol -como saldo exportable además de
capital simbólico- también desaparecen del mercado.
El fútbol argentino no puede gestar nuevos héroes globales:
y en la argumentación que hemos desarrollado hasta aquí, sin
héroes que lo soporten, no hay relato épico posible. El vacío
post-Maradona es demasiado grande. Lo que predominan, en consecuencia, son
intentos de épicas pequeñas, domésticas, de alcance latinoamericano,
que generan (por la exacerbación de un nacionalismo de vuelo bajo,
desprovisto del tinte antiimperialista que reponía, por ejemplo, el
clásico enfrentamiento con Inglaterra) generan chauvinismos, racismos
refugiados en la mítica unidad étnica argentina frente a la
polietnicidad latinoamericana, paranoias massmediáticas que suponen,
en cada derrota, complots planetarios. La explosión industrial de las
telecomunicaciones globales y del espectáculo deportivo como mayor
fenómeno de audiencias encuentra a la Argentina en condiciones de debilidad
para imponer "naturalmente" sus actores, por lo que los
discursos massmediáticos deben fabricarlos, deben desplazar las estrategias
estrictamente deportivas por las de márketing. El caso del jugador
Ariel Ortega es, en ese sentido, paradigmático: se lo celebra como
un nuevo Maradona, se le concede la camiseta número 10 en el equipo
nacional, se promociona su venta a España (a un equipo de segundo nivel,
el Valencia) como prueba de la continuidad del relato, se remarca el juego
brusco al que es sometido por las defensas contrarias (la prueba de todo héroe).
Y se destaca su extracción de clase: proveniente de las clases pobres
del interior de la Argentina, Ortega (llamado Orteguita, es decir, un pibe,
un nuevo niño que transgrede el mundo hiperprofesionalizado del fútbol
con su desparpajo) aparece como el último representante de la clásica
procedencia de los jugadores argentinos. Sin origen humilde, reza el mito,
no hay épica del ascenso social. Y hoy el hiperprofesionalismo del
deporte global expulsa a las clases populares argentinas, sometidas a condiciones
deplorables de nutrición y escolaridad en la niñez, de la práctica
de alto rendimiento.
Pero al mismo tiempo que expulsa sectores de su práctica profesional,
el fútbol incluye todo lo que toca. Ninguna superficie discursiva en
la sociedad argentina le es ajena: la agenda cotidiana padece de futbolitis20,
las minucias del fútbol doméstico inundan las primeras planas
de la prensa sensacionalista, pero también de la "seria";
los discursos intelectuales profesionales también ceden al atractivo
de un balón en movimiento. La tradicional sobrerrepresentación
de las clases populares en el fútbol argentino ha sido desplazada por
un policlasismo expansivo que disuelve (parece disolver) todo tipo de apropiación
diferencial. Y en esa expansión, el fútbol practica, también,
un imperialismo de género, que consiste en la incorporación
acelerada de los públicos femeninos, televisivos pero también
en los estadios, y en la aparición de una importante cantidad de mujeres
trabajando como periodistas deportivas.
Pese a esta explosión invasiva de territorios tradicionalmente ajenos
al fútbol, la ausencia de mitos unificadores deportivos no puede suplantar
la debilidad de los relatos nacionales clásicos. Luego del peronismo,
el progresivo deterioro de las instituciones modernas argentinas -el Estado,
la escuela pública, la política, el sindicalismo-, que permitió
la apoteosis del deporte como símbolo identitario nacional, no parece
hallar, a corto plazo, nuevos discursos que ocupen esa función. Porque
el fútbol, entre tanto, se sumerge en una etapa de tribalización
exacerbada (Maffesoli, 1990), donde las oposiciones locales -enfrentamientos
entre equipos rivales clásicos, el eje de oposición Buenos Aires-provincias,
las rivalidades barriales al interior de una misma ciudad- se radicalizan
hasta configurar identidades primarias. Más: se sobreimprimen en el
equipo nacional, acusado de faccioso. La selección nacional, otrora
mito de unidad, se lee ahora como atravesada por la lógica tribal.
La nacionalidad se soporta en discursos parciales y segmentados, mutuamente
excluyentes, donde la totalidad del relato unificador está ausente.
Fuertemente dependiente del Estado, el discurso unitario de la nacionalidad
se ausenta, en el mismo movimiento en que el Estado neoconservador se ausenta
de la vida cotidiana.
Extraño símbolo de los tiempos, el emblema de unidad nacional
es suministrado por la industria cultural. Como corolario de una agresiva
campa–a publicitaria -recargada de apelaciones triunfalistas y xenófobas-,
América TV, la empresa multimedial que transmitió varios de
los partidos por las eliminatorias latinoamericanas para el Mundial la Copa
del Mundo '98, confeccionó una bandera gigante (aproximadamente de
150 metros de ancho y a un costo de 40.000 dólares) que "donó"
a una supuesta "hinchada argentina" para ser usada en el partido
contra Ecuador en el estadio Monumental de Buenos Aires. La gigantesca bandera
-con los colores argentinos, el logotipo del canal impreso en su parte inferior,
y una leyenda que reza "Argentina es pasión" (el
lema del canal es "América es pasión")- fue
exhibida al comenzar el partido y en el entretiempo, ocupando una cabecera
del estadio, y permitiendo un plano general publicitario a la cámara
televisiva que la enfrentaba. La bandera, símbolo por excelencia de
la patria, metonimia de la Nación, señalaba la unidad nacional
al tiempo que se transformaba en territorio de los sponsors. Mientras tanto,
amparados por la cobertura momentánea, decenas de rateros amenazaban
a los espectadores que se hallaban debajo de ella para que les entregaran
sus pertenencias.
Así, entre la sponsorización del patriotismo y la delincuencia,
circulan nuestros argumentos nacionales.
Notas:
1 También
fue un magnífico agente modernizador, en la rápida alfabetización
de las clases populares y en la movilidad social que generó. Incluso,
buena parte del éxito de la fundación mitológica de la
nacionalidad entre esos sectores radica en el elevado prestigio que la escuela
adquirió entre ellos.
2. Lugones y Rojas son las principales figuras intelectuales del nacionalismo
argentino en los años '20.
3. La idea de un estilo criollo, que combina distintos elementos tácticos
con prácticas individuales originales, se conjuga con la fundación
de ciertos lugares míticos, como el potrero, y figuras populares, como
el pibe (Archetti, 1997). Pero cierta evidencia señala que esta construcción
imaginaria trabaja de manera extendida en la nueva sociedad urbana: ya en
1919, el primer número de la revista infantil Billiken presenta en
su tapa la figura de "El campeón de la temporada", la imagen
de un niño con vestimenta futbolística, desgreñado, con
las huellas de una ardorosa batalla -un pibe-; todo lo contrario a la imagen
"oficial" de un niño pulcro, obediente y escolarizado que
es hegemónica en esos años (y por muchos más). De manera
larvada, las imágenes alternativas a los discursos de las clases dirigentes
circulan por los medios. De manera incluso contradictoria: la empresa editora
de Billiken, que también lo es de El Gráfico, responde a los
sectores más conservadores y católicos de la sociedad argentina.
Cfr. Varela, 1994a.
4. Usamos las categorías propuestas por Ortiz, 1985.
5. El gobierno peronista intervino sobre el sistema de medios prácticamente
en su totalidad, estatizando los medios radioeléctricos y algunos medios
gráficos. También estableció regímenes de convivencia
estado-ámbitos privados en algunos soportes gráficos donde contaba
con testaferros. Para ampliar véase Mastrini, G. y Abregú, M.,
1990; Rivera, 1985; Noguer, 1985; Ciria, 1983; Sirvén, 1984; Plotkin,
1994; Varela, 1994.b.
