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Segunda
Sección
Índice de
contenidos
3- Sin novio
ni épica: breve arqueología del aguante (madre de todas las
cosas). (Amir Hamed)
4- El fútbol
más feo del mundo. (David Martino)
5- Fútbol
y mitos inútiles: la garra charrúa nunca sirvió para
nada. (François Graña)
6- El mito de
la garra charrúa. (David Martino)
7- Pelotas que
caen del cielo. (David Martino)
8- La cloaca
del gol. (Greg Sokker)
3-
Sin novio ni épica: breve arqueología del aguante (madre de
todas las cosas) (I)*
Tras que Edipo,
a las puertas de Tebas, resuelve el enigma del cuadrúpedo que es bípedo
y luego trípode al que lo somete la Esfinge, ésta se auto aniquila;
la respuesta, antes del héroe de los pies hinchados, era impronunciable
por banal: bastaba con decir "el hombre". Edipo, que fue hermano
de sus hijos y nieto de su suegra, fue parejamente banal y atrevido. Otro
al que lo baladí no ha acobardado es Charly García, quien presumiblemente
fue sometido a un programa de preguntas y respuestas cuyo botín era
capturado tras resolver el acertijo de "qué es eso que modificó
la etiqueta de las gallinas, la modulación de los cantantes de rock
platenses, que lleva a los niños que están lejos de la pobreza
a pedir monedas por las calles de Montevideo y habrá de rebautizar
la Plaza de Mayo, en Buenos Aires". Es de barajar que los productores
del programa hayan descansado en la nula mención que, históricamente,
en letras o entrevistas había hecho García de los lugares comunes
de los pelotaris (es uno de los pocos de la farándula argentina a los
que se le desconoce partidismo deportivo), pero lo cierto es que, luego de
la respuesta, quedaron a expensas de una invitación al suicidio.
Nada del aguante me es ajeno
El ganador, García, siempre a la vanguardia, con sonoro palmetazo en
la frente, reconoce que llegó tarde pero que, a la vez, siempre estuvo
ahí: "hasta yo lo vi/decímelo a mí".
Error del inquisidor, considerar al aguante un evento deportivo. Error (asumido)
por García, la anagnórisis lerda. Si él mismo, en "Chipi
Chipi", definió su poética como "detectora" ("yo
siempre tengo esta pobre antena/que me transmite lo que decir")
y se ha convertido en gurú por dar la alarma en el momento justo, aquí
fue como recibir un pelotazo que descalabra el entrecejo y despertar a la
revelación anacrónica de que él, una vida a la vanguardia,
había nacido para la pasión añeja de eso mismo que estraga
gargantas entre los hinchas; una herida abrasiva, envolvente, que con todo
barre. Hoy, 2002, en el Río de la Plata, todo es aguante, esfinge de
mil caras que, entre otras cosas, tiene su propia Plaza, la misma que fuera
de los padres y madres de Mayo, frente a la Casa Rosada.
Aquellos más
lentos que García no dejarán de percibir (y en muchos casos,
de temer) que se trata de un cambio ideológico e institucional que,
entre otras cosas, marca la clausura de los próceres de Mayo y los
colores nacionales diseñados por Belgrano en favor de la heráldica
de los barra brava, incorporada a los movimientos de resistencia de eso que
algunos han dado en llamar sociedad civil. Pero como todo aquello ubicuo,
y como en la neurótica letra de García, que escamotea definiciones,
el aguante es inasible como la brisa; está en todas partes pero nadie
termina de saber qué es. Está en las camisetas que son atavío
casi obligado de chicas o chabones en los pubs del Tigre o Barrio Norte, en
Buenos Aires, o de Punta Carretas o Carrasco, en Montevideo, y también
en las bailantas; está en miles de páginas de Internet, en la
dicción rejuvenecida de las tribus urbanas, en los pesos y patacones
que se limosnean para el vino o la cerveza o por el mero imperativo de la
limosna; en la resistencia casi sorda al pacto cívico, al intercambio
laboral, a la geopolítica de los ganadores; está en un programa
televisivo de Torneos y Competencias, llamado El Aguante, en la atmósfera
cada vez más gesticulante de las calles, en la caja de vino que va
tomando una muchacha, a las siete de la tarde, rumbo a la rambla de Palermo,
en Montevideo, pasando junto a la embajada de Estados Unidos, custodiada por
patrulleros; está lejos de Dios, es de presumir, pero igual que con
el trino y uno, y con el rock and roll, todo comenzó casi en sigilo,
en un par de iglesias (llegó para quedarse); pero a diferencia del
Dios atronador que impuso sus tablas en el Sinaí, el aguante necesita
ser sometido a predicados.
En el principio fue la gallina
Tras cierta sonora derrota deportiva, la de un equipo argentino contra uno
uruguayo, en 1966, las gallinas comenzaron a asistir a la tribuna de Boca
Juniors ataviadas con una camiseta de River Plate. Nadie sabía si se
trataba de ponedoras o cluecas y se conjeturaba que no habían pagado
entrada. Nadie, siquiera, podía escuchar su cococó, pero a ninguno
pasó por alto que, a través de las gallinas, los hinchas de
Boca ratificaban que su rivalidad con River Plate trascendía cualquier
nacionalismo: más aún, explicaban, por medio de esa ave incapaz
del vuelo, porqué ellos no eran de River, es decir, porqué adherían
al campo azul, franjeado de oro(1). En ocasiones, las ovíparas, con
revoloteo de plumas y sus tradicionales y escasamente atléticos saltitos,
eran arrojadas al verde césped. En la década siguiente creció
la granja cuando, revanchista, la barra de River arrojó, marrón
y hocicudo bajo el oro azul de la casaquilla, un cerdo. No engañarse
con la progresión edípica: dos patas gallináceas, cierto,
cuatro porcinas, pero el aguante es un miriápodo, que todavía
era nonato. Lo que sí resultaba de todos modos advertible era que las
hinchadas habían abolido la distancia sacra del campo civilizador que
era la cancha; sistemáticamente, para deleite de las cámaras,
arrojaban rollos de papel (higiénico, de calculadora) que los ilusos
tras la pantalla blanco y negro confundían con serpentinas. El rollo
que iba cayendo dejaba una estela que, de alguna forma, unía los dos
mundos: el tablón populoso y el espacio regimentado que poblaban los
héroes.
Esto no dejaba de transgredir el modelo civilizador de la modernidad platense.
