Tercera
Sección
Índice
de contenidos
9- Pacodependencia.
(Nelson Cesin)
10- El espejo. (Eduardo
Galeano).
11- El fútbol
como excusa.(Jorge Barreiro / Raúl Zibechi)
12- Metamorfosis
de un deporte. (Amir Hamed)
9-
Pacodependencia
Nelson
Cesin
Se lo recuerda como un lateral mediocre, de aquellos que
apenas se defienden con las dos piernas. Fanático de Peñarol,
nunca pudo vestir su camiseta, pero hoy se lo encuentra entre sus socios vitalicios.
Nació en San Pablo, Brasil, y se crió en el barrio Bella Vista,
Montevideo, donde el esfuerzo familiar consiguió costearle algunos
años en el colegio San Francisco de Sales. De chiquilín fue
alcanzapelotas. De adolescente, jugador en las inferiores de Defensor. De
adulto, sólo consiguió alternar 14 partidos con el equipo mayor
de los violetas. El resto de su currículum deportivo estaría
destinado al olvido: su ficha marca un pasaje por el Vasco Da Gama, donde
no jugó, y de allí a Nacional, en el que tampoco jugó,
para terminar su carrera en Fénix, por el 80. Al filo de sus 30 años,
el futbolista Francisco Casal descubrió que ése no era su negocio,
y decidió abandonar las canchas... para vivir del fútbol.
Los memoriosos asocian la irrupción del empresario "Paco"
Casal a su primera gran operación: la venta a un club mexicano del
futbolista de Nacional Juan Ramón Carrasco, en el 88. Desde entonces
demostró sus habilidades en el terreno de las vinculaciones (sobre
todo con el ambiente europeo), que le permitieron, apenas dos años
después, aparecer como el representante de los jugadores más
destacados de la selección uruguaya que disputó el Mundial de
Italia 90: Daniel Fonseca, Nelson Gutiérrez, José Perdomo, Ruben
Sosa, Ruben Pereira, Pablo Bengoechea, Carlos Aguilera y Enzo Francescoli
eran jugadores "de Paco". Tantas y tan selectas alcanzaron a ser
sus conexiones que hasta el presidente Julio María Sanguinetti llegó
a pedirle que le facilitara un acercamiento con el magnate Gianni Agnelli,
número uno de la multinacional fiat y propietario del Juventus. El
resto del periplo empresarial de Casal ha sido motivo de mayor difusión,
aunque el proceso de "Pacodependencia" se vuelva cada vez más
sorprendente, como lo atestiguan la reciente adquisición del "paquete"
de jugadores de Bella Vista y sus derivaciones, y la compra de los derechos
televisivos del fútbol uruguayo durante una década por la empresa
Tenfield, cuyas caras visibles son Casal, Francescoli y Gutiérrez.
En el milenio que se avecina, el sueño en los potreros ya no será
llegar a vestir "la celeste" sino pertenecer algún día
al "grupo Casal".
Yo, el supremo, il padrino. Los buenos oficios del representante Casal demostraron
que era posible valorizar a los protagonistas del espectáculo (no a
todos, claro, sino a aquellos que podían cotizar en la bolsa), defenderlos
del cuasi desprecio económico al que eran sometidos por los clubes,
devolverles una pequeña porción de ese gran negocio que generaban.
Hasta principios de los noventa, los dirigentes de los clubes todavía
eran los dueños de las decisiones en un fútbol pobre y mal conducido,
y Casal un empresario en franco ascenso que se apoderaba de las piernas de
los principales jugadores pero no participaba en la cocina política
del deporte. La designación de Luis Cubilla al frente de la selección,
en el 91, marcó el punto de inflexión y el inicio de "la
era Casal". Las viejas cuentas pendientes entre el empresario y el técnico
celeste -originadas, en opinión de ciertos especialistas, en la comisión
por la venta de Alberto Bica a tierras colombianas-, derivaron en la histórica
negativa de los "repatriados" (los que jugaban en Europa) a integrar
la selección, confirmando que el contratista se había apoderado
no ya de los pases sino de las decisiones de los jugadores. Y la huelga de
futbolistas del 92, a raíz de un incidente con un jugador de Basáñez,
uno de los amores del contratista, terminó de demostrar el poderío
de la palabra de Casal.
Amo y señor de la materia prima, el resto de la erosionada arquitectura
futbolística se fue derrumbando a sus pies. La supervivencia de los
clubes se tornó cada vez más tributaria de la venta de jugadores.
Varias de las instituciones comenzaron a depender de los favores económicos
del empresario, so pena de no poder empezar un campeonato o, simplemente,
de marchar a la ruina. Entre los dirigentes, quien más quien menos
le debía alguna ayuda. Sea porque había levantado la hipoteca
de algún endeudado (caso del exárbitro y expresidente de Rampla
Juniors Ramón Barreto, quien reconoció públicamente el
favor y llegó a decir que "Por Paco hago cualquier cosa"),
o porque había mandado a parar la mano con amenazas anónimas
ajenas a los asuntos del fútbol contra ciertos dirigentes (como le
ocurrió a un integrante de la directiva de Peñarol, quien relató
el episodio a BRECHA en clave de agradecimiento al empresario). "En su
forma de vida, es amigo de los amigos y por ellos es capaz de dar la vida",
lo describen algunos de aquellos que le deben alguna pierna, y en la descripción
van dibujando la típica conducta de un empresario devenido "padrino",
que sabe apelar a los "ñatos" de Basáñez para
"proteger" a sus amigos.
La digitación del técnico de la selección, Daniel Passarella,
y la compra de los derechos de televisación cerraron definitivamente
su círculo de poder sobre toda la estructura del fútbol uruguayo,
en una jugada empresarial de largo aliento sumamente coherente desde la óptica
de sus réditos económicos: los 60 mil dólares mensuales
que el "grupo Casal" abona a Passarella habrán de redituar
con creces en la mejor imagen internacional de "la celeste" y, por
ende, su comercialización por todo concepto, desde los calcetines hasta
los derechos por las emisiones de tevé, dejará aun mejores dividendos.
Pero todo ejercicio de poder demanda su fachada para seguir operando con cierta
impunidad, y esa fachada fue lo que estuvo a punto de perder Casal en su último
y brillante negocio de compra de jugadores. A fines de julio, al cabo de arduas
y accidentadas negociaciones, adquirió los pases de cinco futbolistas
de Bella Vista, club que recibió 4,2 millones de dólares por
todo "el paquete". A la semana siguiente trascendió la operación
que el contratista había anudado antes de la compra del paquete: la
venta en 3,873 millones de dólares al Atlético de Madrid de
uno de los cinco futbolistas del "paquete", Leonel Pilipauskas,
de cuyo monto 3,1 millones (75 por ciento de lo que costaron "los cinco")
fueron a dar a los bolsillos de Casal. El acuerdo no firmado con Bella Vista
incluía la solicitud de un período especial de pases por parte
del club para que el contratista pudiera negociar el pasaje de otros tres
jugadores del "paquete" a Peñarol. El escandalete en el mundillo
futbolístico fue mayúsculo: el período especial de pases
sólo se podía habilitar mediante una grosera violación
de la reglamentación vigente, precisamente lo único que daba
apariencia de poder a la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF).