6. ¿Estamos aquí ante la operación de la que habla Renán
respecto al papel del olvido en la formación de las naciones? La amnesia
compartida es, para este autor, imprescindible para la formación de
un imaginario colectivo de nación (Gellner, 1993).
7. Las políticas de Estado del período deben inscribirse en
el marco global de la intervención estatal expresada en políticas
sociales que apuntaban a operar en varias dimensiones: la salud, la educación,
la promoción de la mujer, los beneficios sociales, la distribución
de los bienes culturales, etc.
8. Nos referimos a la organización de los Campeonatos Infantiles "Evita",
para la población de menores, y los Torneos Juveniles "Juan Perón",
que cubrían la franja adolescente, competiciones que llegaban a toda
la nación y que se complementaban con la acción de los clubes
de la Unión de Estudiantes Secundarios y la de las confederaciones
de las ramas universitaria y técnica asociadas a ella (Senén
González, 1996).
9. Por un lado, a partir de la fusión de dos organismos, se creó
la CADCOA, encargada de promocionar las actividades deportivas nacionales
y de gestionar el otorgamiento de subsidios para aquellos que competían
representando al país. Por otro, se promulgó la Ley del Deporte
(Ley 20.655) la que, sin embargo, no fue sancionada hasta 1974 y comenzó
a ser reglamentada recién en noviembre de 1989 (Galmarini, 1992).
10. El caso del fútbol es un caso peculiar porque en el período
aumentó considerablemente el número de espectadores directos:
"El quinquenio 1946-1950 arrojó un promedio de 12.755 entradas
vendidas por partido, en tanto que el de 1951-1955 registró uno de
12.685. Si se toman valores anuales, 1954, con 15.056 espectadores por encuentro,
estableció la marca tope de un decenio en el que el promedio de asistencia
jamás se redujo a menos de 10.000 asistentes" (Scher, A. y Palomino,
H., 1988: 79).
11. Entre 1945 y 1955, la Argentina vivió una época que puede
considerarse de "fiesta deportiva": en la línea local puede
leerse la realización de los primeros Juegos Panamericanos, en 1951,
con sede en Buenos Aires, donde la Argentina consiguió 153 medallas:
66 de oro, 50 de plata y 37 de bronce. En el medio internacional pueden señalarse:
la primera victoria futbolística ante Inglaterra en 1953, el triunfo
en 1950 del seleccionado argentino en el Mundial de Básquet; los Campeonatos
Sudamericanos de Fútbol de 1946 y 1947; la medalla de oro ganada en
la maratón por Delfo Cabrera en los Juegos Olímpicos de Londres
en 1948; el triunfo de Domingo Marimón en el mismo año en la
competencia automovilística "América del Sur" entre
Buenos Aires y Caracas; la espectacular performance de Juan Manuel Fangio
en Europa, quien en 1951 y 1954 obtiene por dos veces el campeonato mundial
de Automovilismo; los triunfos del "Mono" Gatica; los campeonatos
de box ganados por Pascual Pérez y Rafael Iglesias en sus respectivos
pesos; el torneo mundial de Ajedrez de Copenhague ganado por Oscar Panno,
etc.
12. La historia argentina es narrada a través de La guerra gaucha,
Su mejor alumno, El último payador.
13. Esta es una diferencia esencial observada por Vittorio Dini entre los
héroes mitológicos y los modernos héroes deportivos:
"Cuanto más baja es la condición social y cultural de origen,
mayor es su capacidad de ser representativo como héroe" (Dini,
1991: 46).
14. Durante la dictadura militar que va de 1976 a 1983, Diego Maradona juega
en dos Mundiales: el Juvenil de Japón en 1979 y el de España
en 1982. El primero, fue visto en la Argentina cruzado por una banda negra
en la pantalla que ocultaba carteles contrarios al gobierno. El segundo, además
de una pobrísima perfomance del seleccionado nacional, se realiza en
un contexto de aguda crisis política: derrota de Malvinas y posterior
caída de la Junta Militar.
15. Galardonado con el diploma de "Maestro Inspirador de Sueños"
por un grupo de estudiantes de la Universidad de Oxford, Diego Maradona admitió
allí, aunque elípticamente, la famosa "mano de Dios".
16. Para ampliar véase Alabarces, P. y Rodríguez, M.G. (1996).
17. De hecho, mientras que Bernardo Neustadt, un periodista de neto corte
conservador, calificó la imagen que congelara la televisión
como extemporánea y dijo de él que "se nutre de energía
negativa", en ocasión de la Marcha Federal de julio de 1994 los
manifestantes coreaban un cántico que decía: "Diego no
se drogó/ Diego no se drogó/ Antidóping a Menem/ la reputa
madre que lo parió" (Fuente: Feinman, J.P. -1994- : "El sueño
no terminó", en Página 12, Buenos Aires, del 9 de julio).
18. Decimos "azarosa" reparando en que el Mundial de Estados Unidos
de 1994 que podría seleccionarse como núcleo motivador de interpretaciones
en función del caso de dóping de Maradona, casi se superpuso
en su finalización a la voladura de la Asociación Mutual Israelita
Argentina (A.M.I.A.) el 18 de julio de ese año, en la que murieron
cerca de 90 personas. La agenda de los medios desplazó el affaire Maradona
para centrarse en este hecho por tratarse de un suceso de mayor envergadura,
lo que confirma no sólo la aleatoriedad del contexto de debate sino
también, aunque suene obvio, la capacidad comunitaria de jerarquizar
los temas sociales.
19. Baczko describe dos funciones de la memoria colectiva: la función
unificadora que garantiza y consolida, a través de un discurso sobre
los orígenes, la identidad colectiva y la función compensadora
que opera sobre "lo que no puede ser dicho franca o abiertamente en un
discurso político y que es reivindicado de una manera oblicua aunque
perfectamente legible" (Baczko, 1991: 188).
20. Tomamos el nombre de una obra de teatro presentada actualmente en Buenos
Aires, donde el fútbol es visto como una patología psicológica,
que afecta a cualquier habitante. El protagonista es un clásico miembro
de las clases medias urbanas. La obra tiene una importante repercusión
de crítica y público.
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13-
La Nuestra. "El Hombre que está solo y espera" y la cultura
futbolística de los argentinos.
Marcelo Massarino (Argentina)
mmassarino@mixmail.com
Periodista
1 / 2
Raúl Scalabrini
Ortíz escribió en 1931 "El hombre que esta solo y espera",
obra con la que "comienza a construir su teoría de la idiosincrasia
argentina y porteña"1 . Poco tiempo antes, el 6 de septiembre
de 1930, había sido derrocado el presidente constitucional Hipólito
Yrigoyen y comenzó así una larga serie de golpes militares.
Scalabrini Ortíz vio con preocupación el curso de la vida política
argentina: "Los conservadores manejaron durante muchos años
al país como cosa propia... Cicatearon la opinión del pueblo,
trampearon votaciones sin que el pueblo contuviera su voracidad y su fullería.
Se enriquecieron y se entremezclaron a los terratenientes antiguos y respetados...
los conservadores ensorbecidos, supusieron que el país les pertenecía,
y entraron en confabulaciones con los capitales extranjeros. Se hicieron abogados
de empresas, directores de ferrocarriles, accionistas de capital inconfesable...
Y caducaron, lamentablemente".2
Un grupo de intelectuales (entre ellos Scalabrini Ortíz) se plantearon
una salida de corte nacional que no respondiera a los intereses del capital
extranjero. Posteriormente se nuclearon en el grupo de opinión F.O.R.J.A.
(Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina)3 .
El objetivo de este trabajo es relacionar el concepto de "espíritu
de la tierra", elaborado por S. Ortiz, con la manera en que se construyó
en el ámbito futbolístico un estilo de juego típicamente
argentino. De esta manera vamos a relacionar dos ámbitos de singular
importancia: el intelectual y el futbolístico. A lo largo de la historia
los intelectuales y el fútbol tuvieron una larga serie de desencuentros.