Baste recordar que, si bien durante las primeras décadas del siglo
XX, el fútbol era el jolgorio del campo abierto (la cancha un lamparón
de pampa o penillanura entre las ciudades que crecían y humeaban al
influjo de los inmigrantes y, en el cuero de vaca hecho pelota, rodaba de
aquí para allá el souvenir de la sociedad pastoril y anárquica
que tanto molestara a Sarmiento(2)) de todas formas comportaba una amable
trampa para matreros nostalgiosos. Por más que al principio fuera en
el Plata un festejo de habilidades e individualismo, el football inoculaba
reglas y, más aún, cumplía con el fin disciplinante con
el que los ingleses, a partir del siglo XIX, impusieron la práctica
de deportes colectivos y de competencia(3). La rivalidad deportiva (por más
que el deporte sea sucedáneo de la guerra) era un aspecto más
de la vida en la civitas, por más pasional y omnipresente que ésta
fuera en el Plata. Para la sociedad de tabla rasa y pequeña burguesía
igualitaria que surgió en el siglo XX en el Uruguay parido por los
gobiernos de José Batlle y Ordóñez, los tempranos triunfos
deportivos (campeonatos olímpicos de 1924 y 28, mundial del 30, que
se estiraron, tras el paréntesis de entreguerras, en 1950 hicieron
del fútbol y la casaca celeste que adquirió el seleccionado
un aparato integrador tras el que se apiñaron criollos e inmigrantes(4);
las carreras de los políticos, comenzaban en instituciones deportivas,
principalmente en los dos "grandes" (Nacional y Peñarol(5))
y, todavía hoy, se insiste en que el fútbol es el mejor embajador
uruguayo, es decir, aquello que hace al país conocido fuera de fronteras.
Se ha afirmado que en Argentina, durante el medio siglo, la relación
entre balompié y nacionalidad se volvió indisoluble(6); lo que
aquí cumple recordar, sin embargo, es que en esa edad en la que reinó
el bombo populista de Juan Domingo Perón (activo simpatizante de Racing),
los footballers jugaban con camisas con cuello y abotonadas: la interpelación
a "mis descamisados" que hacía Evita tendía
a unificar a las masas más allá de divisas deportivas.
Como hongos, en el Plata, iban creciendo los estadios, diseñados para
apacentar público sobre cemento -mientras los atletas se deshidrataban
y pateaban-, que venían a cerrar el anillo ciudadano: en un ágora
verde, se dirimían diferencias. Amparados en su falta de imaginación
y su temor escolar a la reiteración de términos, esos paladines
conocidos como cronistas deportivos, empecinados dispositivos de reproducción
ideológica del estado, generaron un lexicón edulcorado que trataba
de resolver tensiones de clase y que, todavía hoy, se hace sentir en
un complejo sistema de paráfrasis, parónimos y metonimias que
progresivamente dejaron de interpelar. Por décadas, a los de River
se los llamó "millonarios", y "xeneixes" a sus
archirrivales de Boca (por su cercanía con el estuario).
La verificación
de que este tipo de terminología, aunque remitía a diferencias
de clase, buscaba lenificar enconos supradeportivos se da en Uruguay, donde
los del Club Nacional de Fútbol, equipo fundado por universitarios,
cuya casaca tenía cosido un bolsillo azul, eran llamados "bolsilludos",
es decir, acaudalados, por los adherentes a su enconado rival, Peñarol,
con origen eran las compañías inglesas de ferrocarril. Para
ese país batllista el vocablo "bolsilludo" era agresivo,
tanto como la palabra "manya", con la que los de Nacional motejaban
a sus adversarios. El relato evemerístico responde a las primeras décadas
del siglo, cuando uno de esos próceres "aurinegros" pasó
a defender la odiada "tricolor". Aunque el profesionalismo todavía
no se declaraba oficialmente, era practicado entre las instituciones más
prósperas, y el "transferido" Carlos Scarone, que de Peñarol
había pasado a Boca Juniors, vuelve a Uruguay para ponerse la del bolsillo.
Una versión dice que en 1915 jugó su primer clásico siendo
reiteradamente agredido por sus ex compañeros, que lo perseguían
en una implacable vendetta de 90 minutos. Cansado de revolcones,
el agredido se explica adamantino desde el piso: "Qué querés,
si ustedes son unos manya mierda".(7)
Sin embargo, la prensa deportiva (igualmente poco feliz con el idioma, igualmente
pacata y defensora del civismo del estado) los llamaba "tricolores",
remitiendo a su indumentaria, tomada de la bandera federal de José
Gervasio Artigas, con los cromos rojo, blanco y azul. Para el adversario -su
origen pueblero y ferroviario hipostasiado en los colores de su camiseta,
amarillo y negro- la crónica reservaba los términos "carbonero"
y el visionario "aurinegro"(8). Mientras la sosa fabla de los deportócratas
trataba de erigirse en muro de contención, reforzador del pacto cívico,
la animosidad estallaba en abyección, sin embargo, dentro de la prensa
partidaria: en su sistema de denominaciones, el adversario era un innombrable,
cuya existencia era un provisoriato de fraseos vacuos como "el tradicional
adversario" o "el rival de todas las horas".
Pero, tras la irrupción de la gallinita, todo cambió; los ofendidos,
recordando el fuerte olor que sube con la marea del estuario, no dejaron de
replicar con un "bosteros", que dio fragancia para siempre a los
colores de Boca Juniors. Se puede decir que, por medio de estos apelativos,
las hinchadas resolvieron la existencia del otro y, consiguientemente, la
propia. En 1966 comenzaba el fin de esta modalidad cívico-deportiva;
con los chanchos y atávicas madres de nuestros mejores huevos, que
reaparecían en la neblina de los cohetes y papelería que eran
el centro mismo del endomingamiento, se difuminaban los límites del
campo de juego y la cerca devenía en la orilla, allí donde el
tango dice que es sur, paredón y pampa. Papeles, cohetes, bichos, gritos,
eran la manifestación corpórea de aquello mismo que alguna vez
se confundiera con el espíritu: el aliento (de la hinchada). Si alentar
es enajenar el soplo propio en los colores del equipo, insultar al adversario
es actualizar las señas de pertenencia y diferenciación, que
en muchos casos recordaban de qué barrio se provenía o cuál
se evitaba. Así, por ejemplo, en Buenos Aires, los "cuervos"
de San Lorenzo recuerdan como "quemeros", por su cercanía
a los basurales, a sus rivales de Huracán, mientras en Rosario los
"canallas" de Central mapean como "leprosos" a los Newels,
por su proximidad con cierto leprosario.
No faltará quien pretenda trazar un origen de las pasiones deportivas
del Plata en la retensión anal o en el derroche, pero aquí lo
relevante es consignar la conversión del insulto en reivindicación
totémica, así como el desplazamiento por el cual se difuminó
el deporte y, a partir del tablón, garganteado por miles primero y
millones después, el aguante, como un evangelio, se apoderó
de las ciudades.
Notas:
(1)
Es decir, los colores de Boca Juniors.
(2) A diferencia
del extremadamente disciplinado basketball, deporte estrictamente citadino,
cronometrado con infinidad de infracciones, de impulso cenital como los edificios
y rascacielos. Al respecto, véase El Fútbol. Mitos, Ritos y
Símbolos (Madrid: Alianza Editorial, 1981), de Vicente Verdú.
(3) En el siglo
XIX los alemanes tuvieron una época de apogeo de su modelo, el turnen
(gimnasia), cuyo objeto no era la competencia sino mantener el cuerpo saludable,
resaltar las formas corporales y fortalecer el espíritu y el coraje
ante el peligro. Los atletas alemanes decimonónicos tenían especial
interés en vincular la actividad física con el crecimiento moral
e intelectual. Tampoco otra de las variantes que trajo ese siglo, la gimnasia
sueca, en la cual movimientos humanos eran considerados como si formaran parte
de una máquina, era competitiva. Pero los ingleses lograron imponer,
casi como extensión cultural del imperio, un modelo deportivo asociado,
en el que equipos se contraponen a otros equipos en un juego o campeonato.