Nacional encabezó la oposición a la violación del estatuto,
un tanto por cuestiones de principios y otro tanto porque no le hacía
gracia que su rival saliera favorecido con la operación, pero las razones
últimas de que Bella Vista desistiera de presentar la solicitud de
un nuevo período de pases residen en la voluntad del propio Casal,
quien reaccionó a tiempo y evitó que se perdiera la coartada
de una AUF "soberana".
Con todo, la jugada del empresario trascendió el ambiente especializado
y consiguió poner los pelos de punta a varios representantes políticos
de distintas tiendas partidarias. El diputado colorado Carlos Lago, por ejemplo,
consideró que "la concentración de poder revela una descomposición
del fútbol uruguayo", y, aludiendo al presidente de Venezuela,
dijo que "Casal se está transformando poco a poco en el Chávez
del fútbol porque tiene poder y mando absoluto". Lago también
aseguró que "el poder del dinero" consigue "comprar"
los votos de algunos clubes, y que "entre la venta de seres humanos que
juegan al fútbol y la de mujeres que ejercen la prostitución,
la trata de blancas, no hay mucha diferencia". El diputado nuevoespacista
Ricardo Falero, en tanto, opinó que los que "mandan en el fútbol
son los empresarios y no los dirigentes ni los asociados ni los hinchas, ni
siquiera los delegados a la AUF. Son los empresarios que hoy tienen los jugadores,
el poder de decisión, el poder de los medios, los pases, la política
del fútbol, la forma en que se nombra la selección y a quiénes
juegan o no en ella". De paso, Falero recordó la fenomenal evasión
impositiva que encubre los pases de futbolistas (programa En Perspectiva,
de Radio El Espectador, 29-VII-99).
El periodista Atilio Garrido (Ultimas Noticias), gerente comercial de Tenfield
que oficiara de puente entre Casal y el gobierno de Luis Alberto Lacalle,
vino a poner los puntos sobre las íes recordando durante un programa
deportivo que en el mundo del fútbol Eugenio Figueredo, presidente
de la AUF, es "la reina Isabel", Juan Damiani, delegado de Peñarol,
"el príncipe Carlos", y el grupo Casal "Tony Blair,
porque es el que manda". Claro que para Garrido "eso es beneficioso
porque el sentido empresarial ha permitido cosas históricas que, en
el manejo diario, la gente no se da cuenta", y ha favorecido que "el
fútbol esté privatizado y muy bien encaminado".
Derechos de televisación. Los dichos de Garrido adquieren veracidad
apenas se analizan otras aristas de esa "Pacodependencia", como
el abultado negocio de los contratos televisivos para los torneos locales
e internacionales, sean de clubes o selecciones, y su larga cadena de derivados.
La historia comienza hace casi exactamente un lustro, cuando la empresa argentina
Torneos y Competencias (tyc), cuyo paquete accionario controlaba el grupo
del diario porteño Clarín e integraban, con participaciones
menores, los empresarios Carlos Avila y Casal, adquirió los derechos
de televisación del fútbol uruguayo hasta junio de este año,
por un monto de 3,2 millones de dólares. tyc utilizaba como boca de
salida para sus imágenes al canal cable tvc, también controlado
por Clarín en sociedad con el grupo Otegui.
El contrato entre la AUF y tyc significó una afrenta para los canales
privados, habituados hasta entonces a emitir goles y partidos sin desembolsar
un peso. La cabeza de Casal rodó en la época por cuanto programa
deportivo emitieran el 4, el 10 y el 12. Los periodistas Carlos Muñoz
(Saeta) y Alberto Kesman (Teledoce) sirvieron como punta de lanza de la ofensiva
de los canales, y denunciaron durante meses la genuflexión de los dirigentes
del fútbol ante la prepotencia de un empresario, espetaron sapos y
culebras contra ese "magnate de nuestro fútbol" que se arrogaba
el derecho de negar "al pueblo" la emisión de los goles por
tevé abierta (olvidaban que los goles, y algo más, eran emitidos
los domingos de noche por las pantallas del 5). Fuentes bien informadas relataron
a BRECHA que Casal llegó entonces hasta Canal 10 con el propósito
de negociar algún acuerdo con el directivo Omar de Feo, pero su secretaria
le respondió que no lo podía atender. "Chiquita, te prometo
que en unos años voy a volver con un regalito para vos, y en ese momento
no hará falta ni que me anuncies", aseguró Casal a la secretaria
de De Feo. Cinco años después cumplió su promesa y se
verificó su pronóstico.
El 20 de noviembre de 1998 la AUF vendió hasta el 2008 unos derechos
de televisación que en el transcurso de los cinco años anteriores
habían incrementado 18 veces su cotización. Poco importaba el
aumento de valor del espectáculo deportivo en los próximos diez
años, pues al fin y al cabo las negociaciones del 94 como las de ahora
tenían algo en común: la presencia del contratista Casal, esta
vez como integrante de la empresa Tenfield. Sólo una relación
de fuerte sumisión puede explicar la firma de un contrato tan favorable
a la firma de Casal-Francescoli-Gutiérrez (véase recuadro),
puesto que de otro modo habría que admitir la ausencia de una elemental
visión comercial de parte de los dirigentes deportivos, algo muy improbable
en operadores de la talla del contador José Luis Damiani, el presidente
de Peñarol. Lo cierto es que la AUF recibió de Tenfield 50 millones
de dólares (pagaderos en cómodas cuotas) a cambio no sólo
de los derechos televisivos del fútbol durante una década sino
también de los de esponsorización, venta de publicidad en sus
diversas formas, explotación del merchandising, y varios etcéteras.
Rechazó, en cambio, la oferta de la firma Barsabel (propietaria de
tvc), superior en 32 millones de dólares a la propuesta ganadora y
con un aditivo nada menor: ofrecía a los clubes una participación
del 70 por ciento en los beneficios derivados de los derechos de televisación
al exterior, esponsorización, venta de publicidad estática y
demás. Una fuente vinculada a tvc en el momento de las negociaciones
reconoció a BRECHA que "sólo" con su participación
en el aditivo ofrecido a los clubes la empresa "recuperaba, incluso superaba
en algo" la inversión global de 82 millones de dólares.
Algunas versiones responsabilizaron del insólito negocio al Ejecutivo
de la AUF, pero a juzgar por los datos de la realidad la última responsabilidad
recayó en la Asamblea de Clubes (depositaria de la soberanía),
que casi por aclamación votó a favor de la peor oferta. Las
únicas excepciones fueron las de Nacional, River y Liverpool. Con todo,
después se supo que el acuerdo aprobado en mayo del 98 por los clubes
estaba sellado varios meses antes mediante un "adelanto" de 1,9
millones de dólares que Casal entregó a la AUF para que pudiera
comenzar el torneo Apertura de ese año, y por el cual se le extendió
un recibo "a cuenta del precio de venta de los derechos de televisación",
que hasta entonces nadie había concedido.