De todas maneras, aquellos hombres que estudiaron la problemática social
sin disociar las manifestaciones populares vinculadas al deporte, siempre
observaron en el escenario futbolístico un lugar de cultivo de tradiciones,
costumbres y comportamientos que hacen a la conformación de una sociedad
moderna.
Por
qué el fútbol
La elección del deporte, concretamente fútbol, como objeto de
estudio forma parte de un debate abierto en las ciencias sociales. El antropólogo
Eduardo Archetti afirma que "los intelectuales de izquierda, los
historiadores profesionales y los científicos sociales han tenido,
por lo general, una relación problemática con el deporte, y
no sólo en la Argentina. Si el deporte debía ser estudiado y
analizado era para desmitificar su uso por parte del Estado y de las clases
dominantes en el proceso de adoctrinamiento de las masas masculinas y la juventud
con el objetivo explícito de despolitizarlas y adecuarlas al trabajo
alienado, a la competencia, al fanatismo, al nacionalismo, al sexismo, a la
violencia irracional a la sumisión de las jerarquías sociales
existentes y al autoritarismo, al culto desmedido de los ídolos y a
la aceptación sin crítica de los valores capitalistas dominantes
(...) Nadie puede negar que los elementos de manipulación ideológica
y de disciplinamiento son concomitantes a la practica deportiva. Pero esto
implica reducir el campo social y simbólico de las prácticas
deportivas y del deporte (...) El deporte no sólo revela aspectos cruciales
de lo humano, no sólo refleja algunas de las estructuras de poder existentes
en determinada institución, sino que es, fundamentalmente, una parte
integral de la sociedad. El deporte permite reflexionar sobre lo social y
los mecanismos básicos de creación de identidades."4
Por otro lado, el sociólogo Roberto Di Giano sostiene que "se
ponen en juego en el fútbol muchos elementos que permiten leer algunos
aspectos de la sociedad argentina y sacar conclusiones sobre ella".5
El trabajo de relacionar las elaboraciones intelectuales que hizo Raúl
Scalabrini Ortiz sobre la realidad argentina en "El hombre que está
solo y espera" con elementos del fútbol argentino, nos va
a permitir un mayor conocimiento de nuestra sociedad. De allí que podemos
visualizar como los elementos que conforman el arquetipo del porteño,
del hijo de esta tierra, del criollo, descendiente biológico de inmigrantes,
se reflejan en el proceso de construcción de la identidad futbolística
argentina.
Inmigrantes
y criollos
En el comienzo de su obra, Raúl Scalabrini Ortiz se dirige al lector
y le enuncia lo que llama el espíritu de la tierra: "Si por
ingenuidad o fantasía le es enfadoso concebirlo, ayúdeme usted
y suponga que el 'espíritu de la tierra' es un hombre gigantesco. Por
su tamaño desmesurado es tan invisible para nosotros, como lo somos
nosotros para los microbios. Es un arquetipo enorme que se nutrió y
creció con el aporte inmigratorio, devorando y asimilando millones
de españoles, de italianos, de ingleses, de franceses, sin dejar de
ser nunca idéntico a sí mismo (...) Ninguno de nosotros lo sabemos,
aunque formamos parte de él... Solamente la muchedumbre innumera se
le parece un poco. Cada vez más, cuanto más son. La conciencia
de este hombre gigantesco es inaccesible para nuestra inteligencia. No nos
une a él más cuerda vital que el sentimiento"6 .
La elite dominante imaginaba un país agroexportador con una sociedad
forjada desde la cultura anglosajona, aunque veía con buenos ojos que
llegaran al país inmigrantes de otros lugares de Europa que fueran
modificando la fisonomía social de la época. Italianos y españoles
desembarcaron en el puerto de Buenos Aires en busca de una América
de trabajo y paz.
La confluencia de las corrientes inmigratorias que llegaron a la Argentina
no hicieron del porteño una síntesis construida con cuotas dosificadas
de cada una de ellas. El porteño es para Scalabrini "una combinación
química de las razas que alimentan su nacimiento". El hombre
de Buenos Aires tiene una idiosincrasia que va construyendo desde la tierra
que lo vio nacer: "es el tipo de una sociedad individualista, formada
por individuos yuxtapuestos, aglutinados por una sola veneración: la
raza que están formando". La conformación del arquetipo
argentino forma un "abismo" entre el hijo porteño
y su progenitor porque "la continuidad de la sangre se quebró":
no es su descendiente, sino que es "hijo de su tierra", "es
hijo de la ciudad".7
El fútbol fue traído al Río de la Plata por los ingleses
y practicado en la zona portuaria. Al mismo tiempo, los británicos
lo jugaron en sus instituciones deportivas y educativas en forma restringida,
sin criollos. La comunidad inglesa tenía como paradigma en la formación
del sportman los preceptos del fair play. Al respecto "es interesante
observar que lo 'criollo' se define a partir de la predominancia de apellidos
españoles e italianos. Lo 'criollo' pasa a ser una fundación
de los hijos de inmigrantes 'latinos'. Los hijos de inmigrantes 'ingleses' nunca fueron concebidos como 'criollos', no se transformaron en 'criollos' jugando al fútbol".7
Así como el porteño es hijo de la tierra argentina, aunque sus
padres biológicos hayan sido los inmigrantes, el fútbol fue
traído desde el otro lado del océano Atlántico pero transitó
un camino diferente de la mano del criollo. José Marial señala
que "Si Oscar Wilde fue el primer escritor francés nacido
en Irlanda, se puede afirmar también que el fútbol es un deporte
argentino practicado por primera vez en Inglaterra. No se trata por cierto
de una modalidad impresa a un juego o de una adaptación. Es algo más.
Es la recreación de un deporte bajo el espíritu y la personalidad
de un demiurgo porteño. En el fútbol se expresa el hombre de
Buenos Aires, con elocuente comodidad: allá están la sobriedad
de sus recursos, la agilidad de su inteligencia y la elegancia de un estilo
personalísimo. En las filigranas de un partido, está documentándose
un ballet de plástica geometría, bailado en el filo de una tarde
tumultuosa."8
"Todos los sistemas europeos procuran hacer de un hombre un instrumento
de relojería",
afirma Scalabrini Ortíz, en su "Libreta de apuntes" de "El hombre que está solo y espera". Si en el
fútbol podemos mirar algo de la sociedad, el europeo trae una idea
futbolística de espíritu colectivo que soslaya al futbolista
en la búsqueda de un andamiaje de conjunto. Del otro lado el criollo "irresponsable ante la prudencia europea", el que tiene "facilidad para salir de apuros, para encontrar recursos en si mismo",
es el que improvisa una gambeta para desairar al rival robusto y corpulento.
Le muestra la pelota y lo estafa con un amague, pero no es reprobado por el
engaño sino aplaudido por la multitud.