Quienes al comenzar el juego son iguales por definición, son diferentes
al final, con un ganador y uno o varios perdedores. Ése es el modelo
que luego, a través del olimpismo, se consagraría como "natural".
(4) Si bien había
algunos vascos y gallegos, en las primeras décadas del siglo, los jugadores
uruguayos eran, en su mayoría, de origen italiano, algo que se mantuvo
en Argentina en toda la centuria. Por otra parte, siempre ha habido algún
afroauruguayo inscripto en los grandes triunfos.
(5) Todavía
hoy se puede encontrar que el ex dos veces presidente de la República,
Julio María Sanguinetti, es presidente honorario de Peñarol
y su hijo, diputado, integra la directiva del club que preside José
Pedro Damiani, ex candidato a la Intendencia de Montevideo; el actual presidente,
Jorge Batlle, colorado, es socio de Nacional, lo mismo que el actual intendente,
Mariano Arana y el senador Danilo Astori, figuras principales del Frente Amplio
(de paso: partido polìtico presidido por el socialista Tabaré
Vázquez, quien se inició en la política como presidente
del club Progreso): los tres se hicieron presentes en las últimas elecciones
del Club Nacional de Fútbol para dar su voto a Eduardo Ache, figura
del gobierno de Batlle y del partido colorado.
(6) Pablo Alabarces
y María Graciela Rodríguez han desarrollado esta teoría.
"Football and Fatherland: The Crisis of National Representation in Argentinian
Football", en Culture, Sport, Society. Vol. 2, No. 3 (1999), Gerry P
T Finn and Richard Giulianotti ed. Versión en Internet y en castellano
"Fútbol y patria: la crisis de la representación de lo
nacional en el fútbol argentino", http://www.efdeportes.com/efd10/pamr10.htm
(7) Por décadas,
el origen de la palabra "manya" era desconocido por la gran mayoría
de los que la proferían como por aquellos que la recibían. El
grado despectivo estaba implicado, de todas formas, por su remisión
al lunfardo de los inmigrantes, es decir, una voz no transcribible dentro
de la ortodoxia gramatical de prensa y medios, celosa de la "pureza"
del castellano y servil al diccionario de la Real Academia. Para la sociedad
integradora del batllismo, conformada por inmigrantes e hijos de inmigrantes,
era tabú la reivindicación del origen, que de por sí
implicaba un grado de diferencia. Las étnicas y de clase eran borradas,
en primera instancia, por la túnica blanca de la escuela pública,
laica y gratuita, y por la nacionalidad "uruguaya" que, en el siglo
XX, sustituyó definitivamente a la "oriental", que predominara
en el siglo XIX y que, de por sí, recordaba su parentesco con las provincias
argentinas.
(8) Agréguese
"mirasol " al anodino lexicón al que la crónica uruguaya
recurre para evadir los términos "Peñarol" o "peñarolense".
* Publicado originalmente
en Revista Iberoamericana Enero/Marzo 2003 VOL. LXIX (pp 15 a 29).
4-
El fútbol más feo del mundo
1. El golero saca
con la mano al lateral derecho
A) Si el lateral la toca a un zaguero hacia el medio, esperando que se desmarque
un compañero en el medio para avanzar, es Argentina.
B) si el lateral hace una pared rápida y luego pasa al medio para un
cambio de frente, es Venezuela.
C) si el lateral tira un pelotazo, paralelo a 5 cm de la raya de cal, que
se va por el fondo de la cancha rival sin que la toque nadie, es Uruguay.
2. Hay un saque
de meta
A) Si el golero
saca rápido a un defensa de buen manejo en el borde del área
para que comience un avance a ras del piso, es Brasil.
B) Si el golero saca rápido con el pie a un compañero bien ubicado
contra una banda lateral cerca del medio campo, es Francia.
C) Si se convierte en una tediosa ceremonia en la cual el back derecho -un
grandote torpe- retrocede hasta el área chica, reubica la pelota que
ya ubicó el golero y saca un remate fortísimo sin destino, pero
bien lejos, en la cancha rival, es Uruguay.
3. Hay un tiro
libre en mitad del campo
A) si el saque
lo hace rápido el jugador que está más cerca, con un
toque corto, para reiniciar una secuencia de pases que había sido interrumpida
por el foul, es Madagascar.
B) Si el saque lo hace rápido con un pase certero a un puntero que
intenta escapar por la izquierda aprovechando el desorden del rival luego
del foul, es Italia.
C) Si se forma un conciliábulo alrededor de la pelota, luego queda
un zaguero “especialista”, que es el único autorizado por
el técnico para ejecutar todos los tiros libres que no sean directos
al arco, zaguero que vino trotando desde la propia área, lo cual le
insumió 40 segundos, y si luego el especialista tira un centro llovido
y frontal al borde del área grande que queda corto y termina no sólo
en un rechazo fácil de los zagueros sino en un contragolpe rival -y
el zaguero no está...-, es Uruguay.
4. Hay un volante
con la pelota dominada en su propia cancha
A) si hace un
pase certero de unos 10 metros a un compañero de su propio equipo y
corre inmediatamente para buscar una posición desmarcada más
adelante en el terreno, es Sri Lanka.
B) Si hace un pase certero de unos 15 metros a un rival desmarcado y se queda
mirando cómo se genera un desastre mientras le protesta al compañero
más cercano, es Uruguay.
5. Hay un volante
con la pelota dominada en el centro del campo
A) si intenta
triangular con dos compañeros que están cerca de él para
ayudarlo, y de allí sale una jugada más o menos normal de cancha,
es Islandia.
B) Si hace una pausa esperando que algún compañero se destape,
negándose a arriesgar la pelota en un pase sin sentido, es Turquía.
C) Si tira un pelotazo larguísimo a las manos del golero rival, que
queda largo unos 15 metros a pesar del pique del único delantero neto
que el técnico ubicó en el campo, es Uruguay.
6. Hay un corner
a favor
A) si puede tirarlo
casi cualquier mediocampista o delantero, y consiste en un centro fuerte y
combado que se separa o se cierra del arco contrario a una altura de unos
dos metros aproximadamente, es Burkina Faso.
B) Si se resuelve con un pase corto atrás a un lateral que se desenganchó
sorpresivamente, el cual tira rápidamente un buscapié que deja
mal parada a la defensa rival, es Suecia.
C) Si sólo un jugador de todo el equipo tira siempre todos los corners,
y si además los tira todos demasiado cortos al primer palo, y demasiado
bajos, es Uruguay.
D) Si en general un solo jugador del equipo tira los centros, y en general
los tira mal, y entonces ese jugador es sustituído, y como ya no está
en la cancha, cuando hay un corner va uno cualquiera y tira un centro normal
y peligroso, también es Uruguay.