Por el lado de las empresas que "compitieron" por los derechos,
el proceso no fue menos turbio. Según las fuentes consultadas, al grupo
Otegui, accionista minoritario de Barsabel, con la pérdida de los derechos
de televisación se le escapaba el principal atractivo de la escasa
programación de tvc, la exclusividad de las trasmisiones del fútbol,
y con él unos cuantos miles de abonados. Pero el grupo Clarín,
con un pie en Barsabel y otro en tyc, percibía que las trasmisiones
únicamente por la vía de tvc no rendían buenos dividendos
y temía que una puja empresarial pudiera elevar en exceso el precio
a pagar por los derechos televisivos. De allí que tyc renunciara finalmente
a ejercer su derecho de renovar el contrato, igualando la oferta de Tenfield,
y optara por negociar un acuerdo con Casal que se extendió a Barsabel.
Esta última empresa también recibe ahora las imágenes
en directo de los partidos, salvo el de los sábados, en una suerte
de favor por la "docilidad" demostrada ante la pérdida de
la exclusividad.
¿Quiénes integran, a todo esto, la empresa Tenfield? ¿Cuál
fue el acuerdo que permitió a los canales privados recuperar la exhibición
de imágenes que habían perdido cinco años atrás?
Curiosamente, ningún medio informativo ha conseguido manejar una versión
oficial acerca de estas interrogantes; tampoco BRECHA pudo acceder a ella:
el representante más visible de Tenfield, Nelson Gutiérrez,
no respondió a ninguna de la media docena de llamadas que se le cursaron.
De modo que sólo queda ceñirse a versiones de fuentes oficiosas
que señalan a los tres canales privados como "cotizantes"
de la mayor parte de los 50 millones ofrecidos por los derechos televisivos,
y a Tenfield como una sociedad compartida entre el grupo Casal y la empresa
brasileña Traffic. El principal beneficio del oligopolio televisivo
privado sería el sustancial incremento de abonados debido a la atracción
del fútbol en directo. Para acceder a esas imágenes (y a las
de otros 14 canales temáticos) los montevideanos abonados al cable
deberán agregar a los 300 y pico de pesos de abono que pagan hoy otros
129. La duda de muchos suspicaces reside en cuánto podría incrementarse
ese costo extra con el correr del tiempo. Nada impide en principio que mañana
aparezcan publicidades como éstas: "Viva desde su sillón
el primer Mundialito del milenio por un costo adicional de tan sólo...",
o "No se pierda el vibrante clásico que define el campeonato por
un costo adicional de...".
El arreglo incluiría que los dividendos obtenidos por la venta de publicidad
en las trasmisiones televisivas y sus productos derivados, como el programa
deportivo Pasión, quedaran en manos de Tenfield.
De todos modos, el acuerdo entre el grupo Casal y los canales debió
superar los escollos de toda negociación entre poderosos. El proceso
demandó incluso la intervención política desde el Edificio
Libertad, pues no era sencillo sentar en una misma mesa al propietario del
producto con los dueños de las imágenes y hacerles entender
que había que superar viejos enconos. No en balde las relaciones se
aceitaron en Canal 10, con el cual el presidente de la República mantiene
excelentes vínculos, al tiempo que el articulador de las negociaciones
fue el periodista Juan Carlos Scelza, íntimo del abogado Julio Luis
Sanguinetti, hijo del presidente, delegado de Peñarol y fervoroso partidario
del negocio con Tenfield, empresa de la que sería asesor legal.
El convenio, sin embargo, tuvo derivaciones en el ambiente del periodismo
deportivo, que ahora levantó una frontera entre los profesionales "paquistas"
y los "independientes". Como sea, el staff de Pasión (que
se emite los domingos a la noche por el cable) expresa cabalmente el entendimiento
Casal-canales. Según el reparto de tareas, Scelza se convirtió
en el presentador estrella del programa, conducido por Sergio Gorzy y Jorge
Crossa, ambos colaboradores inquebrantables de Casal, con la participación
lateral, en espacio y funciones, de los representantes de los tres canales
de aire privados, Máximo Goñi (por el 4), Muñoz (10)
y Kesman (12), quienes debieron tragarse los sapos y culebras que alguna vez
dirigieron a Casal.
"Goles para todos" fue el eslogan utilizado por los otrora anticasalistas
para justificar el cambio de senda. Decía Kesman en mayo del 98 al
diario El País: "Desde el principio fui un luchador incansable
para que los goles pudieran ser difundidos por televisión abierta y
que todos tuvieran la posibilidad de verlos Al conocer esta noticia (la firma
del contrato entre la AUF y Tenfield) todos debemos festejar". Muñoz
agregaba: "He mantenido diferencias de enfoque y de criterio con Francisco
Casal, incluso con Francescoli por asuntos de la selección, pero eso
no me pone una venda en los ojos y me permite reconocer que se está
haciendo un muy buen negocio para el fútbol uruguayo". Declaraba
Casal, también a El País, en octubre del 98: "(...) En
lo particular dije en algún momento que había que dejar las
guerras intestinas de lado. (...) En la medida que todos nos demos cuenta
de eso y que juntos apuntemos a un mismo proyecto, la mejora será también
para todos".
Los "goles para todos" ahora se emiten con una economía de
espacio asombrosa, y apenas incluyen el pase anterior que desemboca con la
pelota en la red. Por otro lado, los partidos se juegan en campos de deprimente
calidad (Troccoli, Las Acacias, Charrúa), una paradoja en la perspectiva
de ofrecer "un mejor espectáculo televisivo". En primera
instancia, dos de las mejores canchas (el Saroldi y el Franzini) quedaron
excluidas. Dato a tener en cuenta: el Saroldi es de River, que votó
contra la cesión de los derechos a Tenfield, y el Franzini de Defensor,
cuya dirigencia, a pesar de haber aprobado el acuerdo, es conocida por su
"independencia" frente a Casal.
La prueba más patética de que el verdadero negocio es para muy
pocos estuvo en el encuentro que disputaron Peñarol y Rampla, el domingo
15: 11 de los 22 protagonistas del espectáculo salieron a la cancha
por amor al arte, pues hace varios meses que a los jugadores de Rampla no
se les paga el sueldo. Esa noche, como todas las demás, Marcelo Segales,
que anotó dos de los seis "goles para todos" de ese encuentro,
acabó durmiendo en una piecita de la sede del club.
Extraños virajes
Etica y periodismo deportivo
En su edición del 4 de agosto, la revista Guambia recabó la
opinión de los principales periodistas deportivos del medio acerca
de las nuevas relaciones de dependencia con el grupo Casal. Las reflexiones
muestran una curiosa unanimidad en torno al "poder" del contratista,
y cualquier lector desprevenido podría pensar que todos los consultados
están enfrentados al "monopolio" de Casal. Veamos, para empezar,
la reflexión de algunos de los contratados por Casal.