Eduardo Lorenzo, "Borocotó", fue el periodista más
importante de la revista El Grafico, una publicación semanal que en
la década del 20 formaba opinión, especialmente en lo que respecta
al fútbol. Borocotó lo definía con las siguientes palabras: "Espectáculo moderno, de acción continuada, de belleza
apasionante y de improvisación continua de situaciones, condimentado
con ese granito de pimienta criolla, nuestro ingenio lo acondicionó
para poder gustarlo. Lo necesitaba, y podemos asegurar que las habilidades
criollas son las que decidieron ese amor que le profesamos. De por sí
solo, aquel fútbol ingles muy técnico pero monótono no
habría logrado ejercer la influencia requerida por el espíritu
de nuestras multitudes. Carecía de ese algo t'pico que nos llega a
lo hondo, que nos enronquece la voz en un grito que surge del corazón
cuando la pelota es recogida por la red temblorosa; y tuvimos que adornarlo
con el dribbling que encandila las pupilas que es patrimonio de estas tierras..."9
Eduardo Archetti explica la visión que Eduardo Lorenzo tenía
del fenómeno social que significaba este deporte en 1928: "Borocotó
acepta que el mundo rioplatense y sus equipos nacionales de fútbol
están llenos de hijos de inmigrantes, hijos de europeos, pero éstos
ya son bien criollos. Para Borocotó las raíces están
evidentemente en la Pampa, y de esa manera presenta lo que era comúnmente
aceptado en esa época: la imagen pastoral de lo nacional. Sin embargo
vemos el arrabal a través del tango y muchos de sus jugadores de fútbol
nacidos allí que harán famosa a la ciudad de Buenos Aires. La
pampa y el arrabal aparecen unidas casi del mismo modo que en la representación
de lo nacional que hace Borges. Las diferencias existen ya que Borocotó
acepta el tango 'quejumbroso', o se el tango no querido por Borges, y define
al fútbol como algo bien argentino y rioplatense."10
Para Arturo Pérez Peña "El fútbol es un deporte
ingles, en su actual estructura, que llega a nuestras tierras, toma carta
de ciudadanía y adquiere de inmediato una peculiaridad individualista
que se resuelve y expresa en la 'gambeta'. La 'gambeta' es una institución
porteña -la versión deportiva del tango- que consiste en una
filigrana hecha con las piernas mediante la cual, un jugador determinado,
prescindiendo de sus compañeros de equipo, se solaza en desconcertar
a su enemigo ocasional. En Inglaterra el juego es de conjunto, hay un lugar
señalado para cada jugador y cada jugador debe estar en su lugar; aquí
no, un jugador se enfrenta con su adversario, mejor aun, lo chista, lo invita,
y cuando el otro acepta el reto, comienza a bordar sobre el verde césped
de la cancha intrincadas figuras. Va y viene sobre un metro cuadrado como
un bailar'n de tango (obsérvese la similitud de la terminología:
el futbolista le 'da un baile a su rival', el bailarín 'gambetea' el
tango, la muchacha del tango 'gambeteaba la pobreza en la casa de pensión.')".11
Tango
y Fútbol: Fervor de Buenos Aires
El fútbol y el tango van construyendo su identidad en forma paralela.
Ambos contienen elementos que en este trabajo se entiende que conforman el
espíritu de la tierra. Para Scalabrini Ortíz "las letras
de tango marcan de más en más la trascendencia de una pequeña
metafísica empírica del espíritu porteño".
El baile y el juego es una preocupación para los intelectuales de la
época que indagan en los puntos de contacto entre una danza abundante
en figuras y el juego de toque, la gambeta, los cortes y quebradas.
Es interesante resaltar al respecto como Homero Guglielmini refleja el baile
del tango en la forma de jugar que tiene el criollo, cuando explica: "En
Parque Patricios rebrotará el tango veterano, acaso con los cortes
y quebradas de los buenos viejos tiempos, y sobre la cancha de la milonga
se reiterará el floreo ágil, sinuoso, compadrito, que hemos
visto ejecutar alrededor de la pelota. Porque al fútbol y al tango
se les ocurre a veces la pifiada compadrita que hacen resbalar la pelota y
el taco en zumbón amago. Fiesta argentina por esencia en que entran
a tallar su cuarto a espadas la pista de la pampa, la agachada del tango,
el vistear del criollo, la travesura del porteño, el calor macizo de
la hinchada, ese es el fútbol, el fútbol con sus banderolas
enloquecidas en el cielo, con sus pies de danzarín en el suelo".12
El potrero
y la calle adoquinada
La ciudad de Buenos Aires, según Scalabrini Ortiz, tiene una "facultad
catalíptica de las corrientes sanguíneas". La geografía
porteña es el ámbito donde el hombre de Buenos Aires "enfoca
su devoción a las cosas porteñas, a su exploración y
multiplicación. La ciudad es para él un ente vivo. (...) El
amor del porteño a su ciudad cela su presente y se expande hasta el
futuro: es un amor de padre y una pasión de amante."13
Es en la ciudad donde el "pibe" aprende a jugar al fútbol.
Los ámbitos son varios: el primero y principal es el baldío,
el potrero. A medida que la gran urbe crecía y los espacios verdes
eran ocupados por edificios, la calle empedrada fue el espacio donde los chicos
creaban una forma de jugar el fútbol y dominar la pelota.
El crecimiento urbano fue hostil para los jóvenes que buscaban una
cancha donde asentar un club que representara al barrio. El profesor de Historia
Julio D. Frydenberg analizó la relación entre la ciudad y el
fútbol en su trabajo "Espacio urbano y práctica del
fútbol, Buenos Aires 1900-1915". Allí explica que "la práctica del fútbol estuvo integrada, desde su
inicio, por una serie de vivencias que lo transformaron en un escenario en
el que se ponían en juego muchos de los valores básicos amasados
por una buena porción de los grupos sociales. En este sentido el fútbol
fue una experiencia dotada de una potencia nada común. Esa fuerza se
expresó en la generación de lazos identitarios que tuvieron
un correlato inmediato con el proceso de formación de la ciudad. El
fútbol ayudó a armar la identidad vecinal y la porteña.
A través de la participación en el drama social del fútbol,
en la experiencia de la competencia, de la vivencia de las relaciones solidarias
y horizontales, se fue diseñando la ciudad y las representaciones que
de ella se constituyeron."14
"A pesar de la fuerte presión originada en el crecimiento
urbano (loteos, propiedad de la tierra) uno de cuyos efectos fueron los traslados,
la fuerza del apego simbólico del fútbol dio un novedoso resultado:
la existencia en la ciudad de una enorme cantidad de clubes con sus canchas.
Se produjo así, un extraño fenómeno y una de las peculiaridades
de la asimilación del fenómeno del deporte moderno a la ciudad
moderna". Después de señalar las numerosas mudanzas y traslados,
Frydenberg sostiene: "Todo este movimiento es incomprensible si no se
atiende al aspecto generacional que muestra a aquellos jóvenes buscando
un lugar propio en una sociedad volátil. Una generación -en
muchos casos hijos de inmigrantes- que deseaban mostrarse, distinguirse, en
este caso expresado abiertamente en lucha por un terreno (espacial y simbólico),
y mediante prácticas y valores propios".15
En Scalabrini
Ortíz notamos una preocupación por los lazos fraternos entre
la ciudad y sus habitantes que crecen y se alimentan unos a otros. En el medio,
aparece el fútbol como el deporte que abrazan los criollos con un sentimiento
popular que polariza su sensibilidad y es imán de sus emociones.
En ese contexto, Eduardo Archetti afirma que "del baldío y
del potrero saldrán los jugadores de fútbol argentinos. No salen
ni de los patios de los colegios primarios o secundarios, ni de los clubes,
es decir de espacios controlados por maestros y directores técnicos.