7. Hay un tiro
libre
A) si en general
va a las inmediaciones del arco, es Checoslovaquia (o el país que sea
que exista ahora).
B) Si a menudo es atajado por el golero, o es gol, o va afuera por poco margen
es Estados Unidos,
C) Si se forma una asamblea de tres o cuatro jugadores alrededor de la pelota,
quienes intercambian señas y gestos, y si el tiro frecuentemente es
abortado por un pase extravagante a un jugador que está de espaldas
al arco y solo entre cuatro rivales, y todo el proceso insume dos minutos,
es Uruguay.
8. Hubo un foul
A) si el infractor
fue a la pelota de frente, es Suiza.
B) Si fue a la pelota y enganchó sin querer, de bruto nomás,
es Camerún.
C) Si fue medio de costado, y antes de darle a la pelota agarró al
rival del pantalón, le pasó el brazo por encima del hombro y
le pellizcó la garganta con la mano libre, cayéndose posteriormente
encima del rival en una acción plenamente antiestética, es Uruguay.
9. Hay un cambio
A) si el equipo
tiene que ganar y sale un delantero y entra otro, es Alemania.
B) Si el equipo tiene que ganar, y sale el delantero que estaba más
cansado y entra un mediocampista que se desengancha bien hacia el ataque,
y se generan variantes porque se disloca el sistema de marca del rival, es
Holanda.
C) Si el equipo tiene que ganar, y sale el mejor delantero y entra a sustituirlo
un mediocampista de marca que no pasa jamás de la mitad de la cancha,
y eso genera un altercado entre el delantero injustamente sustituido y el
técnico que se equivocó, y si luego el equipo pierde y toda
la prensa le da la razón al principio de autoridad del técnico
y comienza a considerar públicamente que el delantero es un díscolo,
es Uruguay.
10. Hay un comentarista
deportivo
A) si elogia el
buen juego y critica la falta de calidad futbolística y la violencia,
es Argentina, Brasil, Perú, Venezuela, Madagascar, Chipre, Camerún,
Botswana, Indias Occidentales, Islas Caimán, Islas Faëroe, España,
China, Lituania...
B) si elogia al equipo que ganó y considera secundario el hecho de
que haya ganado de cualquier manera, es Uruguay.
* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 36
5-
Fútbol y mitos inútiles: la garra charrúa nunca sirvió
para nada
Podríamos empezar esta nota,
que algo extrañamente habla de cosas ligadas al fútbol -que
también es cultura, ¿no?-, diciendo que se cumplen 25 años
de x victoria, 75 de tal hazaña, o 32 de tal otra derrota estrepitosa.
Sería el comienzo de un típico discurso uruguayo que busca justificar
la nada presente con algún supuesto todo que ya no está. Esa
totalidad, que se arma en la nostalgia, a menudo se basa en toda clase de
orígenes difícilmente comprobables, pero está, no obstante,
muy sólidamente establecida en el imaginario social y en el discurso-sobre-el-fútbol
de los uruguayos.
El problema no
es averiguar si ese antes mitológico alguna vez estuvo apoyado en hechos
reales -aunque reconstruir el pasado puede ser divertido-, porque la validez
de un mito no parece necesitar de ninguna comprobación histórica
que lo respalde. El problema sería, antes bien, observar si el fútbol
criollo no sigue una ruta estéril, fundamentada en la repetición
de ideas inútiles. Lamentablemente, bastantes datos parecen asegurar
que esa es precisamente la estrategia equivocada en curso, y basta escuchar
a los comentaristas deportivos uruguayos para estar del todo seguro de que
seguiremos yendo hacia el abismo del aburrimiento futbolístico. Colectivamente,
muchos de ellos -los comentaristas- parecen creer que el fútbol uruguayo
se caracteriza por ganar ‘de atrás y a lo guapo’, a fuerza
de ‘garra’, y aunque casi nunca lo dicen, parecen estar seguros
de que siempre ha sido así. Pero, simplemente hay algunos documentos
que demuestran que, al menos durante la época verdaderamente dorada
del fútbol uruguayo, que termina en Maracaná, no ha sido así.
Maracaná
inclusive, los uruguayos ganaban porque jugaban técnicamente mejor,
no porque tuvieran ningún atributo espiritual, racial o biológico
diferente al de sus rivales. Es más, estamos en condiciones de afirmar,
a través de este medio, que los seres humanos nacidos en Uruguay no
tienen ningún atributo en su sistema endócrino o en su aparato
muscular o sistema nervioso que los haga inherentemente superiores -ni siquiera
diferentes- de sus rivales. Simplemente, cuando ganaron hubo una serie de
factores deportivos, y un poco de azar, que hicieron que ganasen.
Reconocer esas
cosas no puede hacerle mal a un ‘país fútbolístico’
que ya pasó por varias crisis y agonías diversas, aunque por
alguna razón, no termina de morirse. Por supuesto que las cuatro notas
que se acumulan en estas páginas, una más claramente de investigación,
y otras tres más turbiamente de opinión, no pretenden tener
ningún efecto en el fútbol que se juega en el Uruguay. Pero
tampoco Insomnia busca una finalidad utilitaria, puesto que la cultura es
divinamente inútil... inútil como un juego, como el juego del
fútbol.
6-
El mito de la garra charrúa
David
Martino
El 13 de junio
se cumplieron 70 años del legendario gol de Héctor Scarone con
pase de Tito Borjas que aseguró la victoria celeste en Amsterdam. Aquel “¡tuya, Héctor!” permanece grabado a fuego
en el imaginario social uruguayo. Nuestro fútbol asombró al
mundo en las primeras décadas de este siglo que termina. Aquellas hazañas
extraordinarias pertenecen a un pasado remoto que contrasta fuertemente con
la mediocridad del presente.
Pero entonces, ¿porqué nos duele tanto perder una vez más,
o volver a quedar fuera de un Mundial? Porque el mito sí persiste,
tiene una vitalidad propia, desde hace ya mucho tiempo no depende de la evolución
real de las performances deportivas. La existencia del mito de la “garra
charrúa” dificulta una mirada cuidadosa, desapasionada, sobre
las circunstancias histórico-sociales de aquellos desempeños
excepcionales. ¿Tendrá una mirada de este tipo, algún
efecto sobre la “conciencia colectiva” en que se asienta el mito?
Las luces de Colombes,
Amsterdam y Montevideo
El lugar destacado
que ocupa la epopeya futbolística en nuestro imaginario, resulta para
cualquier uruguayo una constatación casi banal. Tan familiar como la
idea de la superioridad histórica de un fútbol que asombró
al mundo entre la segunda y tercera décadas del siglo. Trasmitidas
de padres a hijos, dramatizadas una y otra vez en relatos animados de pasión
y nostalgia, las glorias del pasado futbolístico arraigan hondamente
en la memoria colectiva. En la saga popular así preservada, destacan
las victorias fulgurantes de 1924, 1928 y 1930; éstas nos hicieron
sentir en el lugar del pequeño David haciendo triunfar su astucia contra
el gigante Goliath(1).