Alberto Kesman: "La influencia (de Casal) es total y absoluta; es él
quien soluciona las cuentas a los equipos, quien compra los derechos de televisación
a la AUF y a partir de esto quien fija los partidos, quien maneja los jugadores;
en definitiva es el zar del fútbol uruguayo. (...) En cuanto a la influencia
sobre el periodismo, depende de los periodistas. En el caso mío no,
porque estoy seguro de mí. El día que no actúe con independencia
me retiro de esto. No me siento presionado y no ha sido así En esto
he dicho mi opinión: a mí no me gusta que exista un monopolio,
me gustaría que existiera más competencia, porque de lo contrario
pueden aparecer las suspicacias".
Carlos Muñoz: "Existe una concentración de poder. Yo no
afirmaría que (Casal) es el dueño del fútbol, pero es
cierto que la mayoría de los clubes le deben favores. (...) Nadie puede
desconocer que la palabra de él tiene un poder bárbaro, pero
el tema es que ese poder se lo dieron, ¿y quién tiene la culpa,
el chancho o quien le rasca el lomo?.A mí los monopolios nunca me gustaron,
pero cuando existen por algo es. (...) (En el acuerdo con Tenfield) quedó
preestablecido que existía una total libertad para opinar lo que cada
uno creyera conveniente".
Jorge Crossa: "Después de 37 años en el periodismo deportivo
tengo una absoluta tranquilidad de conciencia: a mí nadie me ha dicho
que hable en favor de nada (...). Pero yo jamás hablé bien de
Paco o de cualquier jugador: yo seguiré siendo el mismo hombre y periodista
recto (...). Mi amistad con Paco en esto no incide. En Tenfield tengo absoluta
libertad, hay respeto hacia las trayectorias, la honestidad, la ética
y la moral. Soy el conductor periodístico de Pasión y lo soy
a partir de éstas, que son mis reglas de juego (...). Aquí no
hay amos: hay una gran organización que procura mejorar el fútbol
uruguayo".
Ahora, la reflexión de los que no integran la selección del
contratista. Lalo Fernández: "El fútbol va a mejorar de
rebote. Porque nadie invierte en ningún negocio para perder. Entonces
la selección tendrá que andar bien y jugar muchos partidos,
los clubes tendrán que mejorar para tener un campeonato uruguayo más
atractivo, y así nuestro fútbol será más vendible.
No sé si Casal se está transformando en un salvador de periodistas,
pero sí se está transformando en un patrón de periodistas.
Si eso es malo no sé, dependerá de la buena voluntad del que
manda y del orgullo y la honestidad del empleado que escucha al patrón".
Jorge da Silveira: "Hace 15 meses recibí a través de un
amigo el ofrecimiento de Casal para formar parte del programa (Pasión).
Medité unas horas y respondí que agradecía muchísimo
la atención pero que no podía formar parte del mismo. Por dos
razones: dado el creciente poderío de Casal no creía bueno tener
una relación de dependencia con él, que pensaba podía
coartar mi libertad periodística. En segundo lugar, porque es notorio
que no tengo relación con Francescoli.( ...) Mientras no se pueda hacer
una actividad televisiva al margen de Tenfield, no voy a hacer televisión".
Por lo demás, el multifacético Julio Sánchez Padilla,
conductor de Estadio Uno por Canal 5 y famoso por su anticasalismo, opinó,
en diálogo con BRECHA, que en el ambiente del fútbol "todo
el mundo está en la mafia y el que no está, quiere entrar".
Sánchez consideró que Casal es "el dueño del fútbol"
merced a la incapacidad de los dirigentes para calibrar "en toda su magnitud
el negocio", auguró que la hegemonía del contratista se
mantendrá "por lo menos durante los próximos 50 años",
y entendió que es "el público quien debe juzgar la conducta
de los periodistas que se integraron a Pasión".
Con Tenfield
Un contrato leonino
A nueve meses de su firma, el contrato entre la AUF y Tenfield sólo
es conocido por un reducido grupo de dirigentes y empresarios vinculados al
fútbol. A BRECHA, su obtención le demandó un trabajo
prácticamente de inteligencia militar, con sutiles persecuciones y
contactos al borde de la clandestinidad. Las cláusulas contenidas en
ese contrato sugieren los motivos de tanta discreción.
Para el caso de las selecciones nacionales, la AUF cedió al grupo Casal:
"A) Los derechos de publicidad estática audiovisual, publicidad
virtual y de trasmisión televisiva y/o audiovisual para la explotación
comercial de los encuentros de fútbol correspondientes a la selección
nacional de mayores y juveniles. B) Los derechos televisivos y/o audiovisuales,
estática audiovisual y publicidad virtual para Uruguay y el resto del
mundo de los partidos correspondientes a las eliminatorias para los mundiales
a disputarse en los años 2002 y 2006; los partidos y torneos de la
selección (en todas las categorías y en especial las de mayores
y juveniles) que se disputen en el territorio de Uruguay, incluidas la Copa
Río de la Plata, el Mundialito y cualquier otro torneo a realizarse
en Uruguay. C) Derechos de esponsorización exclusiva sobre la vestimenta
en general y ropa deportiva de las selecciones uruguayas en competencias oficiales,
amistosas y en entrenamientos (...), así como la contratación
con distribuidores y fabricantes de la vestimenta en general. D) Derechos
sobre la utilización exclusiva de cualquier elemento identificatorio
de las selecciones nacionales o de la AUF, en productos que se comercialicen
o que puedan ser comercializados. En consecuencia, Tenfield tendrá
derecho a la utilización comercial del nombre o denominación
'Selección Nacional' y sus colores identificatorios. E) El derecho
de Tenfield a organizar hasta tres partidos por año de la selección
nacional en el Uruguay o en el exterior, siendo de Tenfield los derechos por
cachet o recaudación que pudieran corresponderle a la AUF. F) Los derechos
de televisación, estática audiovisual y publicidad virtual,
para Uruguay y el resto del mundo, de los participantes en torneos a organizar
con o por la AUF. Por ejemplo, pero sin limitación, la realización
y organización de un Mundialito".
Para el caso de los torneos locales, el acuerdo incluye: "Los derechos
de televisación y/o audiovisuales, estática audiovisual y publicidad
virtual, para el Uruguay y el resto del mundo, de los torneos oficiales organizados
por la AUF, así como la posibilidad de modificar la denominación
de los torneos y llevar adelante una esponsorización oficial, por ejemplo
del balón u otra especie. (...)"
Entre los "alcances de la cesión" se destaca que "todos
los derechos cedidos por el presente contrato comprenden, sin limitación
alguna, la difusión nacional e internacional por todo sistema de comunicación,
abierto o cerrado, codificado o no, conocido o a crearse", abarcando,
además, "todo aquello que haga al espectáculo deportivo
en sí, y a vía de ejemplo: tomas de vestuarios, reportajes,
conferencias de prensa, concentraciones, entrega de títulos, etcétera".