Es baldío, es como la pampa y el arrabal, un espacio de libertad. Los
grandes jugadores serán, en consecuencia, productos puros de esa libertad
que les permite improvisar y crear sin las normas o reglas impuestas por los
expertos o pedagogos".16
El periodista Julio César Pasquato, Juvenal, afirma que del estilo
impuesto por el potrero la identidad futbolística nacional hay sólo
un paso. El alimento básico para el futuro crack era el potrero, "pero
esa nutrición es básica para conocer lo mas importante que tiene
este juego: los secretos de esa pelota saltarina y casquivana, que sólo
obedece a quien sabe domar sus piques y rebotes inesperados, a quien sabe
amasarla sobre el colchón del empeine sutil o ponerla bajo a suela
del botín dominante. Los pibes que tienen potrero se acostumbran a
competir con los más grandotes, por edad y por físico, saben
ganarles por vivos, escurridizos y veloces. Tienen lo más importante:
mamaron desde chicos la esencia de este juego que obliga a luchar pero que,
fundamentalmente, exige jugar".17
El otro espacio lúdico era la calle empedrada, donde los chicos de
la cuadra comenzaban a dibujar un lugar de pertenencia con el barrio, allí
defenderían el honor barrial en los picados. El periodista y escritor
Juan Sasturain describe el ámbito de la calle porteña y su importancia
en el tallado del espíritu del juego: "Del potrero universal
al pasillo dialectal, equidistante y contiguo de ambos ámbitos, se
extiende la zona definitiva donde se cruzan lo natural y lo cultural, el lugar
de paso cotidiano, la localización histórica de las grandes
creaciones populares de nuestra cultura: la vereda, la calle que es su extensión
natural, la esquina. El fútbol argentino se define en la vereda, donde
se baila el tango primitivo, se juega la política de los partidos populares,
se engendra la lengua viva que nos alimenta. En la vereda, con sus arcos naturales
y sus posibilidades múltiples -un cabeza, un arco a arco, un mete gol
entra, además del partido en sí de sábado a la tarde-
no faltan las limitaciones del terreno que imponen la disciplina del dominio
de pelota, la represión policial, la necesidad de resolver sobre la
marcha ante la ausencia ocasional de uno que se va y la entrada de otro que
se prende un rato para volver a partir. El fútbol argentino tiene potrero
en la extracción social de los mejores, tiene zaguán y pasillo
en el virtuosismo excesivo e improductivo del pisador que puede encontrar
el arco como un lebrel, sin levantar la cabeza, pero tiene vereda y calle
en lo que es definitivamente nuestro: la improvisación."18
El estilo
argentino: la nuestra
Hasta aquí se enumeraron las características individuales del
jugador nacido al calor del potrero, la calle y la pelota de trapo: la gambeta,
el toque preciso -rasante y al pie-, pisada y pique. Así los equipos
criollos forjaron un estilo de juego que renegaba del juego largo, el shot
potente y el choque físico de ascendencia inglesa, "un juego
algo más brusco, pero viril, hermoso, pujante"19 , según
Jorge Brown, quien fue capitán de Alumni.
El espíritu de equipo entre los once jugadores de un colectivo debía
conciliar con las características individualistas del futbolista argentino.
El chico que se divertía gambeteando rivales sin largar la pelota,
ante las exigencias de una competición de Liga, debía integrarse
a un andamiaje que incluyera a sus compañeros. Al criollo le cuesta
adaptarse a un sentido colectivo. "El porteño es el tipo de
una sociedad individualista, formada por individuos yuxtapuestos, aglutinados
por una sola veneración: la raza que están formando",
decía Scalabrini Ortiz. La irresponsabilidad, "encerrado en
si mismo, como en una cueva", hace que el porteño sufra cuando
tiene que resignar en algún punto su libertad en función de
un logro en conjunto.20
Los elementos citados por Scalabrini Ortiz como la amistad, el trabajo, la
responsabilidad y el instinto entran en juego en la conformación de
la personalidad del arquetipo del porteño, el mismo porteño
que es el jugador que nació en los potreros y las calles de Buenos
Aires. Una química especial hará que, respetando la destreza
individual del futbolista, se conforme una amalgama entre los integrantes
del equipo. Hay una figura que Archetti utiliza al respecto que nos ayudará
a comprender el fenómeno: "...Se dirá que los argentinos
no 'juegan al fútbol' sino que 'tocan fútbol', ya que son como
virtuosos que tocan el piano o el violín. Por ello, un gran equipo
de fútbol será como una orquesta compuesta por grandes individualidades.
Lo típico del fútbol argentino pasará a ser el toque
de pelota, el toque corto y veloz".21
Juvenal defiende la continuidad entre el potrero y el estilo criollo que fundó
una escuela conocida como "la nuestra": "Los equipos que
ganan, los que dejan una huella profunda en el alma del espectador y en la
estadística, siguen siendo los que mejor manejan la pelota. Tocándola
con precisión, con claro sentido de tiempo y distancia. Haciéndolo
circular en sentido cambiante, tratando de sorprender a cada paso. Administrándola
con fina técnica y exquisito buen gusto. Agregándole un toque
de pimienta y picardía, mintiéndole constantemente al adversario.
Toda esa nutrición futbolera que el jugador mamó desde pibe
en el potrero."22
Consideraciones
finales
Raúl Scalabrini Ortíz indaga el espíritu porteño
y traza las líneas del ser nacional, un ser colectivo que no es tangible
pero existe en el arquetipo del porteño, en el hombre de Corrientes
y Esmeralda. Ese hombre que también piensa la ciudad, la política
y la sociedad. En consecuencia, los fenómenos populares como el tango
y el fútbol no le resultan ajenos. Todo lo contrario. Son parte esencial
de la vida del hombre común que palpita el pulso de la ciudad desde
el barrio, los amigos, el bar, la tertulia... y el fútbol. Hay intelectuales
que se preguntan cómo se moldea el arquetipo del hijo de la tierra,
cuales son las características del criollo, cómo se construye
una identidad argentina que emerge de las aguas del Río de la Plata,
el mismo río que transitaron los barcos que trajeron a miles de inmigrantes.
Ellos poseían una idiosincrasia. Pero sus hijos forjaron una identidad
propia.
En este trabajo pretendemos demostrar que la historia del fútbol argentino
nos ofrece un lugar privilegiado para analizar cómo el espíritu
de la tierra se ve en cada paso de la construcción de una forma de
juego típicamente criolla: la nuestra.
Buenos Aires, noviembre de 1999
Notas:
1. Califa,
Oche. "Raúl Scalabrini Ortíz. Hombre parado en Corrientes
y Esmeralda". Diario Clarín, domingo 16 de octubre de 1988, pág.
16.
2. Scalabrini Ortíz, Raúl. El Hombre que está solo y
espera. Buenos Aires. Plus Ultra, 1991, pág. 88
3. F.O.R.J.A fue fundada en 1935 por Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo
Jauretche y Homero Manzi, entre otros. Su consigna era: "Por el radicalismo
a la soberanía popular. Por la soberanía popular a la soberanía
nacional. Por la soberanía nacional a la emancipación del pueblo
argentino".
4. Archetti, Eduardo. Prólogo. En Deporte y Sociedad, compilado por
Pablo Alabarces y otros, Buenos Aires, Eudeba, 1998, págs. 9 a 13.
5. Di Giano, Roberto. "El fútbol como objeto de estudio de la
sociología". Revista El Ojo Furioso. Otoño 1999. Año
VII nro. 7, Buenos Aires, pág. 73. La cita pertenece al siguiente párrafo:
"La riqueza interpretativa en este marco deberá alcanzarse rechazando,
en principio, esa postura mecanicista que toma al fútbol como un mero
reflejo social, pues esta manifestación cultural de carácter
masivo tiene su propia especificidad que hay que tener muy en cuenta para
no caer en argumentaciones simplistas. Y a partir de la aceptación
de esta autonomía del ámbito futbolístico (que es ciertamente
muy frágil por estar cruzado este deporte, en nuestro país,
por pesados intereses políticos y económicos) podrá reconocerse
que se ponen en juego en el fútbol muchos elementos que permiten leer
algunos aspectos de la sociedad argentina y sacar conclusiones sobre ella."
6. Scalabrini Ortíz, Raúl. Op. cit.
7. Archetti, Eduardo. "Estilo y virtudes masculinas en El Grafico: la
creación del imaginario del fútbol argentino", Desarrollo
Económico, volumen 35, nro. 139, Buenos Aires, IDES, octubre-diciembre,
1995.