Un aire de gesta
heroica fue envolviendo progresivamente a estos triunfos. Pero conforme se
alejaba en el pasado la década del ’30, tanto más evidente
se tornaba la excepcionalidad de aquellas hazañas, su condición
de irrepetibles. En nuestra hipótesis, a medida del alejamiento en
el tiempo del fútbol heroico, aumentó el contraste entre pasado
y presente, en beneficio del primero y en desmedro del segundo.
Cuanto más se agigantan las figuras de Nasazzi, Petrone, Scarone u
Obdulio, tanto más humillante se vuelve la modestia de las actuales
performances deportivas. Muchos han hecho notar el cono de sombra que proyectan
sobre el presente las luces de Colombes, Amsterdam y Montevideo; así
por ejemplo, se ha dicho que “nuestro país forjó sus
glorias futbolísticas con garra, técnica y viveza; pero hoy
en Uruguay se le llama garra a la improvisación organizativa, la impotencia
y la nostalgia” (2).
O acerca del peso del pasado sobre los hombros de los actuales jugadores: “...antes de patear, debe considerar si el ángulo de su tiro
está de acuerdo con la mística celeste, la garra charrúa
y los miles de almas que constituyen la nación y dependen, en vilo,
de lo certero o no de su patada”.(3)
El estilo épico
que anima ampliamente los relatos de los viejos triunfos futbolísticos,
ha contribuido así a fetichizarlos. Se trata sin duda de un camino
muy legítimo que transita la comunidad para producir y reproducir una
tradición propia. Las imágenes del gol de Ghigghia en Maracaná
o del festejo del '30 conectan directamente con la sangre y la tierra, no
con el razonamiento.
En concordancia con ello, la literatura que se ha ocupado de nuestro fútbol
muestra muy a menudo a campeones tallados en mármol y bronce; pero
éstos resultan materiales demasiado rígidos para representar
la filigrana del acontecer histórico real. Y a medida que se agranda
la figura de aquellos campeones, se estrecha la posibilidad de un análisis
desapasionado del movimiento histórico que los comprendía.
En otras palabras, la fetichización de las viejas proezas entorpece
una consideración socio-histórica ponderada de aquellos desempeños
deportivos, de las condiciones y circunstancias que se le asocian. El relato
apologético y la distancia creciente entre pasado glorioso y presente
frustrante, han contribuido a borrar los contornos de aquellas hazañas
épicas, a desprenderlas de los contextos que las había tornado
posibles.
Los campeones
de bronce
Este progresivo
desencuentro entre pasado y presente, ha tenido por efecto una mitificación
creciente de aquellas hazañas y sus protagonistas. Apenas iniciado,
este proceso emplearía una imagen fuerte para presentarse: la “garra
charrúa”, esa cualidad que se tenía o no, y que nada podía
hacerse al respecto, garra que poseíamos por el solo hecho de ser quienes
éramos... Franklin Morales propone una hipótesis sobre esta
hibridación de fútbol y garra charrúa:
"El fútbol
ofrecía al criollo el escenario ideal donde exhibir la fiera entereza
que heredara del gaucho, ya próximo a desaparecer ahuyentado por la
maquinaria gubernamental basada en el cambio de la realidad económica
(...) Este secreto fermento gaucho hallaría en la taba de la cancha
el sitio ideal para pasear sin ataduras el valor y la destreza, medir su gallardía,
exhibir el gesto audaz, la temeridad y la nobleza (...) El fútbol constituye
una pequeña guerra, una batalla caliente, dura. Las ‘masacres'
frente a los arcos estaban en la cartilla del juego"(4).
El mito no es
un engaño ni una burda falsedad: antes bien, se trata de una entidad
socio-cultural muy real. “El mito cuenta una historia sagrada, relata
un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso
de los comienzos...” (5). El relato sagrado que narra el mito,
da al mundo real cierto sentido, lo “resignifica”. El carácter
extraordinario que adquiere el fenómeno mitificado, lo separa del mundo
cotidiano.
Por otra parte, el mito persiste porque es reactualizado periódicamente;
y estas reactualizaciones reproducen aquella atmósfera sagrada, primordial
y heroica, tornando definitivamente borrosa la frontera entre realidad y fantasía.
Así, el relato épico de las glorias futbolísticas pasadas
se ha mostrado un camino muy fecundo y transitado para reactualizar el mito.
Veamos por ejemplo -entre muchos posibles- la prosa de epopeya con que se
ha coloreado la figura del “maestro” Piendibene:
"En la
verde gramilla de los estadios [Piendibene] inscribió el canevás
de sus hazañas, la filigrana de la cortada en el área penal,
la sutil concertación de los pases justos, en la concepción
del juego corto y largo, como las dos alas de la línea de forwards,
cuyo fútbol de conjunto era expresión armónica, desplazados
con la gracia de un movimiento de abanico. Definió y estructuró
la técnica y la táctica de los quintetos orientales, el dominio
del medio campo, la entrada y remate en el área. ... y la pelota inscribió
la sutil gama donde quedó enredada la gloria de nuestro fútbol,
y la multitud vibró, en las tardes soleadas de los campos de juego,
y fue gloria, pasión y adorno del hincha"(6).
Supongamos claramente
establecida la condición de mito de un pasado deportivo que crece con
la distancia. Al tiempo, acordemos que la ecuación que iguala mito
con fantasía o engaño reduce o simplifica la perspectiva. Corresponde
entonces preguntarse: ¿cuáles son los desempeños futbolísticos
que efectivamente tuvieron lugar en el “tiempo primordial”? ¿en
qué consistieron esas performances deportivas colocadas más
tarde en un pedestal mítico? De esto nos ocuparemos en el apartado
siguiente.
Tuya y mía,
cortita y al pie
Numerosos autores
se han ocupado de la emergencia y consolidación de un estilo propio
de jugar al fútbol. Hemos consultado los trabajos de Franklin Morales
(1969-70) así como de José Luis Buzzetti (1969), César
Gallardo (1969), Ricardo Lombardo (1993) y un enigmático J.M.S. autor
de un opúsculo sin pie de imprenta ni editor, publicado meses antes
del Mundial de 1950. Apoyándonos en ellos, hemos construido el cuadro
descriptivo que sigue.
Directamente traído
por sus creadores británicos, el football se juega desde fines del
siglo pasado según el estilo y reglas venidas de ultramar. Su progresiva
popularización en nuestro país da lugar a la constitución
de un juego original que combina diversos aportes. Ciertas individualidades
fuertes ocupan un lugar destacado en este proceso; con el paso del tiempo
adquirirían la talla de maestros indiscutidos.
Destacan en los albores de nuestro siglo las figuras de los hermanos Céspedes
de Nacional, John Harley (escocés, capitán de Peñarol
de 1909 a 1916), la dupla Vicente Módena-Pablo Dacal (en River Plate
desde 1908), José M. Piendibene (capitán del team aurinegro
hasta entrados los '20s), entre otros. Durante las dos primeras décadas
del siglo, emerge cierto fútbol original que se distancia rápidamente
de la matriz británica.