En el capítulo de las "obligaciones y derechos generales de las
partes", la Asociación se compromete a "no autorizar, en
los días en que se emiten partidos que explotará Tenfield, la
emisión televisiva de otros jugados en el exterior por cualquier seleccionado
de fútbol de Uruguay, o por cualquier equipo afiliado a la AUF";
también, a "tener en cuenta, al confeccionar el fixture de los
campeonatos cuyos derechos son cedidos, las posibilidades de mejorar la programación
para la explotación comercial de los mismos por Tenfield"; se
obliga a ceder a la empresa el derecho de "proporcionar una contratación
más ventajosa" de aquellos servicios relacionados con el espectáculo,
como "por ejemplo los servicios médicos de emergencia", y
a no modificar el cronograma de partidos "sin previa conformidad de Tenfield".
A cambio, la empresa acepta promover "la más amplia difusión
de la actividad futbolística, propendiendo al aumento de público
en las canchas y al desarrollo en general de este deporte, mediante la adecuada
disposición de espacios publicitarios y periodísticos";
se compromete a cargar, en los desplazamientos de las selecciones nacionales,
con los costos "de 25 pasajes aéreos, 22 en clase turista y tres
en Business", además de "proporcionar la vestimenta de viaje
y ropa deportiva para el plantel seleccionado, sin cargo alguno para la AUF".
La última obligación de Tenfield consiste en "proporcionar
a la AUF, con exclusivo destino para el fútbol local, 2.000 pelotas
por año para ser utilizadas por los clubes".
Todo esto a cambio de 50 millones de dólares (36 para los clubes y
14 para a las selecciones nacionales), pagaderos durante los diez años
de duración del contrato...
10- El espejo.
Eduardo Galeano
Cuando empezó el mundial de los juveniles, mi vecino torció
la boca: "Con tanta Asia que hay, nos tenía que tocar la Malasia".
Cuando Uruguay triunfó sobre Ghana y llegó a la final, mi vecino
sospechó: "¿No aprovechará el gobierno para meternos
algún aumento?". En la final ganó Argentina, y yo esperaba
que él dijera: "Perdimos como siempre", pero en cambio dijo:
"Jugamos como nunca". Y lo dijo con soles en la cara.
En las calles de Montevideo, la derrota se festejó con vuelo de banderas.
A pesar del resultado, las calles fueron una fiesta. Al fin y al cabo, cualquiera
de los dos pudo ganar ese partido limpio y parejo, y los uruguayos estamos
agradecidos a estos muchachos que en los últimos tiempos nos han devuelto
el fútbol lindo, el que disfruta la pelota: ese fútbol que el
seleccionado mayor nos niega. Cuando Uruguay iba ganando, ellos no se refugiaron
en el área chica ni recurrieron al vicio nacional del pase atrás
y el pelotazo a donde salga y que Dios se ocupe: siguieron atacando sin perder
la alegría del riesgo ni el placer de jugar. Y cuando íbamos
perdiendo, no se arrugaron, y hasta el último segundo buscaron con
ganas el gol del empate, que no se dio.
Huérfanos de apoyo oficial, pero desbordantes de entusiasmo, los muchachos
nos han limpiado el espejo. Desde hace años, a los uruguayos nos resulta
cada vez más deprimente reconocernos en el espejo opaco y sucio que
nos devuelven las canchas.
De fútbol somos
La final del sub-20 enfrentó a las dos orillas del Río de la
Plata, una de las regiones más futbolizadas del mundo. El lenguaje,
los decires de la vida cotidiana, revela la condición futboldependiente
de argentinos y uruguayos. Quien elude su responsabilidad o desvía
la atención, tira la pelota afuera; para enfrentar una crisis, hay
que parar la pelota o ponerse la pelota bajo el brazo; quien hace algo bien,
mete un gol, y si lo hace muy bien, un golazo; un acto de deslealtad te patea
de atrás; una buena respuesta es una buena atajada; quien está
seguro de lo que hace es un dueño del área; juega en cancha
embarrada quien enfrenta una situación en desventaja y queda fuera
de juego quien se descoloca en alguna circunstancia; quien actúa contra
sus propios intereses, se hace un gol en contra; al marido infiel echado de
su casa, la mujer le ha sacado tarjeta roja.
En el caso nuestro, hay que tener en cuenta que fue el fútbol quien
puso en el mapa del mundo, allá por los años veinte, a este
pequeño país que tiene una población total equivalente
a la de un barrio de Buenos Aires o a la de un suburbio de la ciudad de México.
Los uruguayos encontramos en el fútbol un medio de proyección
internacional y una certeza de identidad: aunque hoy día sobreviven
con más vigor en la nostalgia que en la realidad, nos quedó
la costumbre. El fútbol sigue siendo una religión nacional,
y cada domingo esperamos que nos ofrezca algún milagro. La memoria
colectiva vive consagrada a las liturgias de Maracaná: ya la hazaña
está por cumplir medio siglo y la recordamos hasta el último
detalle, como si fuera cosa de la semana pasada, y a su resurrección
encomendamos nuestras almas.
El cuerpo y la sombra
Sin embargo, la verdad es que desde hace unos cuantos años nuestro
fútbol profesional se ha aburrido y se ha ensuciado, se ha des-almado,
a medida que el país caía en una espiral de decadencia que ha
abatido a la educación pública y ha reducido a la nada, o a
la casi nada, a la educación física. Se han marchado al extranjero
nuestros mejores jugadores y los niños tienen cada vez menos canchas
y menos estímulos para jugar al fútbol. Una industria de exportación,
que vende piernas: cuando surge algún jugador que vale la pena, emigra
a los países que pueden pagarlo, mientras los campeonatos locales,
empobrecidos hasta la última miseria, languidecen en la mediocridad.
Clubes en quiebra, tribunas vacías, una televisión que quiere
fútbol gratis y unos dirigentes que pretenden cosechar sin sembrar.
Los mundos del mundo
Mal no viene recordar los juegos olímpicos, 2.500 años antes
de la era de Juan Antonio Samaranch. En aquel entonces, cuando los atletas
competían desnudos y sin ningún tatuaje publicitario en el cuerpo,
la civilización griega formaba un mosaico de mil ciudades, cada cual
con sus propias leyes y sus propios ejércitos. Los juegos que se celebraban
en los estadios de Olimpia eran ceremonias religiosas de afirmación
de la identidad nacional, una amalgama que juntaba a los dispersos y superaba
sus contradicciones, una manera de decir: "Nosotros somos griegos",
como si haciendo deporte recitaran los versos de La Ilíada o La Odisea,
los poemas de la fundación nacional. Esta evocación no solamente
paga tributo a las citas helénicas, que siempre quedan bien: yo creo
que, salvando las distancias, no es ningún disparate suponer que el
fútbol cumple, en La industrialización del fútbol, que
la tele ha convertido en el más exitoso espectáculo de masas,
uniformiza los estilos de juego y borra sus perfiles propios; pero la diversidad,
porfiadamente, milagrosamente, sobrevive y asombra. El jugador alemán
Netzer lo decía recientemente, en una entrevista, hablando sobre el
fútbol europeo. Advertía Netzer que las reglas son las mismas
para todos, pero cada pueblo se expresa a su manera y prefiere su propia manera
de jugar: los alemanes aman la eficiencia del sistema y los italianos, el
lucimiento técnico; los escandinavos practican el juego de equipo,
todos para todos, y los españoles son más bien individualistas.