8. Marial, José. "El fútbol". En Literatura de la
Pelota, compilado por Roberto Santoro, Buenos Aires, Papeles de Buenos Aires,
1971, págs. 218-222.
9. Lorenzo, Eduardo. "Borocotó". "Tres cosas nuestras:
el fútbol, el tango y el alma criolla". En Homenaje al Fútbol
Argentino. Revista La Maga, Buenos Aires, enero/febrero 1994, pág.
19.
10. Archetti, Eduardo. Op. cit.
11. Pérez Peña. "Presencia del porteño. El signo
del fútbol". En Literatura de la Pelota, compilado por Roberto
Santoro, Buenos Aires, Papeles de Buenos Aires, 1971, págs. 242-245.
12. Homero Guglielmini. "Una visión del fútbol". En
Literatura de la Pelota, compilado por Roberto Santoro, Buenos Aires, Papeles
de Buenos Aires, 1971, págs. 218-222.
13. Scalabrini Ortíz, Raúl. Op. cit.
14. Frydenberg, Julio D. "Espacio urbano y práctica del fútbol,
Buenos Aires 1900-1915". En Ponencias presentadas en el 1er. Encuentro:
Deporte y Sociedad, Buenos Aires, Area Interdisciplinaria de Estudios del
Deporte-Universidad de Buenos Aires, octubre 1999, págs. 45-76.
15. Frydenberg, Julio D. Op. cit.
16. 16 Archetti, Eduardo. Op. cit.
17. Pasquato, Julio César. Juvenal. Fútbol en el alma. El jugador,
la pelota y la cancha, Buenos Aires, Biblioteca El Grafico, Editorial Atlántida,
1997.
18. Sasturain, Juan. "Patear en la Argentina: potrero, vereda y pasillo".
En Homenaje al fútbol argentino, Revista La Maga, Buenos Aires, enero-febrero
1994, págs. 20-21.
19. Brown, Jorge. "En 1921, Jorge Brown hablaba de fútbol antiguo
y moderno". En Homenaje al fútbol argentino, Revista La Maga,
Buenos Aires, enero-febrero 1994, pág. 6.
20. Al respecto, el escritor Ernesto Sábato incluye en su libro "Sobre
héroes y tumbas" el siguiente párrafo: "... Y al final,
pibe, se diga lo que se diga, lo que se persigue en el fóbal es el
escore. Y te advierto que yo soy de los que piensan que un juego espectacular
es algo que enllena el corazón y que la hinchada agradece, qué
joder. Pero el mundo es así y a la final todo es cuestión de
goles. Y pa demostrarte lo que eran esas dos modalidades de juego te voy a
contar una anécdota ilustrativa. Una tarde, al intervalo, la Chancha
le decía a Lalín: crúzamela viejo, que entro y hago gol.
Empieza el segundo jastain. Lalín se la cruza, en efeto, y el negro
a agarra, entra y hace gol, tal como se lo había dicho. Volvió
Seoane con los brazos abiertos, corriendo hacia Lalín, gritándole:
viste, Lalín, viste, y Lalín contestó sí pero
yo no me divierto. Ahí tenés, si se quiere, todo el problema
del fóbal criollo."
21. 21 Archetti, Eduardo. Op. cit.
22. 22 Pasquato, Julio César. Juvenal. Op. cit.
Bibliografía
·
ARCHETTI, Eduardo (1998) Prólogo. En Deporte y Sociedad, compilado
por Pablo Alabarces y otros, Buenos Aires, Eudeba.
· ARCHETTI, Eduardo (1995) "Estilo y virtudes masculinas en El
Grafico: la creación del imaginario del fútbol argentino",
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· FRYDENBERG, Julio D. (1999) "Espacio urbano y práctica
del fútbol, Buenos Aires 1900-1915". En Ponencias presentadas
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· PASQUATO, Julio César (Juvenal) (1997) Fútbol en el
alma. El jugador, la pelota y la cancha, Buenos Aires, Biblioteca El Grafico,
Editorial Atlántida.
· SANTORO, Roberto (1971) Literatura de la Pelota, compilado por Roberto
Santoro, Buenos Aires, Papeles de Buenos Aires, 1971.
· SCALABRINI ORTÍZ, Raúl. (1991) El Hombre que está
solo y espera, Buenos Aires, Plus Ultra.
Periódicos y Revistas
· Diario Clarín
· Homenaje al Fútbol Argentino. Revista La Maga, Buenos Aires,
enero/febrero 1994.
· Revista El Ojo Furioso. Otoño 1999. Año VII nro. 7,
Buenos Aires.
14-
Mundial ´78: La cárcel de todos.
Eduardo David
Abalo
Juan S. Montes Cató
“Porque el mundial, para
nosotros, es un desafío donde el fútbol no tenía nada
que ver”
Roberto Maidana (periodista)
A través del proceso de reorganización nacional, lo que verdaderamente
se proponían los militares en el poder era producir una refundación
de la sociedad que abarcara tanto el plano económico como el político
y el social. Esa refundación planteaba la existencia de un inicio,
que estaría dado a partir del 24 de Marzo de 1976. A partir de ese
momento, y de acuerdo al discurso de los militares, se produciría un
punto de inflexión en el camino que llevaba del caos al orden. Ese
caos se asimilaba al régimen democrático depuesto. como en otros
momentos de la historia argentina, los militares se arrogaban ser la reserva
moral de la nación.
Dos años después
del golpe, en Junio de 1978, se lleva a cabo el mundial de fútbol en
nuestro país. Este será utilizado para que el gobierno se legitime
hacia dentro y hacia afuera. Hacia dentro, debemos tener en cuenta que un
régimen no solo se basa en la coerción sino que debe tener al
menos un mínimo de consenso, para lo cual apela a una serie de políticas
y dispositivos que lo lleven a lograr esto último. En este sentido
resulta importante el aspecto simbólico sobre todo si tenemos en cuenta
que a través de el circulan valores, creencias e identificaciones.
Las imágenes de los medios
masivos resultan de importancia para este objetivo ya que reúnen una
serie de características que lo diferencian de otros campos donde circulan
los imaginarios . En efecto, tienen la particularidad de llegar en un mismo
momento a un número cuantitativamente importante de la población.
Esto sumado, por un lado a la importancia que tiene el fútbol en nuestro
país como fenómeno social y cultural, más los procesos
de censura y autocensura que se manifiestan en un régimen autoritario
que impide la libre circulación de mensajes alternativos, hacen que
aquellas imágenes se tornen en ámbito privilegiado a través
del cual se busca la legitimación de determinado orden.
Hacia fuera, esas imágenes
son de vital de importancia en la medida que permiten emitir en gran parte
del mundo. Con ellas se buscaba mostrar que la imagen crítica que en
esos momentos circulaba en los países democráticos acerca de
la situación imperante en el país resultaba equivocada cuando
no parcial y maliciosa.
Teniendo en cuenta lo anterior,
intentamos captar los objetivos que se plantean a través de una determinada
"puesta en escena", partiendo del supuesto de que no existe una
inocencia de las imágenes sino que, por el contrario, la selección
de ciertas imágenes en lugar de otras, sumado a lo que ellas dicen
y a lo que callan, lo que muestran y ocultan y la forma en que son presentadas,
hacen que estas conlleven una carga valorativa y una intencionalidad ideológica
a partir de lo cual se pretende que solo sea una la lectura legítima
que se haga sobre determinado acontecimiento.