Sus rasgos más salientes:
i) Un juego de
pases rápidos, cortos y a ras de suelo que contrasta con la modalidad
británica de pases largos; este juego aseguraba por una parte un mayor
control de la ball, y por otra, una mayor cooperación entre jugadores
de distintas aptitudes que rompía con la dependencia de individualidades
prominentes.
ii) Un eje de juego basado en dos figuras dominantes: el center forward (director
del quinteto delantero) y el center half (director del trío de la defensa).
iii) Una concepción del match fundada en el dominio del medio campo,
el avance en abanico, la entrada y remate dentro del área.
iv) Por último, recursos como el del pase hacia atrás ante el
camino bloqueado junto a improvisaciones sin libreto, rompían la marcial
modalidad europea de avance unilateral y por la fuerza.
Este estilo de
juego se muestra ya maduro en 1910-12, y brindará sólida base
técnica a los desempeños exitosos de los veinte años
siguientes. Detengámonos brevemente en dos momentos de este proceso,
separados por algo más de una década(7).
El 15 de agosto
de 1910 ha sido cargado de un fuerte simbolismo; los uruguayos -que vestían
por primera vez la camiseta celeste- derrotaban por 3 a 1 a su tradicional
rival rioplatense en la cancha de Belvedere, sede de Wanderers. El quinteto
delantero formado con V.Módena, P.Dacal, J.Piendibene, C.Scarone y
P.Zibechi, exhibía el alto rendimiento del nuevo estilo de juego en
proceso de consolidación.
Un año más tarde, la selección celeste volvía
a derrotar a los argentinos por dos a cero en la final de la Copa Lipton jugada
en el Parque Central, y en 1912 resultaba invicta de cuatro enfrentamientos
con Argentina. El diario porteño La Nación comentaba
en su edición del 23.9.12: “Ni aun en los mejores tiempos
de nuestro fútbol se presentó un conjunto que se entendiese
mejor (...) Frente a semejante cuadro que demuestra en forma elocuente los
progresos del fútbol uruguayo, la tarea del nuestro fue realmente ardua.
Contener a cinco forwards bien apoyados por una línea de halves, y
sobre todo, cinco forwards que sólo piensan en combinar, prescindiendo
en todo lo posible de la habilidad individual, es trabajo difícil para
cualquier defensa”
En noviembre de
1923 estallaba una grave crisis en el fútbol uruguayo que desencadenó
la sanción de la Asociación Uruguaya de Fútbol a Peñarol
y Central por dos años. Ello explica la ausencia de los jugadores de
estos clubes en el Sudamericano de ese año y en el Torneo Olímpico
del siguiente.
El conflicto estuvo a punto de hacer naufragar la participación de
Uruguay en estas contiendas deportivas: ¿cómo llenar ausencias
de la talla de Piendibene...?
La Asociación Uruguaya de Fútbol responde al desafío
organizando giras y torneos destinados a estimar las cualidades de numerosos
jóvenes que se desempeñaban en el estrecho radio de clubes de
barrio. La operación posibilitó el “descubrimiento”
-entre otros- de Petrone, golero de Solferino hasta julio de ese año
1923, y desde escasos meses atrás center forward en Charley.
Este enérgico y desconocido adolescente de 18 años sería
una figura central en Colombes al año entrante. La resolución
exitosa de esta grave crisis delata la existencia de una modalidad de juego
ya generalizada, segura de sí, probadamente eficaz.
Para finalizar
este breve repaso de los orígenes, hemos seleccionado un eco de prensa
-entre muchos posibles- del desempeño de la selección uruguaya
en Europa, en ocasión de los Juegos Olímpicos de 1924. Véase
la notable coincidencia entre las observaciones del periodista español
y las características arriba señaladas. Se trata del cotidiano
madrileño El Eco, en comentario a los partidos jugados en la península
ibérica semanas antes de Colombes:
“La
característica más esencial de los uruguayos es la compenetración
de sus líneas, que más bien que correspondientes a una selección
nacional parece que pertenecen a las de un club. Pero esto tiene su explicación
normal en la preparación de conjunto que realizan cuidadosamente y
que les permite un ajuste extraordinario de las más diversas facultades;
realmente, el acoplamiento es portentoso. Esa homogeneidad tiene su traducción
en el juego combinado que ejecutan, lleno de método, exento de notas
personalistas, verdaderamente colectivo y poseedor además de la táctica
de levantar poco la ball del suelo. Rápidos, dan al juego, muy abierto,
gran movilidad. Pero lo realmente subyugante en estos campeones sudamericanos
es la calidad del pase. De cualquier manera, aun colocados en posición
arbitraria, pasan fácil y precisamente a sus camaradas. El ataque tiene
siempre tras de sí a los medios, cubriendo y reparando las faltas de
la vanguardia"(8).
Puede decirse,
en suma, que estos ruidosos triunfos se apoyaban realmente en cierta eficacia
comparativa del fútbol desplegado en nuestro medio. Y al hacerlo, parecían
justificar la existencia de la “garra charrúa”, que se
mostraba a quien quisiera verla: la superioridad del fútbol propio
no tenía explicación ni la necesitaba, se llevaba en la sangre,
nada especial debía hacerse para legitimarla.
Pronto, esta percepción cobraría existencia propia, autónoma
respecto de la declinación real de las virtudes comparativas del fútbol
local; la “garra charrúa” consolidaba su condición
de mito resistente, dotado de vida propia, capaz de sobrevivir a largas décadas
de estancamiento, al desplazamiento duradero del sitial de campeones mundiales.
En pocas palabras
No hemos querido
más que señalar tres cosas: i) la emergencia de un mito que
nos muestra la “garra charrúa” posibilitando los triunfos
de 1924-30; ii) una “deformación de la perspectiva” operada
por el mito, que entorpece el análisis de las condiciones particulares
que ambientaron aquellas performances; iii) una breve reconstrucción
del estilo de juego original exhibido en todo su apogeo entre 1910 y 1930,
en concordancia con los sonados triunfos internacionales.
Una vez abierto, el camino del examen crítico del mito de nuestra superioridad
futbolística estalla en múltiples pistas a seguir. Así,
entre tantas otras: ¿cómo se jugó realmente en cada uno
de aquellos tres encuentros internacionales tan próximos entre sí?
¿cómo se ganó en el '30, cómo eran los rivales,
qué selecciones importantes faltaron a la cita?
Por otra parte, ¿qué pasó realmente en Maracaná,
a veinte años del Mundial de Montevideo? Se trata de viejas preguntas.
Pero tal vez la perspectiva del mito, hasta ahora muy poco frecuentada, permita
respuestas novedosas, eventualmente útiles para conocernos mejor.
Notas:
1 Tomo prestada
esta imagen a Hebert Gatto: “El fútbol uruguayo y el complejo
de David”. Cuadernos de Marcha, octubre de 1993
2 José Luis González, en ¿Nunca más campeón
mundial?, Fesur/Trilce, Montevideo 1990 pág.50
3 David Martino: “El dilema del goleador vernáculo”, en
Posdata del 10.3.95, p.13
4 Franklin Morales:100 Años de fútbol uruguayo, fascículos
semanales, Montevideo 1969-70, fascículo nº 1 del 27.11.69
5 Mircea Eliade: Mito y realidad. Guadarrama S.A., Madrid 1968, pp.23 y ss.
6 Buzzetti, J.L.: “Crónica y comentario del Club Atlético
Peñarol, 1891-1961”, en El fútbol. Antología de
aa.vv., Centro Editor América Latina, Montevideo 1969.