Lo que Netzer dijo de Europa, vale para el fútbol latinoamericano y
para todos los demás.
¿Acaso el fútbol brasileño no es parte, y parte muy importante,
de la música brasileña? Una huella digital colectiva. Quiérase
o no, créase o no, el fútbol sigue siendo una de las más
poderosas expresiones de identidad cultural, de ésas que en plena era
de la globalización obligatoria, nos recuerdan que lo mejor del mundo
está en la cantidad de mundos que el mundo contiene.
Cada país es una cancha
Y no abundan, por cierto, los espacios donde pueden afirmar su identidad los
países del sur, condenados a la imitación de los modos de vida
que hoy por hoy se imponen, como modelos de consumo masivo, en escala universal.
Desaparecida la industria nacional, olvidados los proyectos de desarrollo
autónomo, desmantelado el Estado, abolidos los símbolos que
encarnaban la soberanía, los suburbios del mundo tienen pocas oportunidades
de ejercer el orgullo de existir y el derecho de ser.
Quizás por eso el fútbol ocupa un lugar tan importante en la
realidad nuestra de carne y hueso, a veces el más importante de los
lugares, aunque lo ignoren los ideólogos que aman a la humanidad pero
desprecian a la gente. Lo prueban los hechos: pocas cosas ocurren, en América
Latina, que no tengan alguna relación, directa o indirecta, con el
fútbol.
En abril de este año, el municipio de Montevideo ofreció 150
empleos para la recolección de basura. Se presentaron 26.748 jóvenes.
Para recibir a semejante multitud, no hubo más remedio que realizar
el sorteo de los puestos en el estadio donde el Uruguay había ganado,
en 1930, el primer campeonato del mundo. Un gentío de desempleados
ocupó el escenario de aquella histórica alegría. El Centenario,
símbolo de la felicidad nacional, se convirtió en albergue de
la angustia colectiva. En vez de marcar goles, el tablero electrónico
señalaba los números de los escasos jóvenes que encontraron
trabajo. Y mientras eso ocurría en Montevideo, en Lima caían
acribillados los guerrilleros que habían ocupado la embajada del Japón.
Cuando los comandos irrumpieron, y en un relámpago ejecutaron su espectacular
carnicería, los guerrilleros estaban jugando al fútbol.
Publicado en el Semanario Brecha
11-
El fútbol como excusa.
Jorge Barreiro
/ Raúl Zibechi
Hasta hace 30 años a nadie se le ocurría celebrar segundos puestos
en ese deporte-orgullo nacional que era el fútbol. La regla se rompió
con el vicecampeonato mundial juvenil de Malasia, en 1997, cuando decenas
de miles salieron a la calle. El peculiar segundo puesto de Asunción
ratificó el nuevo fenómeno. ¿Las ganas de "festejar
algo" podrán con todo?
Los festejos del domingo 18 no tuvieron tanto de sorprendente. Apenas Federico
Magallanes convirtió el quinto penal contra Chile, asegurando el pase
de "la celeste" a la final de la Copa América, todos sabíamos
que poco después de la final mucha gente se volcaría sobre 18,
independientemente del rival y más allá del resultado. Los uruguayos
ya habían festejado el triunfo sobre Paraguay y Chile, pero para el
domingo se preparaba la celebración mayor.
Poco después de las ocho de la noche, miles de personas comenzaron
a hacer confluir sus euforias hacia la plaza Libertad. Preguntarse qué
festejaban o por qué lo hacían -para la cultura del Uruguay
tradicional es absurdo celebrar una derrota futbolística o un segundo
puesto-, parece a estas alturas un ejercicio de lelos o de intelectuales soberbios.
Y es que lo importante, quizá, sea no tanto responder esas interrogantes
sino describir el cómo de los festejos que parecen irse institucionalizando
cada vez que una de las selecciones nacionales de fútbol traspasa los
límites de la serie clasificatoria en los que ha estado habitualmente
circunscripta en los últimos años.
Difícil establecer los barrios de origen de quienes se agolpaban la
semana pasada en 18, aunque, por la vestimenta y los estilos, podía
adivinarse que la mayoría provenía de las zonas más alejadas
del Centro. La edad promedio rondaba los 20 años; pocos, muy pocos,
superaban los 25. El porcentaje de chicas no era sensiblemente inferior al
de varones y abundaban los niños. Saltaban a la calle enfundados en
banderas uruguayas -las había también de Peñarol, de
Nacional, de Cerro-. Brincaban, bailaban y, sobre todo, gritaban. O cantaban,
o entonaban estribillos entrecortados, esa forma de expresión tan común
en las tribunas como en las manifestaciones juveniles. Unos cuantos llevaban
las caras embadurnadas de blanco y azul y se movían al ritmo de los
tambores. Gestos desafiantes quizá espoleados por la sobreabundancia
de policías; actitudes "pesadas", teatralizando una violencia
apenas contenida, modos alejados de los que acostumbran las clases medias
cultas y educadas. Sorpresa y pico: se grita contra los argentinos. El estribillo
inconfundible: "Para los argentinos que lo miran por tevé".
El mismo cántico que gritan los estudiantes, pero con "Rama"
en lugar de "los argentinos". Y ahí otra pista: como los
tambores domingueros, extendidos por toda la geografía urbana, los
festejos deportivos combinan diversión y protesta o, por lo menos,
exteriorizan una forma de ser que cotidianamente no encuentra espacios para
hacerlo. De ahí que los que salen a la calle en ocasiones como ésta
sean aquellos a los que habitualmente la sociedad no les reconoce un lugar:
los jóvenes de clase media tirando a pobres. Los que no tienen un futuro
asegurado, y a veces ni siquiera un futuro, en el Uruguay de la globalización.
Los que a fuerza de frustraciones y marginación -más cultural
y espacial que económica- van fraguando en la sombra estilos y modos
en los que no se reconoce el resto de la sociedad. ¿Una cultura diferente?
Quizás. Por ahora, ni más ni menos que un mundo dentro de otro
mundo. Que aprovecha las brechas que le brinda la competencia futbolística
como excusa para festejar, a su modo y con sus propios códigos.