Para cumplimentar dicho objetivo
analizamos el film-documental "La fiesta de todos" dirigido
por Sergio Renán, noticieros de la época que tenían como
referente el mundial de fútbol y propagandas producidas por el propio
gobierno. Haremos hincapié en los aspectos sonoro-auditivos y lumínico-visuales,
integrando no solo una pluralidad de sentidos perceptivos (vista y oído)
sino también una pluralidad de lenguajes asociados a cada uno de ellos
(imagen, sonido fonético, sonido musical, ruidos y diversidad de grafismos
u otras señales inscritas en la imagen) que mas allá de las
estructuras estrictamente perceptivas ponen en juego una amplia gama de sistemas
culturales: reconocimiento, identificación y enumeración de
objetos, conjuntos de simbolismos y connotaciones.
Orden y éxito
La película "La
fiesta de todos" posee un relato de tipo épico, en el del
cual los héroes, en este caso el conjunto nacional y por que no su
extensión en el público que vive las diversas instancias como
si estuviesen ellos mismos disputando cada partido, deben recorrer el camino
mas dificultoso para llegar al éxito final. El relato apela a los componentes
que constituyen las grandes relatos: esfuerzo sobrehumanos, desaliento, conquista,
son algunos de ellos.
El comienzo del film marca claramente
cuales serán los objetivos que se plantea. Un toma aérea del
estadio de River Plate colmado de público momentos antes de la fiesta
de inauguración otorgan una imagen de majestuosidad y de objetividad,
en la medida en que se presenta como el ojo que todo lo ve.
La primer toma en primer plano
es la del general Videla observando la ceremonia , para realizarla se utiliza
el recurso del contrapicado, mediante el cual se logra el doble objetivo de
mostrar al presidente como un simpatizante mas -se encuentra parado en la
tribuna-, pero nunca deja el lugar central de la imagen, ubicandose por encima
de todos ellos, inclusive de Massera que aparece a un lado.
La secuencia se complementa con
la afirmación del locutor expresando que el éxito se ha logrado
gracias al esfuerzo de todos. Sin embargo, simultáneamente se afirma
que se ha logrado a través del trabajo y capacidad de los hombres que
lo organizaron. Esto se encuentra reforzado por las imágenes de Lacoste
-presidente del Ente Autárquico Mundial ‘78- y de Merlo. En este
sentido, el significado denotado es que si bien el mundial congregó
a todo el país eso fue logrado bajo la dirección de las autoridades
militares; aquella toma contrapicado no deja lugar a duda acerca de la analogía
planteada entre la organización del mundial y la de la sociedad.
A lo largo del film aparece constantemente
apelaciones al orden, a un determinado orden. Las imágenes de la fiesta
con ejercicios marciales, acompañadas del desfile de las bandas militares,
además de las permanentes imágenes de numeroso público
festejando pacíficamente, entre otras, hacen referencia a ese valor.
Inclusive cuando se realizan los cánticos en los estadios la sensación
transmitida es la de tranquilidad, de un entusiasmo controlado, sin desmanes
ni excesos. En el único momento del film en donde el orden aparece
perturbado es cuando el humilde poseedor de una verdulería canjea su
fuente de sustento por seis entradas para final del mundial a pesar del ruego
desesperado de su esposa e hijos. Es interesante destacar que esto último
va de la mano de una concepción acerca de que los sectores mas desfavorecidos
requieren de un tutelaje que guíe sus actos y controle las pasiones
irracionales a las que se encuentran sometidos.
Como hemos visto el valor del
orden aparece identificado a lo estrictamente militar, asimismo se impone
una terminología con una impronta belicista para referirse y explicar
lo social: “centro de operaciones”, “pleito”,
“estaba resuelto, faltaba la última batalla”.
La idea de éxito también
se encuentra permanentemente presente en el film y en las propagandas televisivas.
No solo se hace referencia al triunfo deportivo, sino también a la
posibilidad de haber podido realizar el mundial, lo cual es prueba que el
país se encuentra a la altura de la grandes potencias. Esta idea de
éxito se encuentra asociada en todos los casos al ímpetu en
las construcciones de infraestructura: imágenes de los estadios remodelados
o íntegramente construidos, el edificio de ATC (Argentina Televisora
a Color), el aeroparque internacional Ezeiza, o las autopistas son algunas
de las imágenes que predominan en el relato.
Fútbol y argentinidad
Luego de los fracasos acumulados
por la selección en los últimos mundiales, se planteaba la necesidad
de un cambio en el estilo de juego del equipo nacional. Esos fracasos no se
referían solo al ámbito deportivo sino que se asimilaban a una
continuidad de frustraciones recientes y profundas en el plano político
y económico. Por dicha época va tomando cuerpo un discurso que
apela a volver a las fuentes del verdadero fútbol argentino, dejando
de lado técnicas, estilos y variantes ajenos a nuestro sentir. Será
la figura del director Cesar L. Menotti quien encarne esa revalorización
del fútbol argentino. Esta tendencia va a entroncar con las apelaciones
militares a volver hacia aquellos valores patrióticos, cristianos y
occidentales que hacían a nuestro ser nacional y que eran atacados
por tendencias foráneas; identificadas con el marxismo internacional.
Una propaganda de la época apela a terminar con los extremismos y se
pregunta:
¿En nombre de qué
cayeron los mártires de esta lucha: en nombre de Dios, de la patria
que nos brinda todo para vivir en la paz del trabajo y el hogar”
Dios, patria y hogar, tríada
esta que constituye los valores fundamentales del ejército.
Las palabras del propio técnico
nacional contribuían a acentuar esa relación, ya que en un reportaje
concedido, afirma que:
“Es necesario manifestar a través del fútbol una forma
de vida propia de los argentinos”
En numerosos pasajes del film
se utiliza la dicotomía fútbol nacional bonito y elegante, y
el fútbol extranjero como uno basado en la fortaleza física.
Estas referencias se encuentran complementadas con imágenes en donde
jugadores de los equipos europeos cometen duras infracciones a los jugadores
del equipo nacional y de otros conjuntos latinoamericanos.
Esta recuperación de lo
argentino se hacía evidente en la elección de la imagen emblemática
del certamen: Mundialito estaba asociado a una vuelta a la Pampa, al “inconmensurable
territorio”, la tierra, el trigo, las vacas, la “reconstrucción” de país “ladrillo a ladrillo”, “la pureza
de la naturaleza”, “las cosas nuestras”...
Paradójicamente, a la vez
que se plantea una vuelta hacia los "orígenes" nacionales,
esto queda circunscrito solo para el plano político-social, porque
en relación al plano económico se comienza a instaurar un sistema
que apunta a desarticular la industria nacional que en alianza con los obreros
industriales serían los causantes de gran parte de los "males" que el gobierno militar pretendía erradicar. La reforma financiera
de 1977, la política de levantamiento de barreras arancelarias, de
eficientización de la economía y de transferencia de recursos
de la industria hacia otros sectores que implementaron los militares apuntaban
a ese objetivo.
Nosotros
y los otros
Para aquellos objetivos que se
planteaban tanto hacia fuera del país como hacia dentro, era necesario
mostrar una imagen de cohesión, aunque la lectura que se hiciera de
ella fuera diferente en cada uno.
Hacia fuera circulaban básicamente
las imágenes transmitidas a través de la televisación
de los partidos del certamen. Durante las transmisiones, y sobre todo cuando
jugaba el seleccionado argentino, se realizaban frecuentes paneos aéreos
de las tribunas repletas de los estadios, seguidas en su mayor parte, por
planos del público presente. Los cánticos de los simpatizantes,
el agitar de innumerables banderas celestes y blancas, la infinidad de papelitos
arrojados en cada presentación del equipo local, la alegría
y la preocupación reflejada en los rostros de los espectadores según
las alternativas de encuentro, expresaban el apoyo de todos y cada uno. Ello
era coherente con un discurso oficial que apelaba a la unión de todos
los argentinos y que se oponía a las denuncias que desde el exterior
se lanzaban contra la situación política y social imperante
en el país. La suelta de globos y de palomas ayudaban, en el caso de
la fiesta de inauguración, a completar el cuadro: todos unidos y en
paz.