7 La información ha sido tomada de: R. Lombardo: Donde se cuentan proezas.
Fútbol uruguayo (1929-1930), EBO, Montevideo 1993; C. Gallardo: “El
fútbol del 12”, fascículo nº 3 del 11.12.69 en la
colección 100 años de fútbol uruguayo, Montevideo 1969-70.
8 Reproducido por El País del 7.6.24
• Publicado originalmente en Insomnia Nº 36
7-
Pelotas que caen del cielo*
Misteriosa es la afición del footballer vernáculo
al centro frontal.
Hay un momento
en la evolución normal de la pelota por los fields uruguayos
en el cual el que la tiene siente la irreprimible ansia de tirar un pelotazo
alto para adelante. Generalmente se trata de un back centro, o de
un half.
¿Cuál es la angustia de esos players, la pulsión
que les nubla la mente y les desboca el corazón hasta obligarlos a
cometer ese clásico -y ya sólo uruguayo- puntapié sin
sentido? Observar brevemente ese momento clave en la dinámica cotidiana
de nuestro fútbol es el objetivo de estas líneas.
Conviene al desarrollo
de este problema representarnos primero las alternativas. Un examen detenido
de las mismas dejará plenamente claro que la opción es absurda,
y que las razones para elegirla son arcanas. Tomemos a un half cualquiera.
Se supone que el golero sacó con la mano, que la pelota recorrió
varios hombres en la línea de fondo, lateralmente, y que se generó
un claro por el cual nuestro half avanza. Generalmente en los restantes países
del orbe, cuando ocurre esto, el half tiene tres alternativas.
La primera es
volver a lateralizar la pelota hacia atrás, esperando otro momento
para el avance. No es la mejor, pero puede ser oportuna. La segunda es tocar
en corto la pelota hacia algún compañero ubicado cerca, generalmente
el inside o el centre-half, y correr a buscar la devolución
en pared - y de ahí al siempre amenazante 'doble puntero', hay sólo
un paso más -. La tercera es desbaratar la figura del rival haciendo
un cambio de frente largo, dirigido generalmente al inside del lado opuesto,
al half del lado opuesto, o al wing del lado opuesto. Es una opción
arriesgada pero, si se la practica bien, bellísima.
Lo que el half no puede hacer, es tirar un centro frontal con la pálida esperanza
de que el centre-forward la dispute en la medialuna, y - en la hipótesis
de que no se rompa el occipital contra el frontal del back del equipo
contrario, que salta de frente y con todas las de ganar - de allí devenga
la tan criolla figura del entrevero o borbollón. Lo único que
puede salir de allí es un mamarracho. Es verdad que uno de cada cincuenta
mamarrachos derivan penosamente en gol, pero eso no tiene nada que ver. Sigue
siendo un mamarracho. Sin embargo, eso es lo que hace siempre la mayoría
de los halfs uruguayos.
¿Por qué
lo hace?
La respuesta no cabe aquí -ni en nigún sitio, porque no existe-.
Digamos tan sólo que el futbolista que hace eso lo hace porque no se
quiere comprometer, y porque para él no comprometerse es un valor mayor
que respetar la estética de una combinación bien hecha.
Pero plantearse
el problema una vez más no está de sobra, porque a quienes vamos
al fútbol con la esperanza de ver un espectáculo en donde la
belleza geométrica de las combinaciones sea destacada, el centro frontal
causa repulsión. La misma repulsión que nos supone que el fútbol
haya abandonado los anglicismos para sustituirlos por sus versiones castellanizadas.
Cuando se usaba aquella jerga extranjera se le tenía más respeto
al fútbol y se jugaba mejor.
A menudo uno empieza
por creer que posee las palabras -o las formas de la belleza- y, a continuación,
que puede disponer de ellas.
• Publicado originalmente en Posdata
8-
La Cloaca del Gol.
Greg Sokker
Con un agónico
gol marcado en los descuentos (postrimerías del match), el equipo A
vence al equipo B por la mínima diferencia. Sobre el banderín
del corner se amontonan, formando una improvisada y exultante pirámide
humana, los jugadores del equipo que a la postre será el vencedor,
contagiando de una ruidosa algarabía a su, hasta ese decisivo momento,
desesperanzada hinchada de arriadas banderas y agotado confetti.
Mientras tanto
en las cabinas de retransmisión radiofónicas del Estadio Centenario,
"nuestro máximo coliseo deportivo", los relatores se desgañitan
por el imprevisto desenlace de un "deslucido y anodino" encuentro
digno de un inodoro, y ululan desaforadamente como sirenas antiaéreas.
El éter vibra por el seísmo que provocan los gritos y petardos
"de la 12" y unos aburridos comentaristas, que por su silencio dejan
casi adivinar que estaban tomando café y leyendo Sábado
Show, toman con firmeza el micrófono, espabilándose e iluminando
con su opinión a la multitud de idiotas y profanos que se han hecho
presente para presenciar esta "fiesta del fútbol".
Sintonizamos entonces
al inefable Toto Lavandeira, que enjuagándose una lágrima
y rodeado por sus "grandes amigos" (pues posee la cuestionable virtud
de estar siempre rodeado por personas que engrosan su infinita y abrumadora
lista de amistades), da inicio a su comentario de rigor con el característico
tono plúmbeo y monocorde que lo caracteriza. Pagado de sí mismo,
autoerigiéndose en pope del periodismo deportivo con una total insolencia,
queriéndole otorgar a su discurso una irrebatible y férrea autoridad,
le oímos, ¿y que nos toca escuchar?, el mismo verso precocinado,
manido y trufado de frasecitas como: "ya lo habíamos dicho,
sobre el final del partido se confirma nuestro aserto", "lo habíamos
comentado antes de empezar el partido con mi gran amigo (una vez más)
Fulano, el equipo A debía obtener una victoria impostergable, estaba
en deuda con la afición", "el gol estaba al caer, se hace
justicia en el marcador", "digno y tardío premio para el
desempeño del equipo tal", "confirmación de la racha
ascendente", "a nadie sorprende el resultado" (él
probablemente haya sido uno de los primeros sorprendidos) y toda una larga
y concatenada serie de endémicas muletillas que uno se ve obligado
a escuchar de éste y demás advenedizos personajillos del periodismo
deportivo, tanto radial, como televisivo o escrito.
Una vez pitado
el final del partido y con un meguante sol sabatino emprendemos el camino
a casa entre cánticos tribales, vítores y una multicolor cascada
que identifican a las instituciones que conforman esta eufemístca Primera
División Profesional del fútbol uruguayo, que desde el gol marcado
por Espárrago a los soviéticos en México ´70 (previa
habilitación de Cubilla en ilícito pase, pues el "útil"
estaba ya fuera del terreno de juego) no volvió a ganar un partido
a nivel mundial hasta el gol conseguido por Fonseca, en la hora, contra la
modesta selección de Corea del Sur, que jamás en su historia
ha ganado un partido en los mundiales (dicho sea de paso, el gol del "conejo"
fue cometido en offside), en Italia ´90.