INTERPRETACIONES
En una de sus habituales columnas
radiofónicas de opinión, el sociólogo Rafael Bayce se
preguntaba por esa inclinación cada vez más frecuente de los
uruguayos a celebrar los "triunfos" deportivos. Trátese de
campeonatos mundiales, continentales, preolímpicos, juveniles, de mayores,
se alcance un cada vez más improbable título, un vicecampeonato
o la simple clasificación a un mundial, siempre que haya una oportunidad
de festejar (por lo visto escasa en otros ámbitos) se festeja. Incluso
aquellos resultados que hace 20 años no hubieran conmovido a nadie.
¿Se puede imaginar siquiera lo que sucedería en 18 de Julio
si Uruguay llegara hoy a una semifinal de una Copa del Mundo de mayores? La
última vez que ello ocurrió (en el Mundial de 1970, donde se
logró un cuarto puesto) en este país a nadie se le movió
un pelo.
En opinión de Bayce, "un triunfo deportivo representa muchas cosas
más, valoradas positivamente. Representa juventud, buena nutrición,
salud física y mental, disciplina, habilidad, talento, rendimiento
colectivo. En definitiva, habla bien de un país que gana". Ello
explicaría, por ejemplo, que durante la Guerra Fría hubiera
una competencia en los Juegos Olímpicos en torno al número de
medallas que obtenían los países del Este y cuántas los
países occidentales.
En lo que atañe a Uruguay, Bayce sostiene que cuando en 1986 la encuestadora
Gallup hizo un sondeo en todos los países que iban a intervenir en
la Copa del Mundo sobre qué probabilidades de ganar le asignaban a
su propia selección, los uruguayos eran los que más sobredimensionaban
su chance respecto a las posibilidades estadísticas reales. "Todos
los países se sobrevaloraban, pero ninguno al grado en que lo hacía
Uruguay", comenta Bayce.
Entre las causas de este singular fenómeno, el sociólogo señala
que el hecho de que sean sólo los eventos futbolísticos y no
otros (en los que eventualmente se pusiera de manifiesto el talento vernáculo)
los que merecen la pública algarabía, se debe a que "el
mejor odontólogo, el mejor arquitecto, el mejor poeta (en el caso de
que pudieran elegirse) serían el resultado de una competencia no dramática.
En el deporte la competencia es dramática. No sólo se celebra
la conquista, sino que se trata de una catarsis, una explosión de los
miedos y las ansiedades que se viven antes de y durante el partido".
Por lo demás, el triunfo futbolístico "es el triunfo de
los que son como nosotros. El que triunfó es un tipo al que podríamos
conocer. (...) La gente se reconoce más en la extracción popular
del triunfo deportivo que en la extracción de alguna manera elitista,
inalcanzable, del triunfo en las artes, las letras o las ciencias". Claro
que, de acuerdo con el columnista de El Espectador, estas manifestaciones
de júbilo popular también ocurren en Uruguay porque son confirmatorias
de "la identidad y los valores nacionales. Se festeja tanto un triunfo
deportivo porque hay una marca de identidad muy fuerte y hay una diferencia
de dramaticidad y de popularidad en el hecho del triunfo deportivo frente
a otros triunfos posibles".
Sin embargo, esas supuestas identidades nacionales no parecen haberse modificado
sustancialmente en los últimos 15 o 20 años, mientras las exigencias
mínimas para el festejo sí se habrían devaluado enormemente.
Dicho en otras palabras: o la gente tiene ganas de festejar cualquier cosa,
y sólo necesita la coartada que no encuentra en otros ámbitos
de la vida social, o ha tomado definitivamente conciencia de que en la era
del fútbol moderno, del fútbol/espectáculo, Uruguay ya
no volverá a ser campeón. Más vale entonces festejar
segundos, terceros y hasta cuartos puestos.
Al respecto dice Bayce: "Cuando empezó a no ganarse siempre se
empezó a sentir que Uruguay se terminaba como país y que nuestro
orgullo y nuestra autoestima se terminaban si no se ganaba en el fútbol.
Fue un período muy negro. Porque eso le provocó una carga espantosa
a los jugadores de tener que quitar como Andrade, sacar de cabeza como Nasazzi,
ser capitanes como Obdulio Varela, hacer los goles exquisitos de Schiaffino,
o los goles de Míguez o lo que fuera. Y eso fue muy contraproducente".
Hasta que llegó la generación de Víctor Púa, que
mandó a parar con el lamento. Primero con los juveniles sub-20 que
en Malasia llegaron al vicecampeonato mundial, luego con esta "selección
B" sin estrellas, que alcanzó el segundo puesto continental (aunque
sea perdiendo tres partidos y ganando uno solo en los 90 minutos). En este
sentido, Bayce justifica la mayor ligereza para festejar: "¿Por
qué hay que ganarle a Alemania? ¿Por qué hay que bajonearse
si no se le gana a Alemania? Es un disparate. La gente empezó a darse
cuenta de que hay que festejar aunque no se salga primero".
Eso no le impide al sociólogo reconocer que, en el fondo, lo que hay
son muchísimas "ganas de festejar algo. La gente quiere festejar
cosas". Como quien dice, el nivel en el que se pone el listón
para habilitar la fiesta es cada vez más bajo. Lo que no deja de tener
su lado positivo en un país tan poco dado a dar vía libre a
sus pasiones.
Publicado en el Semanario Brecha
12- Metamorfosis
de un deporte.
Amir Hamed
El fútbol
cocacola
Nada más anacrónico
que aquello de que el fútbol es once contra once y la pelotita en el
medio. Ya hace tiempo que la cámara y las pantallas de televisión
han trasladado el balompié a otra parte.
Un hombre pájaro, sostenido de la tribuna y colgando hacia la cancha,
con los colores de Colombia, está desde hace años en todos los
partidos de su selección. Todo su cuerpo en el vacío, entre
las gradas y lo verde, ese pájaro con menos de humano que de hincha,
probablemente sin saberlo, trata de resolver el vacío del fútbol
cocacola. Por supuesto, este fanático ha tenido imitadores (entre otros,
también tiene su ave torcedora la selección brasileña).
Esta metamorfosis que volvió anacrónico al viejo público
futbolero, que hace del hincha algo parecido al ave, al héroe o al
palurdo -en Francia 98 los hay con cuernos, los hay como osos- es sólo
un epifenómeno de los cambios que ha sufrido el balompié.
Aquel espacio verde bien regimentado, poblado por 22 jugadores, una pelota
y un árbitro -que solía vestir de negro-, con dos linesmen trotando
del corner al medio de la cancha, se ha transformado en otra cosa. Antes,
fuera de la cancha estaban las tribunas y, continentándolo todo, encriptando
la magia del juego, el enigma que lo volvía imaginable, desbordante
o fabulable, estaba la mole ciega del estadio. Era el fútbol para el
que se pagaba entrada o, en su defecto, se escuchaba por radio. Para decirlo
de otro modo, Abbadie, Rocha, Santamaría o Sanfilippo eran jugadores
menos vistos que imaginados. Quienes asistían a los partidos eran apenas
una fracción muy reducida de los pretendidos conocedores de fútbol.