Hacia el frente interno el objetivo
era el de mostrar unidad, a la vez que se buscaba crear un mínimo de
consenso así como advertir a los opositores sobre lo equivocado de
su posición. Cuando no de lo peligrosa de esta.
La película “La
fiesta de todos”, filmada con una finalidad de consumo interno,
se refería a estos objetivos. A través de las imágenes
de los diferentes partidos disputados se le sumaban los festejos del público
argentino en las calles, aún en la adversidad. Todo esto era articulado
mostrando como diferentes hombres y mujeres vivía el desarrollo del
torneo.
Todo era festejo, todo era fútbol,
todo era argentina y triunfalismo. Esa unanimidad se expresaba en diferentes
momentos del film.
No solo los hombres adultos eran
los protagonistas de esa fiesta, todas las generaciones se hacían presentes.
La imagen del abuelo italiano, su hijo y nieto siguiendo atentos las alternativas
de los partidos de Argentina son indicadores de ello.
Inclusive las mujeres estaban
comprometidas, tal como los mostraban los variados planos que de ellas se
tomaban en las tribunas de los estadios. Como decía una de las protagonistas,
ellas ingresaron con sus propios argumentos, aunque reproduciendo el papel
que tenían asignado en la familia tradicional: cuando se jugaban los
partidos, los platos no se lavaban; sus comentarios acerca de los encuentros
se limitaban a factores tales como la elegancia y la belleza de ciertos jugadores,
sobre todo de la selección nacional.
La importancia de la familia era
destacado en numerosas oportunidades. El único de los protagonistas
que se encontraba solo y que no hacía referencia a su parentesco era
precisamente el único que se oponía a la corriente triunfalista,
aunque con argumentos prácticamente indefendibles.
Será ese mismo personaje
quien, luego de dudar de la calidad del equipo argentino, será golpeado
por sus interlocutores, seguros del avance incontenible de los colores celeste
y blanco. Ese ataque sumado a las varias situaciones en los que estuvo a punto
de ser golpeado incluso por sus amigos, evidenciaba el peligro a que se enfrentaban
todos aquellos que se oponían a la “voluntad de todos”.
Luego de la golpiza recibida, aquel saca su banderita y, solitario, comienza
a saltar al grito de Argentina, Argentina.
La ciencia, representada en la
figura del historiador Félix Luna, comentando acerca de las bondades
de aquella unanimidad contribuía:
“Estas multitudes delirantes,
limpias, unánimes, es lo mas parecido que he visto en mi vida a un
pueblo maduro, realizado, vibrando con un sentimiento común y sin que
nadie se sienta derrotado o marginado; y tal vez por primera vez en este país,
sin que la alegría de algunos signifique la tristeza de otros”
La ubicación de la cámara,
situada por debajo de la escalera en la que esta parado el historiador, busca
connotar que los acontecimientos y las pasiones no influyen en sus interpretaciones
porque el historiador se encuentra por encima de estas; por ende, toda afirmación
sustentada por el “científico” adquiere rasgos
de objetividad y verdad. Y la verdad no se discute.
Esta concepción acerca
de la conducta de la gente lleva a una estigmatización de la diferencia,
tal como aparece con las actitudes que provoca la oposición de aquel
solitario a la realización del mundial y a las posibilidades de ganarlo.
En la misma línea, dentro del interés y la pasión que
el mundial despertaba en cada uno y en todos, la única excepción
la constituye un peluquero, quien, con una voz y gestos que harían
dudar de su virilidad, afirma que el fútbol es “un juego
de brutos”, y que prefiere ver una novela. No obstante ello, un
grupo de mujeres, sus clientas, lo obligan a que ponga el partido.
Podría sostenerse que detrás
de estos ejemplos de no respeto a las diferencias habría una crítica
al sistema que las institucionaliza, al menos formalmente: la democracia.
Cuando el contenido desborda el film
Las sociedades no son del todo
homogéneas y por ello nunca los imaginarios se establecen o se legitiman
totalmente. A cada momento surgen versiones renovadas, divergentes, heréticas
que lo cuestionan y ante los cuales el poder hegemónica desarrolla
mecanismos para sofocarlos . En este sentido, nuestra mirada no se ha centrado
solamente en los aspectos de continuidad de los imaginarios hegemónicos
presentes, sino que intenta captar las zonas de tensión, de conflicto;
aquellas zonas en donde el mensaje no adopta una linealidad en su sentido,
sino que deja lugar a la ambigüedad. En el film, se entrevén ciertas “fisuras” en el mensaje que pretende ser hermético.
Como hemos destacado, las primeras
secuencias del film transcurren en un marco de mucha luminosidad natural,
de tomas panorámicas y en el exterior , estos recursos congregados
tienden a generar una imagen de serenidad y de cierto optimismo por el hecho
de haber llegado a completar las obras y demás tareas para que el mundial
se presente adecuadamente. La contraposición aparece cuando a través
del relato se hace referencia a la presentación del conjunto Argentino
en el Mundial. Las tomas presentan una avenida desierta, por donde no circulan
personas, ni automóviles, acompañado de una tenue luz artificial
, casi a oscuras; a diferencia de otros pasajes del film, aquí no se
oye la música festiva que acompaña otras instancias, de hecho
la toma de la avenida carece de sonido alguno. Una voz en off del director
del plantel de fútbol expresa:
“Nosotros
fuimos el centro, de un país detenido”
En ese marco la frase suena por
demás sugestiva. Desde el punto de vista deportivo la frase “un
país detenido” hace referencia al gran interés que
despierta en los argentinos el desarrollo del mundial, sin embargo no puede
pasarse por alto un sentido que lo subyace, un sentido político que
hoy a través de una mirada retrospectiva resulta evidente: el país
se encontraba encarcelado en sus propias fronteras.
A modo de reflexión final
A través de este trabajo
hemos querido evidenciar que detrás de los objetivos de una determinada
puesta en escena de un acontecimiento deportivo, subsisten intereses que exceden
lo estrictamente futbolístico. Dichos objetivos asumen características
políticas e ideológicas que no pueden desprenderse del contexto
en el cual se desarrollan.
Como plantea Bronislaw Baczko “todo poder se rodea de representaciones, símbolos y emblemas,
que lo legitiman, lo engrandecen, y que necesita para asegurar su protección”, es por esto que nos ha parecido pertinente indagar los dispositivos que el
régimen militar utilizó para imponer al campo simbólico
un determinado sentido.
El análisis de las imágenes
seleccionadas nos han develado que quizás el principal objetivo consistió
en presentar y apelar a una supuestas unanimidad tanto de sentimientos, creencias
y valores. Esta unanimidad que se manifiesta tanto a nivel argumentativo como
desde los aspectos técnicos (sonoros y visuales) a la ves ocultó
lo distinto.
La diferencia no se manifiesta
y cuando excepcionalmente lo hace es profundamente estigmatizada. En este
sentido, todo el mundial actúa como un velo de ocultamiento.
Cada estadio ocultaba una sala
de tortura; River ocultaba la E.S.M.A.; el Chateau Carrera ocultaba la Perla;
Velez el Olimpo; Mar del Plata la Unidad Regional; Mendoza el, Liceo Militar
y Rosario el Segundo Cuerpo del Ejército. Las miles de presencias en
los estadios a otros tanto desaparecidos .
Finalmente esta pretendida unidad
nacional, solo hacía referencia a lo que Villareal a denominado homogeneización
por arriba, la contra cara de este fenómeno es un violento proceso
de heterogeneización por abajo.
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Recuperar el fútbol. (Osvaldo Bayer).
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Publicado en la Revista Lote número 13