Embriagados por
la victoria, ajustada, pero victoria al fin, volvemos a nuestras casas evocando
maquinalmente ese tanto en nuestras cabezas, y si no tenemos TV Cable (¡¡Afiliate
ya!!), esperamos el soso postre deportivo de la TV abierta ofrecido por el
canal estatal.
Y si la radio
nos ahorraba la visión del variopinto zoológico conformado por
los "periodistas deportivos", la televisión nos obsequia
y solaza con la persistente imagen de un pálido pinguinito encorsetado
llamado Sergio Gordy. A su lado Toto Lavandeira hace temblar
sus fofas carnes faciales que, cual revenidas nalgas septuagenarias, danzan
al compás de la mántrica pedorreta insubstancial que su diminuta
boquita expele ante cámaras en un impúdico ejercicio periodístico.
Se suceden las
risitas entre ambos mientras Gordy mercantiliza compulsivamente el
ambiente vendiendo los servicios de una TV Cable, o de algún 0900,
mechando entre tanto pregoneo cínicas loas al scratch celeste
(si no está mostrando algunos de sus ridículos y estrafalarios
corbatines). Mientras tanto Lavandeira observa y ríe y la
teleplatea disfruta a piacere con la rápida sucesión
de entrecortadas y vertiginosas imágenes que constituyen el show de
goles del fútbol compatriota, che.
El mismo canal
ofrece también diariamente a Lelo poniendo los puntos sobre
las jotas (porque parece JODA lo que dice), con su ya clásico rostro
de perro apaleado que no sonríe desde Maracaná. Luego está Coñi, ser de furtiva mirada y temblequeante papada que mueve
sus manos como un aprendiz de jiu-jitsu para darle mayor consistencia
y peso a sus engoladas sentencias.
Pero no desesperemos,
pues aún nos queda por conocer un puñado de estos híbridos
seres, sport-clowns, que aderezan el dial y los canales de este "bendito
país". Otro canal nos obsequia generosamente a un tal Alberto
Mesman, sujeto de tono aguardentoso y sonrisa berreta, cafiscia, que
con sus barriobajeras chanzas y lumpenescos chascarrillos nos otorga la cuota
de indómita presencia "fornega" en las pantallas, persistiendo
en el espacio-tiempo como un avinagrado yuyo malparido, o un grano ahí
atrás, usted elija.
Y entre tanto
mareo e intoxicación espectáculo-informativa nos damos de bruces
con un mas mesurado, pero intrascendente Privas, ser entrado en carnes
que no llega a alcanzar las cotas de obesidad orondamente ostentadas por Reboba,
que se asemeja a un cebado marrano, a un incorregible tragaldabas.
Pero dentro de
este pintoresco tour hay que hacer una casi obligada referencia a
un par de programas deportivos más, emitidos por el ya reseñado
canal del estado. En uno tenemos a Alberto Zonzol, que fuera de un
terreno de basket está más desubicado que cánido en cancha
de bochas, lo secundan una serie de acólitos entre los que se destaca
un Julio César Nerd, de estólido aspecto, que sentado
rígidamente en su silla no para de repetir datos estadísticos.
Pero la flor y
nata, la crema de nuestra prensa deportiva la tenemos concentrada en el programa
de, asombrosamente, menor rating histórico a nivel televisivo
en el Uruguay (se dice que sólo cuenta con ocho fieles televidentes).
El programa en cuestión está "capitaneado" por un
progresivamente eufórico Siempre Ladilla, que caldea el ambiente
con sus etílicos berreos cuartelarios y comanda la dipsómana
batuta que comparte con un mareado del Pomo. A su lado se sienta
un desubicado y decadente Masco, que siempre es inevitable blanco
de las invectivas de todos los integrantes del staff, y también
encontramos a un sobrio enano de voz nasal que siempre pone coto a la situaciones
cuando la cosa va in crescendo y adquiere tintes de desmadre, cuando
todo amenaza con degenerar en una machaza refriega de bar por el caliburato
consumido en el transcurso del programa. Me refiero obviamente a Melza,
que con su pasiva actitud insípida inspira la indulgencoia entre tan
reducida teleaudiencia.
Finalizada esta
rápida y escueta ennumeración de raras-avis que pueblan
el deslucido edén informativo montevideano es bueno agregar algo más.
Todos sabemos lo lapidaria que ha sido, y viene siendo, esta última
década para el balonpié oriental. Al pésimo desempeño
deportivo ofrecido por los jugadores, que hieren las retinas con un juego
lento e inconexo, plagado de inagotables centritos a la olla que esconden
el miedo de los jugadores celestes a los tiros de media y larga distancia,
a la carencia de una coherencia táctica y a la falta de rapidez general,
se le suma un planteo dirigencial más digno de un burdel que de una
Asociación de Fútbol Profesional, con fallos y resoluciones
a destiempo, renuncias imprevistas y patológica incapacidad de adaptación
a la realidad de un feneciente fútbol cada vez más intrascendente.
No siendo esto
suficiente, poseemos a esta miríada de lechuginos y pisaverdes integrantes
de la alborotada murga, que al son de, ¡tré!, grazna
sus formales opiniones sobre el deporte y la vida. Y salvo escasa excepciones,
siempre debemos de hacer frente a análisis que enaltecen o rebajan
los méritos de equipos y jugadores según el azar de las circunstancias,
preparados según el resultado, groseramente descalificadores o empalagosamente
elogiosos con respecto a jugadas, personas y partidos. Todo dicho y hecho
de una manera tan determinante que uno se pregunta si sus onerosas humanidades,
adquiridas a costa de los de "pantalón corto", Toyos dixit, por cierto, podrían mejorar la presente y por
demás precaria situación reinante.
Finalizando, sugiero
que para el asiático Mundial del 2002, Uruguay, a pesar de su casi
segura eliminación en una ronda previa en donde clasificarán
125 países, envíe un equipo integrado por los más aplomados
comentaristas y relatores deportivos, ostentando en la eterna malla celeste
una foto de Carlitos Solé con "la boca llena de gol".
Una vez pisada
la gramilla del field por este singular combinado, y previa colocación
del embalsamado cuerpo del Negro Jeffe a la diestra de los homúnculos
clonados de Nasazzi, Ochoteco y Shiaffino, que durante el match gritarán
sin cesar: ¡¡los de afuera son de palo!!, ¡¡vamo arriba,
con fuerza pal segundo tiempo!!, los cuerpos de estos inverosímiles
gladiadores podrían oficiar de vivientes pantallas que reflejarán
las queridas, entrañables y añejas imágenes del Maracanazo.
Homenajearemos así, con un cálido gesto posmoderno, a Warhol
y la Velvet, y grabaremos en el inconsciente colectivo planetario la imperecedera
gloria de nuestro fobal, ¡¡que carajo!!.
Texto inédito
que data del año 1998.
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