Los relatos deportivos, o las fotos de prensa, amplificaban las leyendas y
convertían a los futbolistas en seres no muy creíbles, en héroes
de mitologías pordioseras o grandilocuentes. Aquellos que llegaban
al estadio eran los testigos de ese chimento, los que a su turno estarían
a cargo de repetir, siempre magnificando, lo que sucedía en un caldeado
campo de juego. Porque, ya como testigos, ya como escuchas, lo indiscutible
es que entonces el estadio era una especie de templo que daba lugar a una
ceremonia abigarrada pero secreta, un cuchicheo que terminaba convirtiéndose
en mito. Sin embargo, la televisión lo ha cambiado todo. Ya no hay
dos oncenas de jugadores, ya no hay un árbitro a quien aborrecer. Se
puede decir que, ahora, dentro de una cancha de fútbol, no hay nadie.
CUANDO SE TERMINA EL VACÍO
La cámara ha vaciado la cancha y los jugadores, desde hace unos años,
existen, por sobre todo, para la pantalla. Coreografían sus goles para
el satélite y están, en buena medida, fuera del estadio, en
las salas de millones de hogares y receptores, participando de las sobremesas
o las papas chips, pensándose a sí mismos, más allá
de la jugada, en otra toma insuperable, en el mejor ángulo que aparecerá,
fatalmente, en cámara lenta. Se puede pensar que México 86,
el mundial de la mano de Dios, fue la inflexión que cambió el
venerable deporte en lo que es hoy, el fútbol cocacola. En aquella
ocasión Steven Spielberg sustituyó la ceremonia inaugural por
un mediometraje; las reglas cambiaron hacia el fair play (limpieza de juego,
y limpieza de imagen) y ya las cámaras no dejaban lugar a equívocos:
fue con la mano que Maradona le ganó a los ingleses. En ese mundial,
también, los mexicanos exportaron para el mundo futbolístico
una práctica que incorporaron de las ligas de béisbol de Estados
Unidos: la ola. Ya era evidente que el calor del partido se había retirado
de esa cancha vacía y había derivado hacia la tribuna, que se
había convertido en la estrella del espectáculo. Desde aquel
momento, lo que conocemos hoy. Primero el espíritu del fúbol
se corrió a las graderías y Francia 98 acaba de mostrarnos que
el fútbol ya ni siquiera está ahí; incluso se ha desplazado
hacia afuera del estadio. Durante el mes transcurrido, Francia ha sido una
caleidoscópica batahola discurriendo por todas partes; y entre barras
bravas y pintoresquismos se ha dado -no dentro de la cancha- lo más
relevante del mundial que termina.
SALVE LA HINCHADA
Los estadounidenses, que desdeñan nuestro bienamado deporte, lo han
reinventado a su pesar. En primer lugar, es preciso recordar que la filmación
de su fútbol americano requiere decenas de cámaras para brindarle
al televidente dónde "en verdad" se está desarrollando
el juego (una de las estrategias básicas de ese deporte es esconder
la pelota de la vista del rival). Este juego de cámaras, vertical,
ha sido copiado por los franceses en este mundial. Con dos decenas de cámaras,
como tienen los partidos mundialistas, no hay detalle que se escape; se terminó
el misterio. Después de infinidad de tomas y repeticiones, no quedan
dudas. Fue o dejó de ser penal, mereció la expulsión
o debió quedarse en la cancha, etcétera. En definitiva, el panóptico
en que se ha convertido este deporte hace que los jugadores estén ahí
menos para competir que para ser "juzgados". En el mundial de Estados
Unidos 94, por ejemplo, un defensor italiano que cometió una falta
no advertida por el árbitro fue de todos modos sancionado por la fifa,
gracias al testimonio implacable del video. Esto quiere decir que, en buena
medida, ya "están fuera" del propio partido que están
jugando, alienados en la cámara. Están pintados, como suele
decirse, algo que asumieron los jugadores de Rumania, platinándose
las cabezas.
Por otra parte, hace décadas ya que el soccer viene corriendo detrás
del básquetbol profesional estadounidense, donde el deporte sigue las
reglas del espectáculo y del entretenimiento. Esas reglas produjeron
a Michael Jordan, una mezcla de basquetbolista, tanqueta y ballerina, o a
Dennis Rodman, el primero en teñirse el cabello, a quien, luego de
sus jornadas de cuerpear a Karl Malone, y de haber sido apodado "Rodzila"
en honor al taquillero endriago japonés, le han ofrecido participar
en muy bien pagas sesiones de lucha libre. Además, los cambios en las
reglas, la saturación de partidos y torneos, acercan el fútbol
a la levedad de la nba. Un prodigio que, dada su reiteración, termina
siendo intrascendente. Casi no se puede hablar de derrotados, ni de victoriosos.
Antes, la victoria era definitiva; ahora la revancha es perpetua.
A la verticalidad de la cámara, por otra parte, la acompaña
una lateralización de la intensidad. Si cualquiera puede ver los partidos
-más cómodo, con mayor claridad, y sin las colas insensatas
del entretiempo-, aquellos que concurren al estadio y verifican la nimiedad
que es el fútbol sin cámara lenta ni replay, bien pueden arrogarse
el protagonismo, sentirse los verdaderos actores del deporte. Eso es una de
las raíces del hooligan y del barra brava, pero tambien de la infinidad
de personajes pintorescos que hoy discurren por las calles francesas, con
las caras pintadas, disfrazados de animales futuristas.
JUEGO DE TRIBUS
Puede argumentarse que esta necesidad de participar es parte de la retribalización.
Es el manifestarse de la etnia, que se agrupa en torno a camisetas, a señales
de pertenencia. Son esos hinchas los que le dan densidad al evento deportivo
que, succionado por las cámaras, termina siendo pura superficie (algo
similar a lo que sucede con el cine, cuyo héroe actual parece ser el
backstage). Frente a la vacuidad del fin de siglo y del nuevo soccer, a la
superficialidad irremediable de la pantalla, la tribu contrapone su signo
en la piel, porque es ése el último lugar donde es posible registrar
la adhesión. Y nadie habrá dejado de advertir que el fosforescente
desfile gay -la reivindicación de una etnia- que coincidió con
el mundial en las calles de París, con mucho de corso, pareció
apagado y marchito en comparación con el perpetuo y desorganizado desfile
de los fans de los 32 países que han pasado por Francia.
Lo menos importante, en todo este acontecimiento, parecen ser los partidos.
Mientras éstos se disputan, cientos y miles, en las calles de las distintas
ciudades y a pleno sol, siguen a sus camisetas fuera de los estadios, a través
de la pantalla gigante. Y lo que hacen no es un despropósito. Por el
contrario, les asiste razón, porque los personajes de este mundial
carente de jugadores (por ahí andan el obsecuente Pelé de Mastercard
y el resentido Maradona) son los hinchas. Con ellos, lejos de la cancha, fuera
de los estadios, se quedó (cuando no en una pantalla) el espesor del
fútbol. Bebiendo en las calles, al rayo del sol.
Publicado en el Semanario Brecha